Arquitecta, investigadora y docente. Patricia Llosa se encuentra en un buen momento de su carrera, pero no por eso deja de seguir indagando en su proceso proyectual. En su experiencia profesional existen algunas victorias, quizás la más importante haya sido ganar el concurso público para diseñar el Museo de Sitio de Pachacámac (2005), junto con su socio Rodolfo Cortegana. Un proyecto que les sigue dando satisfacciones.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Víctor Idrogo / Fotos de Juan Solano
Dice que Juvenal Baracco fue quien le inoculó la pasión por la arquitectura “con esa genialidad suya”. Y que Álvaro Siza es uno de sus referentes, al punto de que existe un antes y un después de visitar su obra en Portugal. Como existe un antes y un después de que ganara, con Rodolfo Cortegana, el concurso para el diseño del Museo de Sitio de Pachacámac, hace trece años. Este proyecto, precisamente, fue finalista del Mies Crown Hall Americas Prize 2014/2015 y Obra del Año2017 en la web de Archdaily en español. El edificio no deja de sorprender a propios y extraños, entre otras razones, por lo mimetizado que se encuentra con su entorno. En el diseño confluyó toda la experiencia que traían los arquitectos de intervenciones museográficas realizadas, un ítem fuerte del estudio Llosa-Cortegana.
Contactamos a la arquitecta, quien en todo momento habla de su trabajo con su socio. El diálogo se dio en su departamento, un espacio muy íntimo donde destaca la inmensa biblioteca, de la que ella toma uno y otro libro para seguir nutriendo su proceso creativo.
–¿Realmente siente usted que se discrimina a la mujer arquitecta?
–En nuestro país, el problema de género existe en todos los campos, no solo en el de la arquitectura. Respecto a lo que me preguntas específicamente, tenemos todavía una diferencia abismal entre la cantidad de mujeres en las aulas, que están entre un 60 y 70 por ciento, y el porcentaje de presencia en las oficinas, que se reduce drásticamente. Y, mientras más vas subiendo en los puestos de liderazgo de la profesión, el porcentaje se hace más pequeño.
–Los resultados del trabajo en el tema de igualdad de género aún no son muy alentadores, como se ve. Y en cuanto a la situación de la arquitectura en nuestro país, ¿cómo la observa?
–A nivel mundial la arquitectura peruana está teniendo una presencia que ya la tuvo en los años ochenta, con arquitectos como Juvenal Baracco y Emilio Soyer. Es recién en estos últimos años que se ha empezado a reconocer, en el exterior, las cosas interesantes que se vienen haciendo acá. Tenemos arquitectos ganando bienales, representando al Perú en premios internacionales. Sandra Barclay, por ejemplo, ha sido reconocida como la Mejor Arquitecta del Año en Inglaterra. Sin embargo, nos falta mucho, y entre otras cosas, la presencia de críticos en arquitectura. Para que un país tenga una propuesta arquitectónica más redondeada, necesita tener críticos y publicaciones.
–¿Cuál sería la contribución real de los críticos?
–Se propiciaría más investigación y, al tener los críticos más espacios de discusión, las posibilidades de que los arquitectos participen en decisiones importantes de la ciudad serían mayores. Porque hay problemas en la ciudad y los arquitectos son los últimos a quienes llaman para consultarles.
–Usted acaba de dejar el cargo de presidenta de la Asociación Peruana de Estudios de Arquitectura (AEA), que nació para promover, entre otras cosas, la valoración del arquitecto. ¿Cuál es su balance?
–Hemos ganado bastante, pero es un proceso largo. Estamos trabajando en el tema de los concursos no solamente en el ámbito privado, sino también en el público, porque es aquí en donde la arquitectura tiene mayor accesibilidad a la sociedad, mayor impacto porque puede cambiar la vida de las personas. El Estado tiene que entender, en algún momento, que el concurso público va a permitir que se construyan los mejores proyectos posibles para la sociedad, para el país, con nuestro dinero. Tenemos que hacer que eso no sea una excepción, sino que sea la regla.
