En diálogo con COSAS, Rafael Aita, autor de Los Incas del Virreinato, explicó cómo fue la vida de los descendientes de la nobleza inca quienes, lejos de quedar en el olvido, se incorporaron a la corona española y gozaron de riquezas y títulos nobiliarios.
Por: Mery Jiménez
Poco se ha hablado sobre lo que ocurrió con la nobleza inca una vez conquistado el Perú en el siglo XVI en comparación con otros pasajes históricos; pero sabemos que su linaje no se extinguió con la caída del Tahuantinsuyo o la muerte del último soberano, Atahualpa. Así lo explica Rafael Aita, quien mencionó en entrevista con COSAS algunos detalles al respecto, como el hecho de que, en realidad, los miembros de la élite del incanato fueron reconocidos por la Corona española y algunos de sus descendientes tuvieron participación activa en la historia política y militar del país europeo.
«Hay entre ellos personajes relevantes que desempeñaron un papel protagónico en España; de repente, el más famoso de ellos es el Inca Garcilaso de la Vega«, explicó Aita.

Lejos de desaparecer, muchos descendientes del incanato se integraron en las altas esferas del poder en España, formando parte del ejército, la nobleza y las cortes del Rey.
Sin embargo, conviene partir por el inicio. La imagen de un inca con nombre español, bautizado y renunciando a sus títulos reales para cedérselos a la Corona parece algo disruptiva y contradictoria al ideal del soberano luchador que resistió al invasor extranjero; no obstante, es un capítulo que, de hecho, ocurrió cuando Sayri Túpac —hijo de Manco Inca, quien fuera considerado sucesor de Atahualpa y fundador de los incas de Vilcabamba— llegó a la ciudad de los reyes luego de un largo periodo de tensiones y conflictos.
«Después de diez años de negociaciones (Sayri Túpac) decide viajar a Lima como un inca. O sea, en una litera con una corte de trescientos siervos […] se encuentra con el virrey y este le ofrece la encomienda de Yucay, que era la hacienda más rica del Perú y está en el Valle Sagrado, entonces él se convierte en encomendero en Yucay y, a cambio, el cetro del inca pasa a manos de los reyes de España», señala el escritor.
«Es por eso que tú tienes los cuadros, que hay varios, por ejemplo, en la catedral de Lima o en el Museo Larco, en donde está la lista de los catorce incas y después de Atahualpa está Carlos V, Felipe II y los demás reyes de España como sucesores de los incas», agregó Rafael.

Rafael Aita, autor de “Los Incas del Virreinato”, habló del destino de la nobleza inca tras la caída del Tahuantinsuyo: títulos nobiliarios, alianzas con la corona española y protagonismo en la historia europea.
En tal sentido, el linaje de Sayri Túpac Inca se extendió años más tarde hasta la lejana España gracias a su hija, Beatriz Clara Coya, princesa del Perú, quien se casó con Martín García de Loyola, nada menos que el sobrino de San Ignacio de Loyola.
«Los Loyola eran una familia importante en España, vamos, tenían un santo, eran la familia del fundador de los jesuitas», explica Aita. Por su parte, el fruto de la unión entre Beatriz y Martín, Ana Lorenza de Loyola Inca, se casó con Juan Enríquez de Borja, descendiente de San Francisco de Borja, emparentando así con este importante linaje más conocido por la italianización de su apellido: Borgia. Esta mujer se convertiría en la primera marquesa de Oropesa, y su hijo tendría entre sus antepasados a dos papas, a los reyes de España, a los incas y a dos santos, además de diversos títulos en su haber, formando parte de la Casa de Borja-Loyola Inca .
Otros descendientes de la nobleza del Tahuantinsuyo que jugaron un rol importante en España fueron Juan Bustamante Inca, quien participó en la corte del rey, o Dionisio Inca Yupanqui, que, según menciona Rafael, luchó contra los franceses en la invasión napoleónica y también integró las cortes de Cádiz donde se hizo la primera constitución española en 1812.

Beatriz Clara Coya, hija de Sayri Túpac, se casó con Martín García de Loyola, sobrino del fundador de los jesuitas.
En este contexto, existe otro personaje que sin duda vale la pena mencionar: se trata de Paullu Inca, quien vivió en los albores de la conquista y se caracterizó por actuar como un excelente estratega y diplomático. A diferencia de su hermano, Manco Inca, Paullu rápidamente entendió que la era del Tahuantinsuyo había llegado a su fin y, en lugar de sublevarse, se unió a las filas españolas muy pronto, consiguiendo que las panacas —que agrupaban a los descendientes del inca— fueran reconocidas en el llamado Consejo de los Veinticuatro, entidad que permaneció vigente hasta la República y los identificaba como una corte de nobles en Cusco.
«Una vez al año (los miembros del Consejo de los Veinticuatro) votaban para elegir al alférez real del Inca, quien era el que llevaba en las ceremonias y en las procesiones el estandarte del rey. Llevar el estandarte del rey significa que podían actuar a nombre del rey de España, y por eso es que tú lo ves en todos los cuadros de la serie del Corpus Christi que está en el Palacio Arzobispal y en todas las procesiones del Corpus Christi. Delante de la procesión está el alférez del Inca, de piel cobriza, con la mascapaycha sobre la cabeza, con el sol en el pecho y con el estandarte del rey en la mano derecha», señala Rafael Aita.
Asimismo, el hijo de Paullu, Melchor Carlos Inca, viajó a España, donde vivió el resto de sus días con una pensión de la Corona y fue nombrado caballero de la Orden de Santiago en 1627.

El alférez real del Inca encabezaba las procesiones del Corpus Christi en Cusco, portando el estandarte del Rey.
Lo cierto es que todos estos hechos, profundamente ligados a nuestra vasta historia, responden a una pregunta que abordamos muy poco ¿Qué sucedió con la familia de los nobles incas tras la conquista?
«Esto rompe completamente con ese discurso del ‘pobrecito indio oprimido por el malvado español’. No tiene sentido, porque no eran ningunos ‘pobrecitos indiecitos’. Eran nobles. Iban a España, se casaban con mujeres de la nobleza, entraban al ejército, comandaban regimientos de dragones, se integraban en las cortes. Eran personas a la par de la nobleza española, por lo menos al nivel de los grandes de España», sentencia el escritor de «Los Incas del Virreinato».
«Esto no lo digo yo, lo dicen las cédulas reales emitidas por Carlos V y Carlos II, que otorgaban honores y reconocimientos. Esas cédulas equiparaban a la nobleza inca —y en general a la nobleza de los llamados ‘naturales’— con la nobleza española», concluyó.
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