El mes pasado, el Festival de Cine de Venecia anunció que entregará el León de Oro de Honor al director de 69 años. La distinción se hará efectiva durante la próxima celebración del certamen, que se llevará a cabo del 28 de agosto al 7 de setiembre.
Por Manuel Coral González
En Calzada de Calatrava –localidad ubicada en Ciudad Real, España, donde nació Almodóvar en 1949– no había cines ni librerías. Criado en una familia tradicional española, sus padres querían para él una formación escolar con valores religiosos, para que después continuara inmerso en la carrera de la fe. Sin embargo, ningún dogma arraigó en su espíritu. Al contrario, fueron las películas que veía durante los fines de semana las que terminaron por exaltar sus emociones más profundas. Lo inspiraron a creer que, a lo mejor, encontraría su vocación contando historias en la gran pantalla en lugar de escuchando las confesiones impías de los fieles cristianos.
Así, en 1967, con 18 años, dejó el internado de Cáceres en el que estaba matriculado para mudarse a Madrid y profesionalizarse como cineasta, pero no pudo lograr su cometido debido al cierre temporal de la Escuela de Cine. “De pequeño, los otros niños me miraban con extrañeza. Yo no sé cómo era, pero sé que me miraban de otra manera. En Madrid había gente tan rara como yo, y encontré el lugar perfecto para mí”, reveló en una entrevista televisiva durante la promoción de su más reciente película, “Dolor y gloria”.
En aquella etapa de su vida, el director manchego consiguió un puesto de oficinista en una conocida compañía de teléfonos, al tiempo que, llegada la década de los setenta, se familiarizó con la escena artística madrileña y adoptó una posición contracultural –como muchos de sus contemporáneos– luego de la muerte del dictador Francisco Franco, que se hizo conocida como “movida madrileña”.
Entonces, se hizo miembro del grupo teatral Los Goliardos –donde conoció a una de sus actrices fetiche y musa de su primera etapa, Carmen Maura– y formó el dúo punk Alomodóvar & McNamara, con el cantante español Fabio McNamara, caracterizado por escribir letras hilarantes.
Su nombre empezó a destacar dentro de los grupos artísticos de Madrid, pues, además, comenzó a publicar artículos especializados en el diario “El País”, escribió una fotonovela porno titulada “Toda tuya” y cómics como “El víbora”, y, sobre todo, realizó sus primeros cortometrajes filmados con una cámara Super 8 como parte de su aprendizaje autodidacta de experimentación visual.
Al descubierto
“He prohibido que nadie escriba una biografía mía, a editores y a familiares míos”, ha dicho en diversas ocasiones el director. Y tal vez esto no sea necesario, pues, como él también lo ha manifestado, su vida se encuentra plasmada en cada una de sus historias. “Todas mis películas son un reflejo de mí mismo y de cómo me siento cuando las escribo y las filmo. Es así de profundo”, dijo a un medio escrito español.
Su carrera como cineasta de largometrajes echó a andar cuando, en 1980, rodó la cinta “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, con un modestísimo presupuesto y un equipo de voluntarios que trabajaban en la película durante sus horas libres. En ella ya afloraba su estética kitsch y el uso de la sexualidad explícita y provocadora, entre otros elementos que perfeccionaría en sus siguientes trabajos.
El reconocimiento le llegó poco tiempo después, en 1984, cuando tenía 35 años, con el estreno de “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. La cinta no solo logró la aceptación de la crítica cinéfila europea, sino que hizo evidente la exploración de su humor tragicómico y su talento como director, tras una gran puesta en escena de su musa Carmen Maura. Pero el posicionamiento en la escena internacional se dio con “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988) –que también contó con la participación de Maura–, filme ganador del reconocimiento a Mejor Película en los Premios Goya y nominado al Oscar como Mejor Película en Lengua Extranjera.
El hito de su carrera cinematográfica, no obstante, llegaría once años después, de la mano de una de sus películas más icónicas, “Todo sobre mi madre” (1999), con la cual ganó los premios más importantes de la industria cinematográfica a nivel internacional: el Oscar y el Globo de Oro a Mejor Película en Lengua Extranjera, y el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes. Y tres años más tarde volvió a ganar otro Oscar, esta vez a Mejor Guion Original por la celebrada “Hable con ella” (2002), con lo que mundialmente se convirtió en el cineasta español más laureado de todos los tiempos.
De vuelta a Venecia
Este año, tras el estreno de “Dolor y gloria” –cinta a la que ha denominado como la “más autobiográfica y emotiva” luego de “Volver” (2006), que explora su infancia–, las luces volvieron a volcarse sobre la figura de Pedro Almodóvar. No en vano Antonio Banderas, bajo su dirección, ganó el premio a Mejor Actor en Cannes, y ya resuena como candidato en la próxima edición del Oscar.
Por eso no es de extrañar que, a mediados de junio, el presidente del Festival de Cine de Venecia, Alberto Barbera, anunciara que el León de Oro de Honor de este año sería entregado a Almodóvar. “No es solo el más grande e influyente director español desde Buñuel, sino el autor que fue capaz de ofrecer un retrato más articulado, controvertido y provocador de la España posfranquista”, declaró Barbera al hacer pública la noticia.
Además, destacó la mirada original del cineasta para tratar temas sobre el mal de amores y el abandono y, en especial, su capacidad de retratar personajes femeninos “increíblemente originales”. “Los temas de la transgresión, del deseo y de la identidad son el terreno de sus trabajos, impregnados de un humor corrosivo y dotados de un esplendor visual que confiere inéditos destellos a la estética ‘camp’ y ‘pop art’ a la que alude explícitamente”, remarcó Barbera.
Pocos lo recuerdan, pero el debut internacional de Almodóvar se dio precisamente en la Mostra, con el estreno de “Entre tinieblas”, en 1983, una película que transgredió el catolicismo extremo español posfranquista y se planteó como una reacción ante la corrupción moral en el seno de la Iglesia católica a través de su carácter irreverente e irónico. Desde entonces pasaron 26 años hasta que el cineasta regresó a Venecia, ya no como una joven promesa del cine español, sino con un bagaje y un talento reconocidos por el mundo entero.
Desde Roma Almodóvar, enterado de esta distinción, dijo encontrarse “muy emocionado y honrado” por este nuevo galardón, y recordó con cariño su primera incursión en Venecia. “Era la primera vez que una de mis películas viajaba fuera de España –mi bautismo internacional–, y fue una experiencia maravillosa. El León se convertirá en mi mascota, junto a los dos gatos con los que vivo. Gracias desde lo más profundo de mi corazón”, sentenció el genio.