Mientras muchas casonas antiguas de Lima son tumbadas para construir edificios, el interiorista Ro de Rivero ha puesto en valor una tradicional vivienda republicana y la ha convertido en el Attalea Hotel: un encantador lugar en el que cada detalle ha sido cuidadosamente pensado.
Por Caterina Vella / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La mente creativa de Ro de Rivero no para. A sus treinta y seis años, el entusiasta interiorista autodidacta tiene clientes en varios países. Ha incursionado en gastronomía con Norte Sea Food Bar, en Mercado 28. Es propietario de la tienda Monocromo, en Barranco, donde vende muebles y arte utilitario que va recolectando por el mundo. Y, por si todo esto fuera poco, acaba de inaugurar Attalea, nombre de las palmeras de la entrada de la casa republicana que ha restaurado para abrir un hotel boutique en sociedad con Gabriel Battaini y Marion Quiroz.
“Duermo poco. Siempre estoy pensando en nuevas ideas. Dormiré cuando sea viejo o me muera”, comenta divertido De Rivero, sentado en uno de los sofás de la sala de estar de su nuevo proyecto. Donde se mire, hay detalles que reflejan pasión por el diseño, el arte, la naturaleza y el mar. Desde el remozado patio central de la casa, construida en 1925, llega el aroma de una frondosa madreselva. Feliz y en apariencia relajado, cuenta la historia de su nuevo bebé, como llama a este hotel de cinco habitaciones.
“Cuando se me mete algo en la cabeza, no paro”, cuenta De Rivero. “A principios del año 2019, me dije que quería tener un hotel boutique. Un día vi esta casa con un cartel de alquiler. Saqué una cita a la que convoqué a Gabriel y Marion sin haberla visto por dentro. Cuando la corredora nos abrió la puerta, les dije: ‘Bienvenidos a nuestro hotel boutique’. Eso sucedió en julio. Fue todo un rush, pues lo arreglamos en tres meses”.
En el proceso, los socios aportaron ideas, y discutieron también, para crear espacios en los que armonizan la arquitectura republicana, las obras de arte contemporáneo y las piezas de artesanía tanto peruanas como orientales, dotando al conjunto de una atmósfera cálida.
Espacios con personalidad
Cada uno de los cinco cuartos del Attalea tiene un nombre inspirado en la arquitectura y la personalidad de sus elementos decorativos. En el primer piso está The Green House, con un pequeño jardín a la calle que se asemeja a un invernadero. En el segundo piso, tras subir por una escalera de sólidos peldaños de madera, se llega a las demás habitaciones, que llevan originales títulos, como The Restful Queen, con unos remos de arte nativo sobre la cabecera de la cama, y God Save the King, con su enorme lecho, antiguas ilustraciones de caballos y magnífica tina de mármol.
También están Very Blue, por el predominio del color azul y temáticas marinas, y The Balcony Nook, con balcón republicano. En todos los baños hay duchas españolas y están integrados a los cuartos con puertas corredizas, una solución práctica para ahorrar espacio. Las habitaciones tienen lunas antirruido, para un descanso placentero.
En el segundo piso, destaca un escritorio con excelente luz natural, con una mesa de madera adquirida por De Rivero en una venta de objetos antiguos. La tuvo guardada durante muchos años hasta encontrarle su lugar perfecto en el mundo. Así como el escritorio, la mayoría de piezas del Attalea son de su colección particular de objetos que va descubriendo, comprando y guardando en un almacén en Pucusana.
Tocados y remos shipibos destacan sobre las paredes azul navy que contrastan con las puertas de atrevido amarillo. Techos, molduras y zócalos han sido pintados de blanco. “Lo lindo es que, como no es como para un cliente, puedes hacer lo que te da la gana”, dice el diseñador sobre la lúdica paleta de colores elegidos.
Siguiendo con el recorrido, llegamos a The Pool Bar, un área revestida con mayólicas de intenso azul que produce la sensación de estar en una piscina. Provoca tomarse un trago rodeados de vegetación. Una de las características de los proyectos de Roberto de Rivero es el predominio de la naturaleza. Las plantas se cuelan exuberantes en todos los ambientes del Attalea. “Quiero hacer un huerto de hierbas para los tragos. También me encantaría un hornito de leña para noches de pizzas. El hotel va a ir tomando forma. Lo que tiene es alma y un poco de magia”, comenta De Rivero.
Todas las tardes, al caer el sol, se invita a los huéspedes galletas recién horneadas. Antes de partir, leo el cuaderno de comentarios. “Muchas gracias por hacer un lugar especial, casi mágico para estar en Lima. Cada detalle parece ser el inicio de una historia. Espero que así sea”, escribe una huésped. Es el sentir de quienes disfrutan de este oasis miraflorino, diseñado con pasión para los limeños que quieran desaparecer de Lima un rato o los extranjeros de paso por nuestra ciudad.
Artículo publicado en la revista CASAS #277