Durante ocho domingos, la restricción del tránsito para autos particulares –decretada a raíz de la propagación de la COVID-19– dio un respiro a la ciudad: miles salieron de su confinamiento para ocupar las calles y avenidas de la capital en bicicletas, patines o scooters. A poco más de un mes del fin de los domingos sin autos, tres expertos en transporte y urbanismo reflexionan sobre las lecciones, aprendizajes y oportunidades que nos deja esta temporada libre de vehículos motorizados.
Por Edmir Espinoza / Ilustración de Erick Baltodano / Fotos de Agencia Andina
El 13 de noviembre, Ántero Flores-Aráoz, quien entonces era el flamante Primer Ministro del fugaz gabinete de Manuel Merino, anunció el término de los domingos sin autos, una medida que –aunque precipitada por la acelerada escalada de la pandemia en el primer semestre del año– significó para buena parte de la población urbana del país una nueva forma de relacionarse con la ciudad: más sostenible, libre y segura, y ausente de la cotidiana contaminación sonora de nuestras metrópolis.
La restricción vehicular de transporte privado los domingos fue, para muchos, un pequeño respiro para nuestras ciudades y, al mismo tiempo, una manera segura de salir del encierro obligatorio al que nos había confinado la COVID-19 por largos meses. Duró, como la mayoría de las cosas buenas, muy poco: apenas ocho días que, sin embargo, fueron suficientes para dejar en evidencia la disposición de los limeños a tomar las calles y el espacio público cada vez que se les es permitido. Así, sin la presión y riesgo de automóviles, buses y camiones surcando calles y avenidas de forma temeraria, y con la habilitación de nuevas ciclovías en distintos puntos de la ciudad, Lima pareció convertirse, por algunas horas cada domingo, en una ciudad que apenas reconocemos: padres e hijos ocupando las calles en bicicletas, patines y scooters, y peatones aprovechando la ausencia del ruido persistente de los motores y las construcciones. Durante ocho domingos consecutivos, Lima nos mostró hasta qué punto puede convertirse en una ciudad de encuentro, que abraza a sus ciudadanos y los anima a tomar los espacios públicos para generar nuevas dinámicas sociales.
Luego de la breve epifanía que significaron los domingos sin autos, cabe preguntarse si este solo fue un sueño breve, interrumpido por un golpe de realidad, o acaso el principio de una nueva forma de movilidad en Lima. ¿Es, entonces, posible pensar en una medida similar de forma permanente? ¿La experiencia puede haber entusiasmado a los limeños e impulsar políticas de movilidad más sostenibles en nuestra capital? Y, por último, ¿somos conscientes de hasta qué punto la ciudad –y los ciudadanos– ha cedido gran parte de sus espacios públicos (aquellos de los que nuestra ciudad adolece tanto) al vehículo motorizado privado, utilizado apenas por un 15% de la población? CASAS entrevistó a tres expertos que nos presentan sus particulares miradas de las lecciones que nos dejaron los domingos sin autos.
Nuevas dinámicas urbanas
Para el arquitecto y urbanista Augusto Ortiz de Zevallos, la restricción del tránsito los domingos demostró que la gente puede disfrutar la ciudad. “Hemos sido testigos de cómo la ciudad deja de ser un enemigo y se convierte en un espacio de representatividad, de disfrute, de encuentro. Y esto es muy importante. En el día a día, la ciudad te agrede, estás corriendo de un lado al otro. Por eso, si el domingo podemos disfrutar de la ciudad, lo que ocurre es que la gente comienza a cuidarla. Creo que es sano que exista esa devolución de la ciudad, verla como un espacio de paseo, de dotaciones, de memoria, y no como este espacio vacío entre un punto A y un punto B”, refiere el urbanista.
“Si hubiera un poco más de información, podría haber estrategia. Tendríamos espacios que se liberan (algunos lugares clave), pero sin dejar de tener un tejido de puntos colaterales, en los que se deja fluir el tránsito para que no se anule toda la movilidad de autos”, comenta Ortiz de Zevallos, aunque apunta que sería necesario analizar la conveniencia de intervenciones de este tipo en cada zona de la ciudad.
