Sorda de nacimiento, ingresó a un sanatorio, se ordenó como monja ortodoxa y se convirtió en heroína del Holocausto. Alicia de Battenberg, la madre del duque de Edimburgo, es uno de los personajes más enigmático de la realeza europea. Al cumplirse 139 años de su nacimiento, repasamos su extraordinaria vida.
Por Redacción COSAS
Era prácticamente una desconocida para la mayoría hasta que Peter Morgan fijó la vista en ella y le dedicó una capítulo en la tercera temporada de la exitosa serie de Netflix, «The Crown». Alicia de Battenberg, princesa de Grecia y Dinamarca, madre del príncipe Philip y suegra de la reina Elizabeth II, tuvo vida azarosa.
Nació en el seno de la familia real británica, en el castillo de Windsor el 25 de febrero de 1885. Fue bisnieta de la reina Victoria y se crió entre el Reino Unido, el Imperio Alemán y otros países del Mediterráneo. Su linaje —los Battenberg— estuvieron ligados a la Alemania de Hitler al punto de que tres de sus cuatro hijas se casaron con importantes cuadros del gobierno nazi.
Pese a los privilegios que le confirió su rango, la princesa nació sorda y según fuentes de la época durante su infancia aprendió a leer los labios en inglés, francés, alemán y griego. Además de su habilidad cognitiva, desde muy joven demostró un profundo sentido del deber y se sintió atraída por el trabajo social.
Grecia, su segundo hogar
A los 18 años, Alicia de Battenberg se casó con el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca en Alemania. Tras el enlace, se mudaron al palacio real griego, donde fue testigo de sus mayores alegrías pero también de las peores desgracias.
Cuando estalló la guerra de los Balcanes, que enfrentó a griegos y turcos, la royal se trasladó al campo de batalla y se dedicó a salvar vidas. «Brazos, piernas y cabezas destrozadas. Cambiar vendajes que llegaban hasta las rodillas, en un corredor lleno de sangre», describió más tarde en una carta dirigida a su madre. Tras la derrota griega, en 1922, la familia real se vio obligada a exiliarse dado que sus vidas corrían riesgo.
Exilio y separación
En los cuatro años siguientes, el núcleo familiar se fue derruyendo. El príncipe Andrés se instaló en Montecarlo y Philip, el menor de sus cinco hijos y único varón, creció alejado de sus padres, al ser educado en internados de Escocia e Inglaterra, junto a sus primos. Las cuatro hijas de la pareja real, por su parte, hicieron su vida con nobles germanos.
Por aquellas fechas, Alicia de Battenberg se convirtió a la fe ortodoxa griega, con la que se involucró al extremo de asegurar que recibía mensajes divinos y que tenía poderes curativos. Hasta que en 1930 sufrió un colapso nervioso y fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide.
Fue internada en un psiquiátrico en Suiza en contra de su voluntad y allí fue tratada por el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. El austriaco consideró que las alucinaciones de la princesa eran resultado de una frustración sexual y recomendó la aplicación de electrochoques y rayos X en los ovarios, con el fin de adelantarle la menopausia y apagar así la libido.
Estuvo recluida durante dos años, periodo que para siempre marcaría su vida, tanto física como emocionalmente. En 1937, Alicia viajó de Grecia a Alemania y se reencontró con su familia en el funeral de Cecilia, una de sus hijas, quien falleció en un accidente aéreo en Bélgica.
En esa oportunidad, le pidió a su hijo Philip, entonces adolescente, que se fuera a vivir con ella a Atenas. No obstante, él rechazó la propuesta porque quería seguir con su carrera de oficial en la Marina Real. Desdichada, retornó a Grecia para dedicarse de lleno a las obras sociales.
Europa en guerra
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Alicia de Battenberg se encontraba brindando asistencia en comedores para gente en extrema pobreza. Cuando llegaron las tropas alemanas a territorio griego, la princesa ocultó a una familia judía en su propia casa.
Sus raíces alemanas y la relación de sus hijas con militares nazis la protegieron de cualquier problema. Además, utilizó si sordera como excusa cuando la Gestapo trató de interrogarla. Su apoyo a los más necesitados en un contexto de violencia extrema le valió el reconocimiento oficial como heroína del Holocausto, otorgado por el Yad Vashem.
En octubre de 1944, Atenas fue liberada y, a finales de ese mismo año, Alicia quedó viuda. No había visto a su esposo desde 1939, cuando aún sostenía romance con una condesa y actriz francesa.
La princesa vendió todas sus joyas reales menos los diamantes que le entregó a su hijo para que fabricara el anillo con el que le pidió matrimonio a la entonces princesa Elizabeth II. En 1947 acudió a la boda de la pareja, celebrada en la abadía de Westminster, en Londres. Aquella fue la última vez que se le vio en público luciendo ropas elegantes.
Después de eso, abandonó los lujos para siempre, regresó a Grecia y fundó su propia orden religiosa: la Hermandad de Marta y María.
Últimos años
La orden funcionó durante algunos años, hasta que se quedó sin fondos ni voluntarias. La salud de la princesa poco a poco se fue resquebrajando y la situación política de Grecia empeoró. En 1967, un nuevo golpe de estado destituyó a la familia real griega, con lo que tuvo que abandonar el país que la había acogido.
La reina y su esposo la invitaron al palacio de Buckingham. Entonces tenía 82 años. Su última aparición pública tuvo lugar el 3 de octubre de 1969. El 5 de diciembre de ese mismo año, Alicia de Battenberg falleció.
Inicialmente fue enterrada en la cripta real del castillo de Windsor. No obstante, en 1988 sus restos fueron trasladados a la iglesia de Santa María Magdalena, ubicada en el monte de los Olivos, en Jerusalén, tal como ella deseaba. Precisamente, sus últimos días y la reconciliación con su hijo —tras años de ausencia y episodios lamentables— fueron retratados en la más reciente temporada de «The Crown».
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