Desde el escaño, la cámara o la militancia barrial, tres peruanas de izquierda han convertido a Madrid en su plataforma predilecta para reinterpretar al Perú, denunciarlo a la distancia y ensayar en España las mismas recetas políticas que aquí ya conocemos de memoria.

Por: Tony Tafur

Las travesuras de las niñas malas de la izquierda peruana encontraron nuevas latitudes. Ahí tenemos a Diana Paredes, Laura Arroyo y Rommy Arce, un trinomio que, instaladas en Madrid (España) y cada una desde su tribuna, despachan sus diagnósticos apocalípticos sobre la realidad peruana, siempre bajo ese código binario donde ellas encarnan la luz y el resto son los malos de la película. Incluso, hábito de su laboratorio moral, intentan desarmar al país que las adoptó aplicando esa misma retórica teatral que, sospecho, entusiasma a castillistas, guevaristas, chavistas y pedrosanchistas, todas corrientes especialistas en el resentimiento y la contradicción.

No estamos, por supuesto, ante una simple coincidencia biográfica. Estamos frente a una crisis trasatlántica. Con esta exportación se alimenta ese microclima ideológico que busca legitimar fantasías desde la distancia, como si la geografía añadiera autoridad y el kilometraje moralizara el discurso. Y para entender cómo opera esta pequeña maquinaria, conviene mirar a cada una de sus piezas.

Diana Paredes, la diputada que descubrió al Perú desde Madrid

La reciente entrevista de Diana Paredes Choquehuanca con La República sirve como punto de partida para tomarle el pulso a este fenómeno. La diputada de Más Madrid, nacida en Arequipa y migrada en su infancia, afirmó con total seguridad que Keiko Fujimori y Dina Boluarte “representan todo el machismo político del Perú”. Con esa frase no solo recuperó la estética del eslogan, también confirmó el patrón: hablar del país de origen como si fuese un expediente ya resuelto y perfectamente clasificable.

Paredes se educó en España, milita en una organización madrileña, trabaja para un electorado español y cobra un salario anual cercano a los 50 mil euros. Sin embargo, su insumo discursivo principal sigue siendo el Perú, ese país al que observa como si fuese un caso de estudio que ella, desde la distancia, puede diseccionar con neutralidad científica. A veces olvida que el laboratorio queda a miles de kilómetros y que la materia de análisis son personas, no hipótesis.

Diana Paredes

Diana Paredes percibe un salario que bordearía los 50 mil euros anuales.

Su trayectoria revela la matriz de esta exportación. En Madrid se presenta como la voz migrante que desafía el racismo y la desigualdad; en Lima se consume como la “conciencia externa” que denuncia nuestras taras con una claridad que aquí —según ella— nadie alcanza.

Laura Arroyo, la operadora del radicalismo mediático

Si Paredes ofrece la versión institucional del fenómeno, Laura Arroyo es su modelo narrativo más pulido. Periodista, politóloga y figura estable de Canal Red, Arroyo convirtió Madrid en un teatro perfecto para inflar la retórica progresista latinoamericana sin pagar el costo de sus consecuencias. De la lingüística en la PUCP pasó al análisis político en la Complutense, y desde entonces su residencia europea funciona como pasaporte moral para juzgar al Perú con la tranquilidad de quien ya no se ensucia los zapatos en él.

Su libreto es conocido: “tocar el Poder Judicial”, “intervenir a los medios críticos”, “hacerle cirugía al sistema”. En Lima esas frases serían un escándalo. En Madrid, en cambio, suenan a elucubraciones de panel académico con café de por medio.

Pero esto es solo la punta del iceberg. La radiografía que la pinta de cuerpo entero apareció cuando nuestro Nobel Mario Vargas Llosa murió. Allí, en vez de reconocer su estatura intelectual, aprovechó la solemnidad global para presentarlo como una especie de cómplice ideológico de “proyectos reaccionarios”. No analizó su obra. Solo la redujo a una tesis de fin de semana sobre “el declive democrático”. Puro oportunismo. Y es, sobre todo, el sello de fábrica de esa izquierda que necesita destruir al adversario para sostener su relato moral.

La comunicadora Laura Arroyo, vinculada al izquierdista Pablo Iglesias.

La comunicadora Laura Arroyo, vinculada al izquierdista Pablo Iglesias.

A eso se suma su obsesión con el llamado “momento constituyente”, un mantra que repite con religiosidad militante, como si el Perú fuese un borrador que ella pudiera reescribir desde Madrid; casi un ensayo general de la receta venezolana, con Asamblea incluida y promesa de refundación eterna. Y mientras invoca esa épica revolucionaria de manual, no duda en violentar el idioma con el famoso “todes”, ese sacrilegio lingüístico que convierte la conversación política en un taller de performance cultural, perfecto para causar impacto en redes, pero inútil para construir ciudadanía.

Rommy Arce, la militancia que convierte cualquier escenario en trinchera

Si Paredes aporta el escaño y Arroyo la doctrina, Rommy Arce completa la estructura con algo que en la izquierda vale oro: la biografía militante. Nacida en Lima y trasladada a España en su adolescencia, Arce estudió Historia del Arte, trabajó en distintos oficios y finalmente ingresó por oposición como bibliotecaria en la Universidad Complutense antes de convertirse en concejala de Ahora Madrid, gestionando distritos como Arganzuela y Usera bajo la bandera del municipalismo alternativo.

Su itinerario es coherente: Arce no interpreta la militancia, la habita. Incluso cuando dejó la política institucional y regresó a la biblioteca, mantuvo intacto el impulso activista que la caracteriza. Firma manifiestos, participa en espacios de denuncia, sostiene lecturas estructurales de cada conflicto social y conserva ese rigor casi ascético con el que la izquierda de barrio se explica el mundo.

La ex edil madrileña Rommy Arce.

En 2019, Rommy Arce enfrentó a la Audiencia Provincial de Madrid por “presuntas injurias a la Policía”.

En su discurso, el país natal funciona como una pieza retórica que refuerza la narrativa general del ecosistema: la idea de un Perú eternamente injusto, perfecto para ilustrar —y justificar— la agenda transformadora que defienden desde España.

Esta es una clara filtración política en España disfrazada de lucidez intelectual. Desde allá ensayan diagnósticos que aquí se reciben como si fueran advertencias de un oráculo distante, cuando en realidad son viejas recetas envueltas en retórica europea. Y conviene estar atentos, porque estos ejercicios de crítica expatriada no buscan entender al Perú sino administrarlo simbólicamente.

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