Kauai, la isla con más vegetación y más antigua del archipiélago de Hawái, es un paraíso con imponentes montañas cubiertas de verde, espectaculares cataratas y playas de arena dorada. Pero lo que más distingue a este lugar es el espíritu ‘aloha!’ de sus felices habitantes.
Por Caterina Vella. Fotos de Paolo Puelles
«¡Alquilen bicicletas para recorrer el pueblo de Kapaa y sus playas!”, nos aconseja Sonia Vargas, amiga limeña que descubrió hace treinta años Kauai y decidió mudarse a vivir para siempre a la pequeña isla de origen volcánico con forma de hoja, la primera en formarse de las ocho que integran Hawái.
Sin dudarlo, mi esposo Paolo y yo fuimos a Boss Frog’s a rentar un par de bicis, con las que partimos contentos bajo el sol a recorrer la ciclovía que bordea las hermosas playas de Kapaa hasta desembocar en un sendero de tierra roja rodeado de vegetación. Decidimos seguir pedaleando entre el follaje cuando, de pronto, apareció ante nosotros una playita sin gente, así que amarramos nuestras bicicletas a un árbol y nos zambullimos en el mar transparente.
En eso, el motor de una moto acercándose entre los matorrales nos asustó: “Van a asaltarnos”, pensamos, nerviosos.
El motociclista se detuvo cerca de la orilla de arena dorada, se sacó el casco y, sonriente, nos hizo la señal de shaka doblando sus tres dedos medios y dejando estirados el pulgar y el meñique: ya podíamos respirar tranquilos.
Shaka es el modo hawaiano por excelencia de saludar, agradecer, decir “todo está muy bien” o simplemente “hey bro”. Cuentan que el origen del popular gesto se debe a un trabajador de una plantación de azúcar que había perdido sus tres dedos medios en un accidente, así que sacudía lo que quedaba de su mano para anunciar el arribo sin contratiempos de los trenes que llegaban a recoger caña.
La costumbre se hizo conocida y ahora todos la usan como un signo positivo. Amigables sonrisas, “alohas!” y shakas serían una constante en nuestro viaje. “Es una cuestión de alegría: la gente es feliz en Hawái”, me dice un poblador local.
Aventuras en el paraíso
Aproximadamente, el 80% de Kauai no está habitado y es inaccesible por tierra; para recorrerlo, es necesario abordar un bote o volar en helicóptero. La magnífica Costa de Nā Pali es uno de sus mayores atractivos: delineadas montañas cubiertas de verde que llegan hasta el mar, arrecifes de corales y peces de colores, valles y espectaculares cataratas. Su impresionante geografía la ha convertido en locación favorita de cineastas.
¿Se acuerdan de la popular serie de televisión “Fantasy Island”? En ella se lucían las cataratas de Wailua. El director Steven Spielberg filmó allí “Jurassic Park”; “Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides”, con Johnny Depp y Penélope Cruz, también se rodó en Kauai, así como “Soul Surfer”, que cuenta la historia de Bethany Hamilton, quien perdió un brazo al ser mordida por un tiburón. Incluso los ilustradores de “Lilo & Stitch” se inspiraron en Nā Pali.
Con esas y muchas otras referencias fílmicas en la memoria, decidimos recorrer este indómito paraíso. Las opciones marinas eran hacerlo en catamarán o zodiac. Más aventurero resultaba el zodiac, pues podríamos entrar a cuevas, desembarcar en una playa para bucear entre tortugas y peces, además de emprender una caminata guiada hasta los restos de un antiguo asentamiento hawaiano.
Partimos temprano en un zodiac de Kauai Sea Tours con el capitán Skyler al timón y B.J. de tripulante, dos arriesgados hawaianos que nos hicieron vivir la experiencia al máximo. A la increíble geografía costera se sumó la adrenalina de explorar el interior de intrincadas cuevas y correr tumbos aferrados a las cuerdas del bote.
En la caminata probamos taro, un tubérculo de pulpa blanca y fuerte olor que fue el alimento principal de los primeros pobladores de Hawái, grandes navegantes e intrépidos viajeros polinésicos que llegaron a bordo de canoas multicasco provistas de velas, entre los siglos IV y V desde las Islas Marquesas, a 4000 kilómetros de distancia, por razones que nunca se conocerán.
Otra fantástica y algo mareante experiencia que vivimos en Kauai fue volar en helicóptero. “No es un tour, es una aventura en el paraíso” era el eslogan. En realidad, solo desde el cielo es posible conocer a profundidad el Gran Cañón de Waimea, rozar cataratas con las hélices, sorprenderse con un arcoíris y sobrevolar las plantaciones de café que han reemplazado a las de caña de azúcar. Además, está el plus de elevarse sobre la isla prohibida de Ni’Ihau, un islote de propiedad privada donde solo se permite vivir a habitantes de sangre 100% hawaiana, con lo que mantienen sin alterar las costumbres de sus ancestros.
Se alimentan de la pesca y de plantas nativas, hablan en dialecto, no tienen energía eléctrica y su principal ingreso proviene de las preciadas conchas Kahealani que solo se encuentran allí. “Lucir aretes o un collar de las diminutas conchitas de Ni’Ihau es un símbolo de estatus. Un collar puede costar hasta 20.000 dólares”, nos explica nuestra amiga Sonia la noche antes de partir, mientras nos muestra unos largos pendientes que son su tesoro. Dejar el paradisiaco Kauai para sumergirnos en el gris de Lima es difícil. Prometemos volver en temporada de olas por más “aloha!”. Mahalo (gracias), Hawái.
¿Cómo llegar?
En avión a O’ahu con escala en Estados Unidos. Al llegar al aeropuerto internacional de Honolulu, en O’ahu, se parte rumbo a Kauai vía Hawaian Airlines u otra aerolínea local.
Temporadas
En Hawái siempre hay sol, lo que varía es la lluvia y el oleaje. Para los surfers, se recomienda ir en invierno, de noviembre a abril. El verano va de mayo a octubre, con menos lluvia y mar calmo.