Esta semana fue la última función de Ruido, obra en la que Mariana de Althaus retrata a una familia que, con todas sus fuerzas, busca resguardarse de una amenaza invisible pero cercana. La visitamos para hablar de esto y de la importancia que tiene la figura maternal en sus trabajos. Además, nos confesó cuál es el ruido que ella percibe como más próximo y peligroso.
¿Sientes que Ruido se ha resignificado al volver a ponerla en escena diez años después?
Esa era la idea. Porque, al ponerse en un momento diferente, las lecturas cambian. Al principio, hace diez años, estaba en un instante muy específico: pensábamos que Alan García iba a ser elegido por segunda vez (y finalmente lo fue), la obra entonces se cargaba de una urgencia, de una necesidad. Ahora Alan no llegó al final, pero la obra se convirtió en una alerta para algo similar. Las lecturas se multiplicaron y creo que eso es bueno para todas las obras de teatro.
¿En qué momento te diste cuenta que empezó a tener otro tipo de lecturas?
Desde que empezamos a ensayar. Ahí surgió la necesidad de encontrarle otras interpretaciones, porque no hago teatro para alertar al electorado. El teatro no cambia nada, ese no es un móvil para una obra. Lo que sí es ideal es que la obra genere preguntas en el público, o lo ponga a pensar en algo que no se había puesto a pensar tanto, que funcione como un espejo y nos haga reflexionar o replantear cosas que asumíamos como hechas. Entonces desde los ensayos cambiaba cosas para que tenga más posibilidades de lectura.
En la puesta en escena el ruido representa una amenaza o una molestia. ¿Qué ruido te molesta a ti como dramaturga y qué te salva de eso?
Un montón de ruidos. Depende de las circunstancias. El ruido a veces es la culpa. Sobre todo para los que vivimos en un país con tanta injusticia y pobreza. Los que vivimos en un mundo un poco más privilegiado solemos cargar con la culpa de no saber qué podemos hacer o qué instrumentos tenemos para generar cambios. Y a veces la vida nos gana y no sabemos muy bien cómo dar ese paso. Además, cada uno tiene un ruido diferente. Cada uno tiene heridas, dolores y miedos que están ahí adentro y que uno no puede mirar todo el tiempo, porque si uno estuviera pensando todo el tiempo en aquello que le duele o le fastidia viviría de amargura. Creo que lo ideal en esta obra es que la gente deposite sus propios miedos en ese ruido y que haga el esfuerzo de pensar en qué medida son conscientes que ese ruido los están atormentando por lo bajo.
En la obra, se ve cómo la mamá intenta proteger a sus hijos del ruido. ¿Tú cómo aplicas esto en tu papel de madre?
Es un tira y afloja que hacemos todas las madres.
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En esta obra a mí me interesaba que se viera la lucha por proteger a sus hijos no sólo de la amenaza exterior, sino también del dolor que les había generado la ausencia del padre. La madre no quiere escuchar la ausencia del padre y el sufrimiento que esta ha generado en los niños. Y ella, como todas las mamás, se desvive por crearles un mundo perfecto a sus hijos. Sin embargo el ruido se cuela por las rendijas de la casa y es inevitable que estos niños sientan que algo les están faltando y se sientan rechazados por el padre. Creo que es una de las cosas con las que más me identifico: en la madre que trata de suplir las carencias que tienen los niños o que intenta demostrarles que el mundo es mucho más amable de lo que están percibiendo.
En Criadero también hablas de la maternidad. ¿Cómo fue ese proceso de creación y cómo ayudó tu propia experiencia de madre?
Criadero es la historia de tres mujeres que reflexionan acerca de su maternidad y de su propia crianza, de su relación con su madre. Partió de mi necesidad de hacer una obra de teatro con esos temas que no se tocan normalmente ni en la literatura ni en el teatro. No es un tema prestigioso la maternidad. Las madres siempre han estado representadas en la literatura y en el teatro como brujas malvadas, desgraciadas, opresoras, o santas abnegadas, casi muertas, casi beatas. No había esa madre real. Si hay personajes femeninos que son interesantes, no son madres. O, si lo son, se menciona tangencialmente. La maternidad no estaba contada en el teatro, sobre todo en la época que yo hice Criadero. Noté esa falta, esa ausencia. Y yo, que estaba criando, me puse a ver cómo podía contarlo. Y encontré en el testimonial una manera súper fuerte e interesante de abordar el tema contando historias reales de tres mujeres a las que no les ha pasado cosas demasiado extraordinarias en la vida, que solamente se han enfrentado a la maternidad y a muchos problemas y crisis y cosas durante su crianza.
En tus obras suele presente el contexto político, y muchas veces hay opiniones sobre personajes específicos. Hace unos días acaban de sancionar a Rafo León por una columna de opinión. ¿Crees que este hecho represente una amenaza que pueda llegar a la dramaturgia?
Felizmente el teatro no le importa a nadie. Seamos honestos. No llega a ser tan masivo ni tan influyente como para que a los políticos les llegue a importar.
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Ha habido casos, como el de La cautiva, pero fue un amago. No fue nada real. Felizmente toda la comunidad teatral reaccionó violentamente, en el sentido de que se paró de inmediato. Nos hizo ver que no vamos a permitir nada de eso. Pero efectivamente lo que ha pasado es preocupante. Sin embargo, a mí lo que más me preocupa ahora es que gane un sistema de gobierno al que no le interesa la cultura. Porque hemos avanzando culturalmente mucho en los últimos años. Este gobierno ha tenido un montón de desaciertos, pero culturalmente hemos avanzado. Me preocupa que perdamos esos logros. Porque luego recuperarlos es muy difícil. Un ejemplo específico es el Concurso Nacional de Dramaturgia, que era algo que teníamos antes del primer gobierno de Fujimori, pero luego se perdió y lo hemos recuperado.
¿Entonces el ruido que te preocupa es la amenaza a la cultura?
Sí. Porque económicamente el país va a seguir el mismo camino, el mismo rumbo. Lo que puede pasar es que se tomen decisiones como las que hizo Castañeda, de subir al poder y decir que desaparecía el Festival de Artes Escénicas de Lima, que era un evento precioso que se logró gracias a un esfuerzo gigantesco en la gestión de Susana Villarán. El problema es que se trata de mentalidades que ningunean la cultura, de mentes que piensan de una forma más autoritaria en la que no se permite el cuestionamiento.
Si en el peor de los casos ese ruido se acerca más, ¿cómo lo combatirías?
Haciendo teatro, no me queda de otra.
Por Omar Mejía Yóplac
Foto y video de Jimena Gallarday