Ícono cultural, portada de revistas, creadora de tendencias. Zaha Hadid (1950-2016) era todo eso y más. Su muerte, en marzo del año 2016, dejó la impronta de quien ha marcado un antes y un después en el mundo de la arquitectura.
Por Laura Alzubide
“Cualquiera que hubiera conocido a Zaha en esa época habría quedado deslumbrado por su combinación de belleza y fortaleza”, afirmó Rem Koolhas pocos días después de su muerte en Miami, a causa de un ataque cardiaco, cuando había sido internada en el hospital por una bronquitis. El arquitecto holandés la había conocido en la Architectural Association, donde la tomó como alumna privilegiada junto con Elia Zenghelis. Por aquel entonces, Zaha Hadid tenía tan solo 22 años. Había estudiado Matemáticas en la Universidad Americana de Beirut. Era hija de un político liberal iraquí y, durante su infancia, se había quedado fascinada por el poder transformador de las ruinas sumerias y de los edificios de Frank Lloyd Wright y Walter Gropius, construidos en Bagdad cuando esta era una ciudad moderna y secular.
“Su entusiasmo y su visión de la arquitectura encendieron mi ambición, y me enseñaron a confiar incluso en mis más extrañas intuiciones”, confesó Hadid para rendir homenaje a sus maestros cuando recogió el Premio Pritzker en el año 2004. Era la primera mujer en obtener el galardón y, sin embargo, su carrera nunca fue fácil. Tenía una personalidad avasalladora y no le gustaba cobijarse bajo figuras masculinas. Su piel era oscura y provenía de una familia iraquí acomodada. Tras graduarse en la Architectural Association, entró a trabajar en OMA, el estudio de Rem Koolhaas en Rotterdam. Y, a pesar de que le ofrecieron convertirse en socia, en 1979 abrió su propia firma en Londres.
En 1982-1983, comenzó a llamar la atención con el diseño del Peak Club en Hong Kong, aunque nunca se construiría. En aquella época, parecía que su destino iba a limitarse a esbozar alucinantes pinturas constructivistas –el vanguardista ruso Kazimir Malevich fue el objeto de su tesis de graduación– y a diseñar edificios que nunca verían la luz. Incluso, a comienzos de los años noventa, ganaría dos veces el concurso para la Cardiff Bay Opera House. Pero financistas desdeñaron sus propuestas por ser económicamente arriesgadas, y optaron por un proyecto de Norman Foster.
Por fin, en 1993, recibió su primera comisión: la estación de bomberos de la fábrica de Vitra, una composición dinámica de concreto que destacaba por sus aristas desafiantes. Poco a poco, definía un lenguaje propio, con la plataforma de saltos de esquí Bergisel en Innsbruck (2002), el edificio de la BMW en Leipzig (2005) y el Phaeno Science Center en Wolfsburgo (2005). En 2003, el Rosenthal Center for Contemporary Art en Cincinnati –su primera obra estadounidense– sería calificado por Herbert Muschamp, del diario “The New York Times”, como “el edificio estadounidense más importante desde la Guerra Fría”.
Se vienen las curvas
“Su estilo cambió, de las ángulos agudos de los primeros trabajos a las formas curvas complejas, aunque el énfasis en los espacios dinámicos y el desafío a la gravedad siempre permanecieron”, ha explicado el crítico arquitectónico Rowan Moore, de “The Guardian”. Son las formas sinuosas las que predominan en el Museo MAXXI de Roma (2009) y la Guangzhou Opera House de Beijing (2010). Y, sobre todo, el Centro Acuático para los Juegos Olímpicos de Londres (2012) y el Heydar Aliyev Center en Bakú, Azerbaiyán (2013). Para Hadid, estas serían las obras más importantes de su carrera. Una carrera que compaginaba la arquitectura con el diseño de estructuras temporales, mobiliario, accesorios, joyas e, incluso, zapatos. Era capaz de imprimir su sello en todas las variantes del diseño.
En los últimos años, su nombre ha sido constantemente noticia. Seguía ganando proyectos. Pero, a pesar de la fama, no todos serían realizables. Y los terminados ni siquiera estarían libres de polémica. El Centro Acuático fue criticado debido a los sobrecostos. El Heydar Aliyev fue comisionado para rendir homenaje a un presidente autoritario, según la prensa británica. Por si fuera poco, hace unos meses, el comité organizador de los Juegos de Tokio 2020 reemplazó su diseño del Estadio Olímpico, a medio construir, por otro de Kengo Kuma, más barato y mejor adaptado al entorno. Zaha Hadid no vaciló a la hora de denunciar que el nuevo diseño era un plagio del suyo.
Este es el precio de pertenecer a la “star architecture”: la constelación de nombres que convierte en ícono todo lo que toca, como Frank Gehry con el Guggenheim de Bilbao y Norman Foster con “El Pepinillo” de Londres. Admirados por el público, escrutados ferozmente por los críticos, Zaha Hadid era la reina de esa constelación. Se encontraba en la cima de su carrera. Pocos días antes de morir, en marzo de 2016, había recibido la Medalla de Oro del RIBA –de nuevo, era la primera vez que lo obtenía una mujer– y había lanzado una nueva línea de joyas para Georg Jensen. Nadie esperaba su muerte. Pero, como nos reportan desde su estudio, el legado no acaba aquí: su socio, Patrik Schumacher, ha manifestado que la firma londinense va a seguir desperdigando la arquitectura de Zaha Hadid alrededor del mundo.
“Ella es un planeta que sigue su propia e inimitable órbita”, escribió Rem Koolhaas cuando la evaluó como estudiante de la Architectural Association. “Su estatus tiene sus propios premios y dificultades: debido a la extravagancia y a la intensidad de su trabajo, será imposible que tenga una carrera convencional. Tiene un talento que refinará y desarrollará en los próximos años”. Su predicción fue certera. Solo que no vislumbró que el planeta sería tan grande ni su órbita tan poderosa.
Fotos: cortesía de Zaha Hadid Architects
Artículo publicado en la revista CASAS #232