La vida cambió repentinamente para todos: también para la industria de las bodas. Y aunque los románticos dirán que lo que no cambia es el amor, Nicolle Pegot-Ogier, Andrea Ruiz de Somocurcio, Francesca Ferrero y Adriana de la Piedra, cuatro novias que estaban próximas a casarse este año, nos cuentan los detalles de los inesperados cambios que deberán implementar para celebrar sus matrimonios.
Por Gabriela Osterling
Gabriel García Márquez una vez dijo que el amor se hace más grande y noble en la calamidad. Y esa frase bien podría comprobarse hoy. Es cierto que la cuarentena pone a prueba la compatibilidad de las parejas, pero las que planeaban casarse este año no dejarán que la pandemia les quite los ánimos de tan esperada celebración, aunque eso implique sumar complicaciones a una ceremonia que, de por sí, ya necesita preparación y logística.
La industria de las bodas se calcula en unos 54 mil millones de dólares al año a nivel mundial, según informa Bloomberg, pero este 2020 no se ve para nada prometedor. Servicios de catering, wedding planners, alquiler de locales, proveedores de comida, de flores y de trago; decoradores, DJ, técnicos de luces, diseñadores y tiendas de vestidos de novia: la lista de profesionales afectados es larguísima.
El COVID-19 posee un carácter bastante incierto. ¿Por qué? “Porque el problema es que no se sabe si se quedará para siempre, como el VIH, y tengamos que aprender a convivir con él”, sugiere el director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud, Mike Ryan. Lo que sí es cierto es que las vidas no se pueden detener en su totalidad y debemos encontrar un mecanismo para ir adaptándonos a convivir con el enemigo. Eso incluye aprender a socializar con distanciamiento social, aunque parezca una contradicción.
En Lima, varias novias buscan, desde ya, la manera de reformular sus matrimonios para que se adapten a esta “nueva normalidad”. Conversamos con Nicolle Pegot-Ogier, Andrea Ruiz de Somocurcio, Francesca Ferrero y Adriana de la Piedra, quienes planeaban casarse este año y tuvieron que pararlo todo. El cambio de planes fue repentino. Pero todas concuerdan en que esperar y tener paciencia para celebrar sus bodas el próximo año es lo más viable y la mejor opción.
“La primera semana de la cuarentena no sabíamos qué pasaría en las siguientes semanas o meses, pero supe que el matrimonio no podría ser este año”, cuenta Andrea Ruiz de Somocurcio, dueña de la conocida Osteria Convivium, quien tenía todo listo para su boda en el Museo de Arte de Lima en setiembre, con el chef Miguel Hernández (conocido por fundar el restaurante La Nacional, quien está por abrir Mercado del Pilar), y quien ahora piensa replantearlo a algo más íntimo. La situación no la ha alterado, sino que ha reafirmado algo que venía haciendo, incluso antes de que la pandemia llegara al Perú: ir depurando y achicando constantemente la lista de invitados.
“En mi caso, creo que un matrimonio siempre debió ser una celebración con familia cercana, con los que uno tiene relación. Lo mismo con los amigos”, explica. “Uno quiere compartir con los que realmente celebran tu felicidad. Esta situación nos lleva por ese camino, y en el fondo es lo que siempre quise”. Andrea no quiere revelar mucho sobre su boda, porque el próximo año se va a dar y no quiere dejar de sorprender a sus invitados (por ejemplo, no quiere adelantar detalles de ese menú que Andrea y Miguel confeccionaron con Felipe Ossio, y que tantas expectativas genera), pero sí comparte con optimismo que la situación la haya llevado a un punto de realización personal, en todo sentido: por ejemplo, ya ha adaptado su restaurante convirtiéndolo en “mercato” y proponiendo una carta de delivery y take out. Eso tampoco estaba entre sus planes, pero los planes cambian.
