El año pasado, con obras como La distancia que nos separa y Pequeña novela con cenizas, autores como Renato Cisneros y José Carlos Yrigoyen le dieron un espacio importante a la figura paterna dentro del panorama de la literatura peruana contemporánea. Este año ha sido otro escritor nacional, aunque radicado en España, el que ha centrado su trabajo en la imagen maternal. Sergio Galarza ha publicado Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre y conversó con nosotros acerca de la creación de este libro, de los descubrimientos que supuso el acercamiento a los diarios de su mamá, Doris Puente, y de la importancia que tuvo ella, quien falleció a causa de un cáncer, en su decisión de dedicarse a escribir.

Sergio Galarza radica en Madrid desde el año 2005. (Foto de Manuel Fernández)

Sergio Galarza radica en Madrid desde el año 2005. (Foto de Manuel Fernández)

¿En qué momento nace la idea de convertir tu acercamiento a las agendas de tu madtre en un libro?
La agenda de mi madre la reviso por primera vez el día del entierro. Todos en mi familia sabíamos de su obsesión por controlar sus gastos y por la puntualidad, pero desconocíamos que además las agendas le servían para anotar otras cosas como alguna idea literaria, un dicho ajeno o una escena que le había llamado la atención. Y en el caso de la agenda que da nombre al libro, encontré la canción de Bob Dylan en la última página. Era la del año que me visitó por primera y única vez en España y Blowin’ in the wind la habíamos escuchado juntos de camino a Galicia. Ese descubrimiento y la carta que nos dejó a sus hijos me confirmaron que mi madre aspiraba a que su vida fuera uno de mis títulos.

¿Nunca te dio un poco de nervios o miedo el hecho de ir ingresando cada vez más en el mundo de tu madre e ir descubriendo cosas suyas?
Mi madre era una persona transparente. A ella le gustaba contar los momentos cruciales de su vida. Era muy didáctica. Si uno de sus hijos descubría una novedad que no entendía se encargaba de explicar con naturalidad y firmeza. En mi caso, muy pequeño, descubrí que mis abuelos estaban separados y ella me explicó qué era un divorcio. No miento para engrandecer su metro y medio de estatura.

¿Y descubriste cosas tuyas?
Aparte de algunos datos sobre mi vida de niño, sólo volví a asombrarme de la capacidad de mi madre para leer a sus hijos. «No hay nada oculto bajo el sol», repetía mi madre cada vez que yo le mentía, y cuánta razón había en su advertencia. Los hijos nunca queremos aceptar que nuestros padres ya están de vuelta y que pueden ser los guías que necesitamos a veces.

Al hablar de fútbol, muchos suelen a pensar en un deporte que relaciona al hijo y a la figura masculina del papá. En el libro y en el video que lo promociona, esto no se da así. ¿Puedes contarme la relación que existió entre tu mamá y tu afición futbolera?
Es paradójico que la menos deportista de la familia fuese la que vivía pendiente de mis logros deportivos. Las notas más bajas de su carrera escolar eran las de Educación Física. Dudo que supiera qué era un tiro indirecto, pero mi madre había detectado que yo vivía la pasión de jugar y que ganar era una motivación.

Tras un campeonato colegial, llevado a cabo en Chile en 1988, Doris fue al aeropuerto a esperar a Sergio y sus compañeros, quienes se coronaron campeones.

Tras un campeonato colegial, llevado a cabo en Chile en 1988, Doris fue al aeropuerto a esperar a Sergio y sus compañeros, quienes se coronaron campeones.

