Más de dos mil invitados de 174 países, incluidos jefes de Estado o de Gobierno de todos los rincones del planeta, se dieron cita en Tokio el pasado 22 de octubre para presenciar la ceremonia de entronización del 126.° emperador japonés.
Por Amadeo-Martín Rey y Cabieses (larazon.es)
Ya hace mucho que sabemos que el 22 de octubre se iba a entronizar al nuevo emperador del Japón, Naruhito, finalizando de ese modo un periodo de transición iniciado tras la abdicación del emperador Akihito el 30 de abril de 2019. Un acto así no es cosa que se improvise. Algunos monarcas, como Edward VIII de Inglaterra, esperaron tanto para ser coronados que no llegaron a serlo. Como sabemos, fue forzado a abdicar tras expresar su inamovible deseo de casarse con Wallis Simpson.
Reiwa es el nombre de la nueva era imperial japonesa. Conocemos ese nombre desde el pasado 1 de abril. Y también desde entonces se empezó a comentar que el número de invitados a la ceremonia sería menor que en entronizaciones anteriores, lo que disparó una cierta carrera para estar entre los afortunados. Muchos han sido los ‘royals’ de segunda categoría que han peleado por un lugar en la ceremonia.
La entronización de Naruhito atrajo a invitados de 183 países, de los que una cincuentena fueron jefes de Estado o de Gobierno. Nadie que haya sido convidado querría perderse un acto que se celebra de Pascuas a Ramos y que muestra el despliegue, elegante y discreto, sumamente ceremonioso y tradicional, de la corte nipona. Algo único e irrepetible, pues cada nueva era, cada nuevo reinado, es especial y distinto. Un acto de esta naturaleza no es solo un acontecimiento social y político, pues no consiste exclusivamente en fiestas y saraos más o menos lujosos. Es, más bien, la manifestación externa y a la vez intangible de la unión del monarca con su pueblo y con la secular historia de la nación, de una nación que presume de tener la dinastía reinante más antigua del mundo.
Entre los invitados regios estuvieron presentes varios europeos. Además de los reyes Felipe VI y Letizia de España, asistieron el rey Carlos XVI Gustavo de Suecia y la princesa heredera Victoria, los reyes Guillermo Alejandro y Máxima de los Países Bajos, los reyes Felipe y Matilde de Bélgica, el gran duque Enrique de Luxemburgo, el príncipe Alberto II de Mónaco, los príncipes herederos Federico y María de Dinamarca, el príncipe heredero Haakon de Noruega, y Charles, príncipe de Gales.
De otras latitudes llegaron el sultán Hassanal Bolkiah de Brunéi, el rey Norodom Sihamoni de Camboya, los reyes Jigme Khesar Namgyel Wangchuck y Jetsun Pema de Bután, los reyes Abdullah II y Rania de Jordania, Tunku Azizah, sultana consorte de Malasia, el príncipe heredero Mohammed bin Salman de Arabia Saudita, el príncipe heredero Salman Al Khalifa de Baréin y el rey Tupou VI de Tonga. Este exótico conglomerado de testas coronadas dio más colorido –si cabe– a la ceremonia, pero sirvió también para estrechar los lazos existentes entre las diversas familias reales y entre los países que representan.
Gasto millonario
Naturalmente no han faltado quienes se lamenten o escandalicen por el gasto inusitado de un acto semejante. Ciertamente el costo de la entronización japonesa ascendió a unos 2,7 billones de yenes, alrededor de 8,2 millones de euros, más que la del emperador Akihito realizada en 1989 y que fue de 2,2 billones de yenes. Y, sin embargo, el gobierno japonés redujo el número de invitados y el de banquetes. La mano de obra y el costo de los materiales fue, dicen, lo que ha elevado el gasto, aunque se intentó reducir costos mediante el uso de tablas de madera para el techo de las tres estructuras temporales en lugar de la paja habitual, una medida que ahorrará alrededor de 600 millones de yenes.
En un país en el que el emperador era considerado, hasta no hace muchos decenios, una divinidad, hay quien estima superfluo debatir sobre el costo de la entronización del mikado o, como ahora se le denomina, el tenno, es decir, el emperador, ese sumo sacerdote, mediador entre los hombres y la divinidad, enlazado con los dioses japoneses.
Ese carácter en cierto modo religioso de la ceremonia hizo que el príncipe Akishino, hermano menor de Naruhito y su inmediato sucesor, cuestionase la conveniencia de gastar dinero público en la entronización y se lamentase por la negativa del Administrador de la Casa Imperial a considerar su punto de vista.
Ahora bien, muchas veces se habla de cuánto cuestan grandes ceremonias como son bodas o coronaciones, pero no se menciona cuántas empresas y puestos de trabajo gozan de sustento e impulso gracias a ellas: cocineros, camareros, modistos, decoradores, restauradores y un sinfín de profesionales más. Cuando se trata de una boda real o de una coronación, de una entronización o de una proclamación regia –algo que sucede tan poco frecuentemente–, parecería lógico alcanzar un sensato equilibrio entre la dignidad del acto, la conservación de la tradición que enlaza con las raíces de la dinastía y del país, y el presupuesto adecuado, sin caer en roñosas cicaterías que muchas veces son más pour la galerie que por íntimo convencimiento de ser austeros.