La boda de Francesca Ferrero con Nicolás Rizo Patrón iba a ser el 18 de abril, con una ceremonia religiosa en la capilla de Punta Hermosa y una fiesta en la playa Cangrejos, todo reservado con un año de anticipación. La organización le tomó seis meses y el catering para los 350 invitados estaba a cargo de Knot Planners, de Andreé Martinot. De hecho, Francesca busca replicar ese mismo plan el próximo año. Sin embargo, sí está dispuesta a hacer cambios si es que no mejora el panorama, y quizá hacer algo más pequeño.
“Lo importante es celebrar la unión. Igual siempre la emoción de una fiesta y la emoción de tus amigos es muy valiosa. Sí podría optar por algo más pequeño, pero lo pensaría más como una fiesta íntima, para celebrar bastante”, sostiene la novia. Francesca también ha aprendido a valorar más el momento: esta coyuntura le ha ayudado a entender que en la vida las cosas no siempre salen como uno las planea, y que es importante apreciar el día a día y no tomar las cosas por sentado.
“Atrasamos el matrimonio antes de las medidas restrictivas de la cuarentena. Nos casábamos un 28 de marzo y lo atrasamos al 5 de abril. Teníamos miedo de que las personas que fueran a asistir se pudieran contagiar”, nos contó Nicolle Pegot-Ogier. Su esposo (ya están casados por civil), Manuel Romero, tiene muchos amigos extranjeros, ya que él ha estudiado en Boston. “Al escuchar lo que nos contaban de cómo era la situación en otros países, nosotros sentimos que eventualmente iba a llegar a Lima. De hecho fue más rápido de lo que pensábamos”, dice la novia.
Ellos iban a celebrar su boda en el club Haras de La Molina. Nicolle y Manuel sí considerarían cambios o modificaciones, más allá de trasladarla a 2021. “Ahorita no lo hemos pensado, estamos viviendo más el día a día, pero llegado el momento veremos si tenemos que tomar la decisión de cambiar el estilo del matrimonio y hacerlo más pequeño o si podemos hacerlo como lo habíamos pensado. Yo creo que esta situación irá a mejor y eventualmente el mundo va a regresar a lo que era antes, pero con las personas distintas”. Nicolle cree que las personas vamos a cambiar para bien, pues “esta situación lo que más no ha enseñado es a ser resilentes”.
Adriana de la Piedra y Carlos Jarufe se casaron por civil en diciembre de 2019. La boda religiosa y la fiesta iban a ser el 9 de mayo. “No sabíamos qué hacer”, confiesa la novia. “Teníamos esta idea superingenua en la cabeza de que esto seguramente solo duraría un par semanas, que no iba a pasar nada malo, que no se iba a desatar, ni iba a llegar a ser lo que es ahorita”.
Sin embargo, el virus nos pegó con fuerza y los planes se han visto obligados a cambiar. Tenía una fiesta programada para 600 personas en el club Árabe, con catering a cargo de Patricia Anavitarte, y quiere reprogramarla tal cual estaba prevista para setiembre de 2021. “Solo tendré un añito más”, sonríe la novia. “No pienso hacer nada distinto por el momento, porque no sabemos qué va a pasar. Aunque tampoco quiero hacer algo que vaya a poner en peligro las vidas de las personas”, asegura.
Volviendo a Gabo, podemos interpretar que el amor se agranda durante los tiempos difíciles, porque se ve con más claridad. Tener a quienes verdaderamente amas cerca, en momentos así, se vuelve mágico. En la última edición de COSAS, el reconocido banquetero Felipe Ossio compartió sus deseos de que “poco a poco, en la medida de que se encuentre la vacuna del COVID19, se pueda volver a eventos de mayor tamaño. Aunque ya había una tendencia a que los eventos fueran en promedio de 400 personas.
Las bodas han ido bajando el promedio de invitados, han pasado de 600 o 700, a 350 o 400 en los últimos diez años. Pero sí creo que, ahora, los grupos se irán haciendo más selectivos e íntimos”, dijo Ossio, para luego imaginar formatos más pequeños, pero igual de cuidadosos e, incluso, más llenos de detalles. Lo cierto es que las novias encontrarán la manera de casarse y, después de una larga pausa, volver a celebrar en compañía. Sin duda serán celebraciones para recordar.