Un texto de Eduardo Tokeshi fue el gatillo de la búsqueda. Carlos Runcie Tanaka había sido invitado a exponer en el Centro Cultural Ricardo Palma, pero a tres semanas de la estipulada inauguración no tenía aún un cuerpo de trabajo definido. El texto del artista lo conmovió. Hablaba de una festividad religiosa en Japón llamada Obón, que se realiza en agosto. En ella se celebra a los antepasados muertos que vienen a saludar a sus descendientes vivos. Cuando termina, los espíritus de los familiares muertos deben regresar, con luces para no perderse, por un río llamado Sanzu.

El texto fue una imagen muy poderosa para Runcie Tanaka. “Fue el detonante de un río que yo imaginé en mi cabeza”, dice el artista, en medio de su instalación. “Este río recorrería todos los ambientes de las salas, un río continuo de papel blanco. Decidimos también colocar una vela que está todo el tiempo encendida en la galería como símbolo de vida”.

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Runcie Tanaka añade que el Obón tiene que ver con un mito budista muy antiguo que habla del río Sanzu. Luego de siete días de haber fallecido, había tres maneras de cruzarlo. Los que habían tenido una vida densa y pesada surcaban por aguas turbulentas llenas de serpientes. Las almas que habían obrado bien lo atravesaban de manera rápida y sin problemas. Pero un tercer grupo era sometido a una especie de evaluación o juicio a cargo de dos demonios: uno femenino y otro masculino. El primero despojaba a las almas de sus ropas y el otro colgaba de un árbol las prendas para ver la intensidad de los pecados. Era una suerte de juicio final.

Interrogado sobre la presencia de la muerte en su vida y su eventual balance kármico a la hora de cruzar el río, Runcie Tanaka cree que no estaría entre los que pasan limpiamente y sin problemas. “Tampoco estaría entre los peores, pero quisiera estar en el grupo de los que tienen que ser despojados de sus ropas y ver, en un balance, si es que obré bien en esta vida”, señala.

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La muerte no es una presencia desconocida en la vida del artista. “La he tenido muy cerca en distintos momentos”, dice. En 1994 casi se ahogó luego de ser derribado por una ola de cuatro metros que lo sorprendió mientras surfeaba en Pasamayo. En 1996 fue uno de los rehenes que tomó el MRTA en la residencia del embajador de Japón. Y en 2008 sufrió un infarto y dos dramáticas operaciones al corazón. No obstante, todas estas experiencias las tradujo en arte. En Pasamayo descubrió a los cangrejos, piezas claves en su trabajo posterior. Luego de ser liberado de la  residencia del embajador japonés, creó seres que en sus expresiones develaban ansiedad, angustia e impotencia frente a lo que muchas veces nos toca vivir. Y luego de las operaciones hizo una muestra en la que un papel blanco buscaba la luz y la limpieza en su vida.

Esta muestra creo que recoge esos momentos y arrastra, en este papel que se retuerce, que tiene reflujos y corrientes, todas esas experiencias que he tenido, buenas y malas, todas, en una especie de karma que acarrea toda esta vida y la vida de la gente que nos rodea”, señala el artista.

Él quisiera pensar que toda la humanidad es como este río que sigue avanzando. “Con sus contorsiones, sus momentos, sus diferencias, y sigue finalmente una continuidad, donde a mí me parece importante conservar la memoria, reflexionar, no para quedarnos atrás, sino para vivir un presente con mejores posibilidades de comprenderlo y, sobre todo, para mirar hacia un futuro”.

Por Stefano De Marzo
Foto de Javier Zea
Video de Javier Zea y Jimena Gallarday