En estos tiempos de pandemia, se está optando por viajar más al interior del país. ¿Hay realmente un éxodo de capitalinos hacia Máncora? Conversamos con la fundadora y directora de Kichic, un hotel boutique que ofrece a sus huéspedes balance y armonía. Pero ¿estará el balneario preparado para un crecimiento acelerado? De eso también conversamos con Kiki Gallo.
Por Gabriel Gargurevich Pazos Fotos Markus Göttlich Dirección de arte, producción y estilismo Bettina Lolas
En los últimos meses, en el marco de una pandemia que azota el mundo, en múltiples niveles y dimensiones, muchos limeños hicieron sus maletas y enrumbaron al norte del Perú. “Máncora está recibiendo mucho turismo. No creo que responda a una moda; se trata más bien de una necesidad. Claro, hay quienes vienen por un corto tiempo, pero también veo a muchos valientes aventureros en busca de nuevos horizontes donde vivir; gente joven que, después del encierro, busca una vida sencilla y de libertad plena”, dice Kiki Gallo, fundadora y directora de Kichic, un hotel boutique mancoreño, cuyo eslogan reza: The Perfect Balance.
Ella fue una de las primeras aventureras en llegar a Máncora, en 1989, junto con su familia, cuando no había luz en el balneario y Vichayito ni existía, en épocas de terrorismo y caos nacional. “Hoy, mucha gente ha cambiado… Hay un despertar, una abrumadora necesidad de estar en contacto con la naturaleza para conectar con la propia.
Creo que muchas personas se han dado cuenta de que la vida se les estaba escapando absurdamente y cambiaron las prioridades”, señala la empresaria, cuya vida ha sido un viaje constante: Australia, Guatemala, Costa Rica, Chile… el áshram en la India… Todas han sido experiencias que han significado un punto de quiebre en su vida; el mensaje siempre se repite: “no te acomodes, estás de paso”. “Ojalá la comunidad en Máncora crezca con gente que aporte al crecimiento personal”, dice Kiki.
–¿Cuál sería la mejor manera de proteger Máncora ante la visión de “progreso” que puedan tener algunos alcaldes? ¿Cómo evitar que el día de mañana se construya un hotel enorme de una cadena transnacional frente a las Pocitas, por ejemplo? ¿Nunca hubo un buen alcalde en Máncora?
–He vivido casi treinta años en Máncora y, desde que llegué, ha habido muchos cambios; felizmente todo es gradual…
Los alcaldes mancoreños generalmente son personajes pintorescos que se sienten honrados de haber sido elegidos por el pueblo; y estoy segura de que quieren hacer algo bueno para el pueblo, pero pronto se les olvida el buen propósito inicial y terminan durmiéndose en sus laureles. Necesitamos buenos alcaldes que quieran sumar… No creo que lleguemos a ver una cadena transnacional en Máncora balneario –me ref iero a las Pocitas–.
No lo creo, pues faltan terrenos de gran tamaño. Pero por los alrededores podría suceder: ya se está desarrollando un lindo proyecto privado bastante grande en las afueras del pueblo de Máncora, hacia el norte; se trata de una marina que traerá trabajo a muchos locales…
–¿Eso es bueno?
–México ha sabido desarrollar varias playas de su litoral, como Puerto Vallarta, Acapulco, Cancún, Playa del Carmen… Eso ha generado un fuerte ingreso económico para el país. Todo depende de las ganas de hacer bien las cosas, de empezar a pensar en el bien colectivo y no en el individual.
–¿Cómo definirías el accionar de los privados en Máncora con relación al cuidado del balneario? ¿Es cierto que son los privados los que en realidad se encargan de su limpieza y cuidado?
–Es la misma municipalidad la que se encarga de la recolección de basura para mantener limpia Máncora. Pero (los vecinos) tenemos una asociación en la zona de las Pocitas donde gestionamos varias cosas; ayudamos a la posta médica con las carencias que muchas veces tienen; a la comisaria también le echamos una mano; hacemos donaciones de víveres cuando hace falta para la gente del pueblo; velamos por la tranquilidad en la playa, y tenemos un servicio de patrullaje cuidando la vecindad…
Una puerta a la armonía
Muchos piensan que KiCHIC se debe al nombre de su fundadora y directora. “Mi nombre es Cristina y mis amigos me conocen como ‘Kiki’, pero esa no fue la razón de llamar así al hotel. La palabra ‘ki’, en el antiguo japonés, significa energía, fuerza vital o universal… La palabra ‘chic’ es sinónimo de refinamiento, estilo y buen gusto. Kichic es el equilibrio entre la materia y el espíritu…”, refiere Kiki.
Pero ¿cómo ha ido mutando KiCHIC desde su creación? ¿Cómo se han adecuado a la pandemia? ¿Cómo han hecho para que el concepto The Perfect Balance” se mantenga?