Y la relación entre ella y tu vida de escritor, tiene como punto de partida Un mundo para Julius. ¿Qué sucedió con ustedes y ese libro?
La novela de Bryce me cautivó por la violencia social que ejerce la familia de Julius hacia sus empleados. Y yo me sentía como el personaje, desubicado, no entendía de dónde nacía esa maldad, esa indiferencia hacia los débiles, incluido el propio Julius. Entonces le preguntaba a mi madre qué pasaba en esa familia y ella me explicaba las diferencias sociales, el por qué de ese desprecio hacia los pobres y qué era el clasismo. Ella se movía en todas las esferas de la sociedad limeña y siempre nos enseñó que cualquier persona merecía el mismo respeto, sin importar su condición. La literatura, en mi caso, fue el instrumento más útil para que yo me hiciera sensible a la violencia que vivimos hasta el día de hoy. No he seguido al pie sus enseñanzas porque he sido homófobo hasta hace unos años y machista en muchos de mis comentarios. Pero me identifico desde esos años tempranos más con los marginados, entendiendo que una gran parte de nuestra población está marginada al no tener las mismas posibilidades de una buena educación… Leer a Ribeyro no crea una sociedad de perdedores, como escribió un columnista en El Comercio. Leer literatura con una carga ética nos pone frente a problemas cruciales que preferimos obviar por comodidad.

¿Qué otros libros o historias fueron vinculándolos más?
Justamente Ribeyro fue nuestro siguiente nexo. Y, en general, la biblioteca que teníamos en casa, donde además de literatura había enciclopedias y algo de psicología y orientalismo. Entre las enciclopedias, mi favorita era una de Arte que aún conservamos.

¿Cómo reaccionó tu madre cuando tomaste la decisión de dedicarte de lleno a escribir?
Ella insistió en que tuviera siempre un trabajo estable. Es lo que tengo ahora. Dedicarme por completo a la literatura es imposible, eso era una aspiración que ya no tengo. Mis preocupaciones ahora son otras. Tengo una familia, dos hijos pequeños con los que me parece más importante leerles cuentos que ponerme yo a escribir. Se tarda, pero uno termina por acomodarse a la realidad. Otra cosa es sentirse a gusto. Con mi familia lo estoy.

"Todos los que la conocieron coinciden en su transparencia y la forma enérgica cómo se dirigía a las autoridades cuando reclamaba justicia; no gritaba, había aprendido a modular la voz y la ayudaba su expresividad", afirma Sergio.

«Todos los que la conocieron coinciden en su transparencia y la forma enérgica cómo se dirigía a las autoridades cuando reclamaba justicia; no gritaba, había aprendido a modular la voz y la ayudaba su expresividad», afirma Sergio.

¿Y qué dijo cuando decidiste irte a España?
Después de años diciendo a sus hijos que había que marcharse del país por culpa del terrorismo y la inflación, ese caos al que nos llevó Alan García y la ruina moral en la que nos dejó Fujimori, mi madre sabía que yo me iría siguiendo sus consejos, pero le dolía saber que mi viaje era definitivo. España vive una ruina moral como el Perú, pero es un país más tranquilo para criar a los hijos. Aparte, mi vida ya echó raíces en todos los sentidos en Madrid. Mi pasado está en Perú y el futuro aquí.

El libro fue presentado el 3 de marzo en la Librería Sur.

El libro fue presentado el 3 de marzo en la Librería Sur.

Caer en lo cursi y en los lugares comunes es un gran riesgo al escribir un libro así. ¿Cómo hiciste para evitarlo?
Escribo con rabia. Es complicado que la rabia se contamine de cursilería. Los lugares comunes, entendidos como el espacio del dolor y del remordimiento, no me molestan. Pero si entendemos «lugar común» como frases hechas que crean estereotipos, puedo afirmar que no hay nada de eso en mi libro. Mi madre era especial, por eso este libro lo es. Ella es la historia y durante su vida se preocupó para que cada detalle la elevara sobre la multitud. Una vez mi hermano estaba triste porque no podía dibujar tan paja como un compañero de su clase. Mi madre le dijo: «tienes dos manos, dos ojos, no te falta nada, sólo practicar». No todo el mundo posee talento y quienes son talentosos tienen que entrenarlo. En mi caso entrenar es leer y escribir. Y así como me sucedía con el fútbol, ahora leo y escribo a gusto.

¿Sientes que dejas la valla muy alta para todo lo que venga después?
Más que una valla alta, creo que ahora sé por dónde abrirme camino. He entrado en un estado confesional. Durante la mayor parte de mi juventud he sido amigo de un asesor del fujimorismo. El Perú es un país dividido. Trataré de comprender por qué. Quizás eso sea lo siguiente en mi trabajo.

Por Omar Mejía Yóplac