El balneario que alguna vez fuera el secreto de la élite estadounidense sigue siendo un bastión del ocio y del glamour. La editorial Assouline ha publicado el libro “In the Spirit of Palm Beach”, porque si bien ha cambiado carruajes por Aston Martins y corsets por bikinis, el sol, el mar y las razones para visitarlo han permanecido iguales.

Fue en la Era Dorada estadounidense que Palm Beach se estableció como un escape para la nueva clase dominante. Este periodo de crecimiento económico sin precedentes, posterior a la Guerra de Secesión, fue impulsado por la nueva industria del ferrocarril. Henry Flagler –magnate inmobiliario, ferrocarrilero y del petróleo– la estableció como balneario al hacerla accesible gracias a la nueva vía del este de la Florida y la inauguración de dos fastuosos hoteles.

Wendy Vanderbilt y Lily Pulitzer.

Primero fue el Royale Ponciana en 1894, que cerraría sus puertas durante la Gran Depresión y luego vendría The Breakers en 1896, que fue construido a imagen de la Villa Medici en Roma y que permanece hasta hoy como emblema de la ciudad.

No contento con eso, Flagler se mandó a construir una mansión de estilo Beaux Arts, llamada Whitehall, donde organizaba exclusivas fiestas para su círculo de amigos de Manhattan. Imperdibles todas, ayudaron a que Palm Beach se convirtiera en el lugar para la temporada de invierno.

El hotel The Breakers, construido en el siglo XIX, es uno de los emblemas de Palm Beach.

Las familias más poderosas de Estados Unidos se gestaron en ese periodo y todas asistían a las fiestas de Flagler. Los Vanderbilt, los Rockefeller, los Astor, los Hutton y uno que otro Romanov expatriado pasaban largas temporadas en el hotel huyendo del frío invierno neoyorquino. No pasaron muchos años hasta que empezaron a construir lujosas y enormes mansiones de vacaciones al lado del mar.

En la playa, en ese entonces, se avistaban figuras encorsetadas con enormes faldas bombacho sostenidas por miriñaques, típicas de la vestimenta de la era eduardiana. Pero, a pesar de la restrictiva indumentaria, llegar a Palm Beach significada un cierto relajo de la estricta etiqueta social de los salones neoyorquinos de la época. La única consigna era descansar, y asistir a una fiesta o dos. Así fue como Palm Beach se convirtió en mucho más que un balneario; un estilo de vida construido a partir del ocio y el placer.

La élite no la pudo mantener en secreto para siempre, y pronto llegó el desarrollo y nuevos residentes. Pero el alto costo de las propiedades siempre la mantuvo como un enclave de privilegio.

 

Luego vendrían los Kennedy quienes comprarían una enorme residencia de vacaciones, desde la que vieron a John ser elegido presidente, los duques de Windsor que siempre pasaban los inviernos europeos ahí luego de su matrimonio. Marjorie Merriweather Post, la heredera de los cereales, construyó la propiedad más grande en Palm Beach. Mar- A-Lago, diseñada por el arquitecto Joseph Urban, ha sido declarada Monumento Histórico Nacional y hoy está en manos de la familia Trump, también residentes del balneario durante el verano.

El muelle es un símbolo característico de la ciudad.

Pero, además, de su fascinante historia, Palm Beach es un destino de viaje por derecho propio. Tiendas de lujo ofrecen el mejor shopping. Restaurantes, como Café Boulud marcan la pauta gastronómica y hoteles, como el Four Seasons ofrecen relajación y descanso. Y por supuesto, el mar y el sol del sur de la Florida nunca decepcionan. Conocer Palm Beach es esencial. 

Palm Beach en la primera década del siglo XX.