Punta Hermosa es el reino de Gabriela Alonso. No hay rincón, atajo ni persona que no conozca. Cuando hicimos la sesión de fotos, ella nos ayudó a encontrar las locaciones perfectas y sugirió caminos que nos hicieron ahorrar tiempo cargando nuestro equipo bajo el inclemente sol de febrero. Todos la saludaban y lo hacían bonito, con cariño. Vivir en Punta Hermosa es un lazo fuerte.
Nunca ha vivido en Lima. Siempre ha estado entre el campo y la playa.
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La suya fue una infancia fuera de lo común: iba a caballo al nido en Chaclacayo y paseaba por Punta Hermosa montando la bicicleta con motor que su padre le había hecho. Gabriela es la menor de tres hermanos, heredó la vena creativa de su padre, Joaquín, quien amaba dibujar de chico y hoy dirige un taller mecánico. “Era la única niña que tenía una lancha miniatura para las Barbies”.
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Gabriela recoge conchitas, piedritas y ramitas de la playa, luego las convierte en cuadros que decoran su cuarto. También hay un mandala, muchas plantas, libros, un maletín lleno de mostacillas y una gran mesa. “En invierno puedo pasar todo un día pintando, haciendo manualidades, o maquetas”, cuenta. La neblina la calma, y la soledad de los inviernos en Punta Hermosa no la deprimen, todo lo contrario, ensanchan su imaginación.
Dibuja desde que tiene memoria, y hace seis años que lo hace a lo largo y ancho de las paredes. Sus murales embellecen restaurantes, heladerías, una tienda de decoración y un nido. Sus manos inquietas también confeccionan atrapasueños con cintas, aros de plástico, mostacillas que saca de collares y plumas. Hizo cincuenta, los puso en una tienda de la playa y se agotaron en un fin de semana. Le siguieron versiones creadas para carros y para babyshowers. En el futuro le gustaría estudiar arte en Indonesia, para aprender no solo de los profesores sino también de los artesanos.
Este año se estrenó como empresaria. Ella y su enamorado, Andrés Zignago, tienen Açai Punta Hermosa, un carrito que ha hecho del açai –esa supernutritiva y energética baya morada que crece en la selva amazónica, más conocida como la fruta de la vida– un fenómeno en el sur chico. El carrito de madera, decorado con un mandala, ofrece açai acompañado de distintas frutas, granola, miel, polen y coco.
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Gabriela sabe disfrutar de las cosas simples, y nos contagia para que todos podamos hacerlo. Aunque sea un poco.
Por Ana Carolina Quiñonez Fotos de Rafo Iparraguirre
Estilismo: Raquel Melian
Maquillaje y peinado: Olga Soncco
Producción: Vanessa Robles
Asistente de fotografía: César Silva
Asistente de estilismo: Alexandra Carcausto
Video: Javier Zea
Agradecimientos: Alexander Wang, Eyes Illusion, Do it,
Jazmin Chebar, Adidas,Scrunchie, Dhosis, Maria y Jessica Butrich.