–Ha hablado de concursos públicos y hay uno en particular con el que se ha consagrado Llosa-Cortegana: el Museo de Sitio de Pachacámac. ¿Por qué tardó diez años en ejecutarse?
–El Estado tiene sus propias complicaciones, sus problemas internos, logísticos, y cada vez que cambia una cabeza todo se duerme en el sector. En ese momento, el museo no pertenecía al Ministerio, sino al Instituto Nacional de Cultura que estaba a cargo de Luis Guillermo Lumbreras. Lo importante es que aparece la figura de Denise Pozzi-Escot, actual directora, quien al retomar el proyecto lo vuelve suyo hasta lograr hacerlo realidad.
–Tras una década entre el diseño y el inicio de la ejecución de un edificio, nada puede seguir igual.
–Hubo dos etapas de actualización. Una en 2009 con la directora Cecilia Bákula, quien nos pidió unos cambios en la zona de los servicios del museo, y después, en 2013, cuando se solicitaron ajustes puntuales, poco tiempo antes de la construcción. Claro, iba pasando el tiempo y las necesidades iban cambiando. Pero el proyecto base es el mismo.
–En el museo de sitio, ¿qué fue lo que ustedes plantearon, enfrentaron y defendieron, en pocas palabras?
–Lo difícil era cómo operar en un santuario, un lugar sacralizado; en un desierto de esa magnitud, de esa escala. El proyecto lo que hace es posarse de la manera más humilde posible en el territorio. Siempre tuvimos claro que lo importante en ese espacio eran los edificios precolombinos. Hay una superposición de capas, de edificios que han ido a lo largo de la historia apareciendo, y el nuestro iba a ser una capa más, por lo que había que ser muy pertinentes.
–Entendimiento y respeto como columnas vertebrales.
–Así es. Trabajamos mucho con Rodolfo, en ese momento, para tratar de entender el santuario, los edificios precolombinos, la preexistencia, recorriéndolo todas las veces que se podía. Hemos hecho varios pagos a la tierra para pedir permiso a la huaca para modificar un poco su territorio. Porque, a medida que más conoces el lugar, te vas mimetizando y entendiendo que es mucho más que un espacio físico: es un territorio metafísico muy vivo, porque hasta ahora la gente va y hace sus ofrendas y peregrinajes.
–¿Podemos hablar de un antes y un después de Pachacámac?
–Definitivamente, el Museo de Pachacámac ha sido un proyecto muy importante porque nos ha llevado a invitaciones internacionales, ha sido muy publicado y hasta el día de hoy nos trae muchas satisfacciones. En realidad, a lo largo de nuestra carrera ha habido varios cortes, entre otras cosas, porque permanentemente estamos revisando nuestros procesos proyectuales, viendo qué es lo que hicimos antes, en qué momento se generaron ciertas rupturas. Creo que los edificios de la Católica (Tinkuy, el Aulario de Ciencias y la Biblioteca FACI) han marcado momentos muy importantes, porque cambiamos de escala a edificios mayores. Y, así, cada etapa tiene lo suyo.
–¿Alguna vez han dicho que no a un encargo?
–No muchas. Y ha sido cuando sentimos que el proyecto no tiene ningún espacio para la indagación arquitectónica, ninguno. Cuando solo es de especulación inmobiliaria. Un arquitecto colombiano, Carlos Niño Murcia, le dijo a Rodolfo una frase que se me ha quedado: “Los arquitectos somos los únicos que damos liebre por gato”. Y si vamos a trabajar dándolo todo, tiene que haber un interés claro, una rendija, y a veces no se da.
–¿Un salario emocional?
–(Risas). No estoy hablando de plata, porque de plata olvídate. Estoy hablando de un espacio que nos permita decir algo de la arquitectura.
–¿En qué momento de su carrera se encuentra?
–En un momento cómodo. El maestro Juvenal Baracco siempre nos decía que uno recién se hace arquitecto a los cuarenta. Ya me considero arquitecta, ya pasé esa barrera.
Artículo publicado en la revista CASAS #257