La editorial alemana Taschen, bajo su serie SUMO, acaba de publicar el libro “David Bailey”, del ícono inglés de la fotografía de moda, en el que se reúnen más de trescientos retratos de distintos personajes –entre artistas, políticos e, incluso, miembros de la realeza británica– desde los inicios de su carrera, en los años sesenta.
Por Manuel Coral González Fotos: Cortesía de Taschen
A veces, ciertas experiencias de la infancia suelen ser inolvidables. Y ese es el caso, sin duda, de David Bailey, quien, de niño, vivió en el barrio londinense de Leytonstone, durante los años en los que la Alemania nazi liderada por Adolf Hitler bombardeó el Reino Unido, entre 1940 y 1941. Testigo de las nefastas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en su país, Bailey comprendió el poder de una imagen cuando se topó con la fotografía de un piloto alemán que había sido quemado luego de que su avión fuera derribado en combate. “Estaba en la portada del diario ‘Daily Mirror’, y me asustó muchísimo”, contó en su última aparición en la galería Gagosian de Londres, donde inauguró la exposición “The Sixties”.
Luego, precisó que su primer acercamiento a la fotografía fue a través de las películas. “Mi verdadera inspiración vino del cine. Siempre estaba allí gastando algunos chelines para ver qué película se proyectaba ese día”, reveló. Desde entonces, su gusto y su entusiasmo por los sentimientos y las sensaciones que transmitían las imágenes se profundizaron, y comenzó a educar su sensibilidad artística.
Dejó la escuela a los 15 años para trabajar en las oficinas de Fleet Street del diario “Yorkshire Post”, y, después de servir en la Royal Air Force, entre 1956 y 1957 en Singapur, pudo comprarse su primera cámara fotográfica: una Rolleiflex con la que comenzó a fotografiar paisajes y a su novia de aquellos tiempos, una auxiliar de aviación británica. Así, en agosto de 1958, decidió estudiar Fotografía, pero, cuando postuló al London College of Printing, fue rechazado debido a su irregular desempeño en el Clark’s College de Ilford.
Tras esto, se convirtió en segundo asistente del fotógrafo David Ollins, en Charlotte Mews, trabajo por el que apenas ganaba 3,10 libras esterlinas semanales.
Pero su suerte cambiaría pronto. En 1959, renunció a su empleo y se convirtió en asistente fotográfico en el estudio John French; en mayo de 1960, trabajó como fotógrafo en el Studio Five de John Cole, y, pocos meses después, fue contratado como fotógrafo de moda por la revista “Vogue”.
Los fabulosos años sesenta
Su trabajo rompió paradigmas fotográficos de moda de aquellos años, caracterizada por modelos con expresiones forzadas y rígidas, parecidas a las de un maniquí, y dieron paso a imágenes compuestas en blanco y negro –siempre con un fondo claro–, en las que la personalidad de la persona a retratar tomaba el protagonismo y las impregnaba de espontaneidad.
El éxito, entonces, no fue esquivo para él, así como tampoco para los fotógrafos Terence Donovan y Brian Duffy, quienes crearon el movimiento Swinging London, una cultura de moda y de celebridades chic en la que cada uno de ellos estrechó lazos con diversas personalidades del cine, la música y la realeza británica. Por eso, el fotógrafo Norman Parkinson los bautizó como The Black Trinity.
“Las fotos que tomo son simples y directas, y son sobre la persona que estoy fotografiando, no sobre mí. Paso más tiempo hablando con la persona que haciendo fotos”, dijo Bailey al ser cuestionado sobre su proceso creativo. La crítica especializa da coincide en que las fotografías que hizo a la modelo Jean Shrimpton, a quien conoció en las oficinas de “Vogue” y con quien, además, mantuvo un romance hasta 1964, transmiten claramente su sensibilidad. “Fotografiaba a las mujeres como las veía en la calle. La gente podía identificarse con Jean porque yo no la hacía parecer un maniquí que se encuentra en una tienda. De repente, ella era alguien a quien podías tocar o, incluso, llevar a la cama”, detalló Bailey.
En 1964, publicó uno de sus trabajos más emblemáticos: “Box of Pin-Ups”, una caja de pósteres de las celebridades más conocidas y admiradas del momento: Mick Jagger, The Beatles, Andy Warhol y, por supuesto, su musa de toda la vida, Jean Shrimpton. Este trabajo solo tuvo una edición, a causa de la polémica que causó la inclusión de los gansteriles gemelos Kray, y no pudo venderse en Estados Unidos. Hoy, “Box” está considerado un artículo de colección valorizado en más de 20.000 libras esterlinas.
El reconocimiento mundial de Bailey hizo que su carrera ascendiera con rapidez y se convirtiera en uno de los fotógrafos más emblemáticos de “Vogue”, y en inspiración para muchos artistas, como el director de cine italiano Michelangelo Antonioni, quien en 1966 dirigió la película “Blowup”, inspirada en la vida de Bailey. “Éramos tan jóvenes. No creo que Bailey ni nadie tuviera idea de lo importante que era el trabajo que estábamos haciendo”, contó Shrimpton al British Fashion Council.
Jóvenes por siempre
Este año –más de seis décadas después del inicio de su éxito-, la editorial alemana Taschen acaba de publicar un libro dedicado a los retratos de David Bailey, de medidas y peso fuera de lo común: 50 x 70 centímetros de ancho y largo, respectivamente, con un peso de treinta kilos -por lo que viene con un trípode incluido-, y con un tiraje de solo tres mil ejemplares. En esta edición de colección no solo están incluidas las fotos que hizo durante la década del sesenta, sino las que realizó a lo largo de su carrera, en las que destacan figuras como Salvador Dalí, la reina Elizabeth II, Kate Moss, Briggite Bardot y Andy Warhol, a quien le costó retratarlo. “Andy Warhol era, por supuesto, notoriamente introvertido. Cuando lo estaba fotografiando, sentí que iba tras el humo. Está justo enfrente de ti, puedes verlo, pero cuando lo capturas, se dispersa y desaparece», contó Bailey.
En una reciente entrevista que el fotógrafo de 81 años concedió al diario “El País”, al ser consultado sobre cuál era su secreto para que sus fotografías no hayan envejecido y pasado al olvido, respondió: “El otro día pensaba que [las fotografías] podrían haber sido hechas ayer si sus protagonistas fueran más jóvenes. ¿Mi secreto? Evitar los cortes de pelo y los zapatos. Por eso recortaba los retratos a nivel de la frente y por encima de la rodilla”, respondió y se echó a reír.
Si hay algo que Bailey no pudo lograr a lo largo de su exitosa carrera fotográfica fue retratar a Fidel Castro. «Tina (Brown, ex editora de ‘Tatler’, ‘Vanity Fair’ y ‘The New Yorker’) y yo trabajamos para conseguir a Fidel Castro durante unos diez años, pero nunca lo conseguimos”, confesó, y además recordó que el plan era ir a Cuba y esperar alrededor de seis semanas con la esperanza de conocer al mandatario. “No podíamos preocuparnos por ese tema. Creo que al final enviaron a Herb Ritts, pero él tampoco consiguió la foto”, agregó. Solo personas del alcance y talento de Bailey pueden permitirse una deuda de esta magnitud.