A los veintiocho años, luego de un acontecimiento que le cambió la vida, Stephanie ha encontrado un balance: el trabajo ya no abarca todas sus prioridades. Aunque es dueña de la marca de ropa Rebel Soul y elabora sus propias joyas, ha aprendido a dejarse llevar por el momento y fluir, gracias a la práctica de actividades como el reiki y la cristaloterapia.

Fotos de Camila Rodrigo

En estos días, mientras prepara su colección de verano, Stephanie visita
con frecuencia a sus proveedores de Gamarra.

Como sucede con mucha gente, Stephanie trabajaba en una empresa y su vida giraba en torno a su rutina laboral. Paraba estresada, buscando que todo estuviera bajo control, y casi no tenía tiempo para sí misma… hasta que una noticia adversa la llevó a replantear su mentalidad: a su madre le diagnosticaron cáncer de colon.

“Por suerte, encontramos a un doctor que no era oncólogo, pero había traído una técnica de Japón con la que podía extirpar los tumores capa por capa”, recuerda Stephanie. La intervención a su madre duró seis horas, pero fue exitosa. “A raíz de eso, dije: ‘No puede ser que mi vida solamente consista en trabajar. No estoy comiendo bien, no hago ejercicios, no me cuido”, concluyó Stephanie. Así fue que nació su gusto por el reiki –hoy, incluso, dicta talleres– y la cristaloterapia, y rompió con su antigua rutina.

El lanzamiento su marca de ropa y sus joyas forman parte de su nueva manera de vivir. “Más que una marca, quiero que sea un concepto inspirado en las prácticas del yoga, del reiki; que transmita un balance, optimismo, gratitud. Por eso, hago polos con frases positivas, motivadoras, y mis joyas siempre están vinculadas a la energía de las piedras”, explica. “Se trata de que la gente busque una vida menos egocéntrica. Estamos todos encerrados en nuestra burbujita; somos cien por ciento indiferentes. Creo que hemos perdido todo sentido de comunidad”, agrega Stephanie.

“Debemos rebelarnos con alma ante una sociedad indiferente”. El estereotipo de “persona espiritual que vive prácticamente como un monje budista” no va con ella. “Me cuido, trato de ir todos los días al gimnasio, pero también soy adicta al chocolate, y no soy experta en nutrición holística. Un año medio la locura de volverme vegetariana y me dio anemia. Aparte, me encanta la carne. Y sí juergueo: mi verano es full playa… No es cuestión de aislarse, para nada, sino de enfocarse en más de una parte, habiendo tantos matices que se pueden experimentar”.

De padre montenegrino y madre peruana, Stephanie nació en Ecuador. Estudió Administración en la Universidad de Lima.

Su padre, nacido en la antigua Yugoslavia, murió cuando Stephanie tenía trece años. Había llegado a Sudamérica huyendo de la dictadura de Tito. “Mi papá era mi héroe, mi ídolo, mi todo. Hasta ahora siento que me falta un tipo de guía”, admite. Es probable que de él haya heredado la vena emprendedora: cuando
vivían en Ecuador, su papá tenía una fábrica textil. Seguro estaría orgulloso de que, antes de cumplir treinta años, Stephanie ya sea dueña de una marca con la que busca concientizar a las personas acerca de un componente esencial: el valor de disfrutar de la vida.