“Uf…”, dice la directora. Y añade que el hotel boutique ha cambiado mucho en cuanto a mejoras en el servicio. “Hemos subido nuestros estándares de calidad en todas las áreas, pero se ha mantenido casi intacta la filosofía inicial. Crecí entre dos mujeres: mi madre, una mujer dulce y acogedora, y mi abuela, fuerte y potente…
Ellas me enseñaron ese concepto del ‘perfect balance’. Ellas fueron las que sembraron la fuerza y la dulzura en mí, generando el constante balance en casi todo lo que hago”.
–¿Una estancia en KiCHIC te convierte en una mejor persona?
–Sería increíble pensar que quien venga a KiCHIC se convertirá en mejor persona. En realidad, depende de cada uno; pero me parece que sí ayuda en algo a mover hilos, en unos más, en otros menos, pero algo se mueve… He intentado crear una pequeña puerta a un estilo de vida sano y en armonía. Cuando recién abrí, aún no se conocía bien el tema de la buena alimentación ni de cómo repercutía en uno; o de llevar una vida en armonía con uno mismo y con el medio ambiente. Hoy, mucha gente está despertando… KiCHIC propone una buena conexión en concordancia con un espacio creativo, un personal acogedor, una alimentación sana y rica de nuestras dos cocinas, la vegetariana y la barra marina.
Además, practicar yoga diariamente –en estos momentos, solo estamos ofreciendo clases de yoga con un aforo de seis personas por clase–, caminar por la playa y bañarte en el mar hacen que tu estadía sea absolutamente deliciosa. Si estás bien, te será posible mantener tu sistema inmunológico alto para estar sano. Definitivamente, tenemos buenos conocedores del cuerpo y sus emociones; una de nuestras terapias es a través de un masaje muy potente, donde se logran desbloquear muchas emociones estancadas en el cuerpo; es muy fuerte, casi doloroso, pero, si logras resistir, luego te sentirás más ligero.
–¿Cómo viviste el aislamiento en la cuarentena?
– Kichic volvió a ser mi casa, y la disfruté muchísimo teniendo a mi familia más cercana conmigo, sobre todo a los nietos. Así nomás no pueden entrar a Kichic; ellos entran de frente a mi casa por una puertita secreta. Kichic es solo para adultos. Fueron tiempos de aprendizaje absoluto, de hacer un ‘stop’ a la vorágine de la vida misma y de darse cuenta de lo que realmente importa en ella. La vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Hay que vivir el mayor tiempo posible en el presente, disfrutar de cada instante.
–¿Cuáles fueron tus mayores frustraciones?
–Creo que las mismas frustraciones de muchas otras personas: saber que esta pandemia es un juego de unos cuantos dementes que mueven sus hilos y nos manejan como si fuéramos títeres.
–¿Ahora es más complicado dirigir una empresa como Kichic?
–Al comienzo quizá fue un poco raro todo esto del protocolo, pero hemos logrado hacer uno eficiente que da mucha tranquilidad al huésped.
–¿Se te pasó por la cabeza cerrar la empresa?
–Nunca, siempre me mantuve optimista. Lo que superó mis expectativas fue ser testigo de cómo los peruanos se animaron a salir de sus casas para llegar a Máncora. Incluso mucha gente llegó en sus propias movilidades antes de que abrieran los vuelos nacionales.
Las capas de la cebolla
Normal. Así define Kiki su niñez. Jugó con muñecas hasta bien grande. En casa de su abuela tenía un cuarto de juegos para ella sola y se quedaba horas en su mundo, creando historias. ¿Si fue feliz? ¡Claro que sí! Aunque reconoce que “es en la niñez cuando nuestras emociones vivenciales, tanto buenas como no tan buenas, quedan atrapadas en tu inconsciente. Luego tienes toda una vida para soltarlas”.
–¿En qué colegio estuviste?
–En el San Silvestre. Me llena de nostalgia ver que ya casi no queda nada del antiguo colegio…
–¿Fuiste de las populares en el colegio?
–Creo que sí, seguro por ser una pésima alumna.
–¿Consideras que hay una esencia en nuestro interior que se mantiene a lo largo de los años?
–Creo que todos somos seres maravillosos, pero no lo sabemos porque vivimos con miedos y carencias que se convierten en creencias, y estas ocultan nuestra posibilidad de llegar a nuestra esencia, a descubrirnos. Hay que empezar a pelar la cebolla para volver a encontrarla.
–¿Cómo definirías tu esencia?
–Creo que no se puede definir así tan a la ligera. Es algo tan íntimo, tan puro, que casi no hay palabras…
–¿Qué es la libertad para ti?
–Dejar ir los apegos. A medida que te haces mayor, uno va soltando cada vez más, te das cuenta de que lo único importante es vivir bien tu presente, en armonía con tu entorno. Pero ahora mucha gente joven está empezando a soltar desde temprana edad… Eso me encanta: conversar con ellos y verlos cómo van floreciendo.
–¿El amor es el fin supremo de la humanidad?
–Por excelencia.