Ya se encuentra disponible en Netflix la última obra de Martin Scorsese, una crónica de largo aliento que se toma su tiempo para desmenuzar el triste derrotero de un camionero que asciende vertiginosamente en la mafia sindical.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
Observador privilegiado de la sociedad estadounidense desde múltiples ángulos de la vida neoyorkina, al ítalo-americano Martin Scorsese solo le han bastado dos acercamientos netos a los círculos de la mafia con Goodfellas (1990) y Casino (1995), además de tocar el tema como un drama de mortal aprendizaje de códigos en Mean Streets (1973), desde el lado histórico en Pandillas de Nueva York (2002) y desde el policial en Los infiltrados (2006), para dejar en claro lo rica de su visión en una filmografía vasta y abundante en géneros. Tema fundamental durante la época clásica del cine negro americano con el trasfondo de la Gran Depresión y el tráfico ilícito del licor y la influencia de la novela negra, el género de mafiosos volvió a instalarse con fuerza en la década del setenta gracias a El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola. Y aunque en las décadas siguientes se ha vuelto hacia él y con miradas múltiples y creativas, no es menos cierto que también se extrañaba cierto clasicismo en las historias que lo remitiera a su época de oro y a las obras fundamentales que lo han hecho inolvidable.
Así, lo que propone Scorsese en El Irlandés es un homenaje que no se queda solamente en la nostalgia y del que ha sido muy cuidadoso tratándose de una historia que es una cronología de hechos en varias décadas para no hacer una suerte de segunda versión de Goodfellas, siendo evidente el esfuerzo por plantear un punto de vista del espectador y una mirada hasta por momentos documental, para despojar a la narración de cualquier atisbo de parafernalia visual que le quite ese aliento cotidiano que tan bien le asienta.
Historia del crimen
A lo largo de más de cuatro décadas, somos testigos del involucramiento de Frank Sheeran (Robert De Niro) en los círculos de la mafia desde su labor como modesto camionero. Clave en esta mancuerna será su encuentro casual y su duradera amistad con Russell Bufalino (Joe Pesci), quien lo introduce en el mundo de los entripados y sucios manejos de la mafia, hasta volar con alas propias como matón y sicario y llegar a la cúspide de sus expectativas como hombre de confianza de Jimmy Hoffa (Al Pacino), líder del poderoso sindicato de camioneros y aliado clave de los gángsters, con quien entablará una cercana y cordial relación que decidirá su vida.
Durante esta primera parte, la relación entre Russell y Frank se vuelve una suerte de lección de vida entre mentor y alumno. Frank recibe de su privilegiado maestro lecciones invalorables en cuanto a manejo de códigos y protocolos, hasta encausar su cultura callejera y dar el siguiente paso como sicario a manera de ascenso en una compañía. Así, la mafia es una fuente de oportunidades y la narración toma el punto de vista del espectador para mostrarse distante en las reprobables acciones de su protagonista, pero cercana en los rasgos de calidez que denotan su parte afectiva y más vulnerable. En ese sentido, es palpable que a la par que Frank endurece su carácter como parte de su aprendizaje, su familia se ve desplazada como blanco de sus afectos en favor de su círculo mafioso, volviéndose un obediente siervo a la vista de los beneficios que va acumulando.
La puesta en escena, reposada y con planos amplios gracias a la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, evita sofisticaciones que el director ha explotado en películas anteriores. Incluso, el uso de la música se vuelve más puntual para utilizar los silencios como momentos de reflexión de su protagonista y presentar una crónica criminal que busca ganar terreno como un testimonio desde la naturalidad. Frank se dirige en momentos puntuales a la cámara en primera persona, validando la existencia de un observador omnipotente que sigue su ascenso y caída. Pero también es palpable que ese observador por momentos es su propia hija Peggy en diversas etapas de su vida, quien es testigo del proceder de su padre con pequeñas acciones, unas evidentes y otras robadas en la intimidad del hogar, que denotan la incapacidad de su padre por ser empático con su entorno inmediato, ya que es abstraído por completo por su labor criminal.
