Con diez años de trabajo como arquitecto e interiorista, Gianfranco Loli se declara amante del arte peruano en todas sus expresiones, fiel confeso del horror al vacío y siempre abierto a hacer dialogar diferentes culturas en un solo espacio. Su nuevo departamento rebosa de ese estilo propio que aún no llega a bautizar definitivamente.
Por Tatiana Palla / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La última mudanza de Loli fue la más inesperada. Unos clientes de larga data le habían pedido intervenir un departamento en Surco para ponerlo en alquiler. Habría sido un trabajo más si no fuera porque, al poco tiempo de ingresar a hacer los primeros arreglos en la casa, Loli decidió mudarse allí. Y el trabajo, que se había iniciado para hacer más atractivo el departamento para un futuro inquilino, pronto se convirtió en una misión personal. Muy personal.
Apenas se ingresa al departamento de Loli, la mirada del visitante se encuentra con su colección de arte: grabados, óleos y xilografías peruanas de las décadas de los cincuenta y sesenta que se revelan como un manifiesto de su pasión por el arte local. Obras de José Sabogal, Julia Codesido y Gerardo Chávez enmarcan el sofá principal de la sala, un mueble de tres cuerpos que heredó de su tía abuela y que retapizó en un hogareño color beige.
El sofá familiar no es la única pieza restaurada en la casa de Loli. Dar nueva vida a muebles antiguos o incorporarlos tal cual llegaron a sus manos es esencial en su estilo, que trata de explicar con máximas permanentes en cualquiera de sus intervenciones. “Los muebles antiguos siempre dan calidez a una casa. Siempre necesito ese contraste entre lo viejo y lo nuevo. Por eso creo que no puedo ir a la tienda y comprarlo todo nuevo: siento que no se ve vivido. En casa tengo muchos muebles que heredé”, relata Loli.
Allí mismo, en la sala, se suma una alfombra cuzqueña de comienzos del siglo XX, un biombo oriental que compró en un mercado de pulgas hace años, y un imponente candelabro de madera de dos metros de altura que se erige como una de las piezas principales de su sala. Lo encontró hace tres años en el depósito de su maestro tapicero y no dudó en llevárselo. “Cada vez que consigo un departamento más grande, voy metiendo más cosas. Le tengo horror al vacío”, afirma. Pero aquello que por algunos es visto como una flaqueza se convierte en la clave de la estética de Loli. “Maximalismo”, lo denomina a veces, a falta de una mejor palabra.
La búsqueda constante de nuevas piezas no se limita a su colección personal. Es una actitud permanente, incluso para casas y departamentos que ya ha decorado y entregado. “Hay clientes con los que puedo trabajar dos años seguidos. Y si se forja un lazo de amistad, siempre estoy pendiente de algo que pueda sumarse a su propuesta de interiores. No puedo evitar llamar y proponer una nueva pieza, así haya entregado la obra hace tiempo”, confiesa Loli.
El retorno del papel tapiz
El pasadizo de distribución a las habitaciones del departamento está revestido con un papel tapiz de fondo celeste y hojas flotantes. “Tengo cinco años mirando este tapiz en los departamentos en los que he estado. Parece el papel de una casa inglesa antigua. Me fascina”, cuenta Loli. Eso sí, en una próxima mudanza, deberá buscar alternativas: este último tapizado ha mermado considerablemente su reserva.
A la derecha del pasadizo se encuentra la habitación principal del departamento, convertida en su oficina personal. Allí repite la propuesta del papel tapiz, que esta vez evoca una selva. Muebles hechos a medida de su anterior departamento, en blanco y en beige, sacan el mayor provecho de la habitación, y una antigua vitrina blanca le da el toque cálido al espacio.
A la izquierda, el pasadizo desemboca en un hall de distribución convertido en esquina de lectura. “Esta área estaba muy mal diseñada. Era una sala de televisión con techo de policarbonato. Las habitaciones no recibían luz ni aire. Lo remodelé todo”, explica Loli. El tragaluz dio espacio a un pequeño patio que ha llenado de anturios y palmeras que cuida desde hace cinco años.
Creó dos ventanas que dan ventilación y luz natural a su habitación y al taller de arte de su pareja. Y el hall de distribución recibió un mueble librero empotrado que dialoga con el mismo color del papel tapiz del pasadizo, para no perder continuidad estética. Una antigua silla de su abuelo, junto con un pedestal de Casa Rosselló, invitan a la lectura en este espacio que goza de total silencio.
Una habitación discreta
La carga de color, objetos y texturas que impera en toda la casa, está ausente en la habitación de Loli. “Mi habitación es un break visual. Es un espacio mucho más limpio, un lugar de desconexión. Lo he hecho lo más simple y neutro que he podido, con paredes blancas, un respaldar de melamine muy sencillo, unas fotografías de Ariana Loli, mi hermana, y una ropa de cama blanca y gris. Todo muy sencillo”, propone el interiorista. Unas lámparas de mesa de Artemide y Foscarini dan el detalle a la habitación, como para no perder la calidez en la pieza más íntima de la casa.