Robert De Niro compone a un tipo frío, endurecido y obediente, pero de un talante limitado para llegar a la cima por sí mismo. En contraposición, Joe Pesci sale mucho mejor librado como un Russell Bufalino que termina cautivando por su capacidad para dominar su entorno con pocos gestos y una asombrosa presencia escénica. A diferencia del Tommy DeVito de Goodfellas (papel que le dio el Oscar a Mejor Actor Secundario), excesivo y desaforado en sus formas, en esta oportunidad su composición es mucho más cerebral y calculadora, pero fascinante por su habilidad para comunicar su liderazgo desde los actos más mundanos y aparentemente triviales, entregándonos la mejor actuación de la película.
El sindicato de la mafia
Tras una larga pero didáctica introducción, Frank finalmente sube el escalón más importante de su vida al convertirse en el custodio personal de un Jimmy Hoffa que interpretado por Al Pacino (acostumbrado por default a papeles de esta naturaleza), se vuelve más visceral y embriagado por el poder que predecesores como Robert Blake en el telefilme Blood Feud (1983) de Mike Newell, y más creíble que la interpretación con excesivo make up de Jack Nicholson en Hoffa (1992) de Danny De Vito. Y a diferencia de aquellas, esta adaptación del libro homónimo de Charles Brandt, va más allá del innegable logro de Hoffa por devolverle dignidad al sindicato de camioneros, mostrando de manera mucho más evidente su estrecha relación con la mafia italo-americana, su supuesto financiamiento en la campaña de John F. Kennedy y la lucha contra Bobby, hermano idealista del presidente. Esta marcada segunda parte es el final del aprendizaje de Frank, quien después de todo su recorrido por el circuito del crimen, es introducido en el entorno de Hoffa para ser el brazo de la mafia en los sindicatos y empaparse de las artes de la política servil.
Pero así como el crecimiento de Frank es fruto tanto de su eficiencia criminal como de los lazos extendidos con los “buenos muchachos”, el colofón de la historia que marcha hacia la decadencia, expone la fragilidad de estos una vez que la ambición personal va en contra de la organización. Así, todo se precipita en una suerte de caída libre y toda la celebración de la supuesta “amistad” se hace vacua. Aunque no hay una versión oficial acerca de que sucedió en la vida real con Jimmy Hoffa, la película no hace sino presentar una interpretación de los hechos que termina siendo hipotética, y en esa medida, acentúa la crisis personal de Frank al tener que ir contra la persona que ha terminado por modelar su carácter y comprometer los sentimientos de su propia familia. Pero mientras algunos personajes caen víctimas de su propia ambición y otros son presa de la justicia, quedan los tipos como Frank, cuyo castigo terrenal termina siendo la vejez, la enfermedad y la soledad sin familia alguna.
En tiempos en los que las salas son copadas por aquellos “parques temáticos”, que es como el mismo Scorsese define al cine de superhéroes de la factoría Marvel, El Irlandés termina siendo una celebración de esa gloria del cine que parece desaparecer al estar invadida por esa sensación nostálgica de lo final y lo perecedero, haciendo que el mundo de la mafia regrese con una mirada clásica que rinde un justo homenaje al género. Más allá de eso, el uso reiterado de la tecnología digital para rejuvenecer a lo largo del recorrido a sus protagonistas, podría ser la única contradicción en una historia que apostaba más por la frescura de lo cotidiano.
Más de uno replicará que desdoblar a los personajes con elencos jóvenes podría haber sido un despropósito al apostar por pesos pesados como De Niro, Pacino y Pesci, pero el sumar dicha tecnología no es sino la lección que el director deja al mostrar como lo nuevo del cine se puede aplicar con eficiencia a un enfoque de autor. Las alusiones a momentos de El Padrino y El Padrino II de Coppola, es parte de la añoranza hacia ese Hollywood de antaño al que siempre es bueno volver. Scorsese nos deja una película que probablemente no supere a los clásicos del género antes mencionados o a lo logrado por él mismo en Goodfellas, pero que en el tiempo presente es una obra imprescindible por resumir lo mejor de su experiencia más personal.