De la misma idea es Mariana Alegre, urbanista y coordinadora general del observatorio ciudadano Lima Cómo Vamos, quien también apuesta por la restricción vehicular en ciertas zonas los domingos. “Teniendo en cuenta que parece imposible restringir el tráfico vehicular privado en toda la ciudad durante un día, básicamente por falta de voluntad política, lo que sí se podría implementar son ciclovías recreativas y calles abiertas en un montón de zonas, para a su vez propiciar este tipo de espacios y prácticas. De esta manera, los que sí usan auto o tienen que salir hacia lugares más lejanos lo pueden continuar haciendo”, explica Alegre.
En este contexto, la coordinadora general de Lima Cómo Vamos cree que una de las principales lecciones que dejan los domingos sin autos es la necesidad de que el gobierno promueva un Plan Nacional de Espacios Públicos que, más allá de preocuparse por habilitar y cuidar los espacios públicos abiertos de la ciudad, sobre todo en un contexto de pandemia, se preocupe de atender este nuevo uso de la calle, que hoy es más intensivo debido a que en los espacios abiertos el riesgo de contagio es menor.
Urbe ciclista
Durante los últimos meses, los limeños hemos visto el incremento exponencial del uso de las bicicletas, lo que habla de un cambio en la forma en que las personas se mueven por la ciudad. Sin embargo, para el economista y exviceministro de Transportes, Gustavo Guerra García, este fenómeno tiene su explicación en el cruce de varios factores. “Creo que la reducción del flujo vehicular privado, combinado con el temor a contagiarse, ha generado que más gente esté dispuesta a salir en bicicleta. Al mismo tiempo, es muy probable que mucha gente que ha empezado a usar bicicleta le agarre el gusto y opte por un cambio modal para una parte importante de sus viajes, que pueden durar entre quince minutos y media hora”, explica el exministro.
Sin embargo, para Guerra García, el gran reto para masificar el uso de bicicletas en la ciudad es impulsar el transporte bimodal a partir de ciclovías que se dirijan hacia las estaciones y paraderos de transporte público. “Que los primeros quince minutos de tu viaje sean en bicicleta hasta el paradero del bus, y que en la estación haya un cicloparqueadero seguro en el que puedas dejar la bicicleta, tomar el bus para tu trabajo, y que cuando vuelvas encuentres tu bicicleta en el mismo lugar. El día que podamos tener eso, seremos una ciudad que realmente promueva el uso de bicicleta como medio de transporte”, explica el experto.
Compensación del espacio
Otro debate que se ha abierto a partir de la restricción vehicular de los últimos meses es la posibilidad de que los usuarios de vehículos privados compensen su desmedido uso del espacio público. Para Mariana Alegre, esta devolución podría darse a través de impuestos que podrían servir para fomentar otros espacios públicos. “Si todos, inclusive los peatones y ciclistas, estamos pagando impuestos para que se sostengan y mantengan las pistas, ¿por qué no puedo pensar que los reales usuarios de estas pistas, que además generan un montón de problemas ambientales, de espacio, de siniestralidad, de tránsito, también compensen a los demás? En ese sentido, podemos pensar en tasas o cobros a los usuarios de los vehículos particulares”.
A su vez, Guerra García cree en una compensación de espacio público diferente. “La devolución del espacio público se puede dar de distintas formas, y la más idónea es que el transporte privado ceda espacio en las vías arteriales para carriles exclusivos o preferentes del transporte regular, y en las vías locales, para la implementación de ciclovías y para ensanchar veredas para los peatones”, refiere.
***
El impulso que ha generado la restricción vehicular los domingos, y la necesidad de buscar formas alternativas de movilidad con bajo riesgo de contagio, han promovido como nunca antes el uso de bicicletas. Hace algunos días, sin ir más lejos, el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento ha propuesto la formación de una red integrada de calles y avenidas exclusivas y seguras para ciclistas y peatones durante los domingos, a fin de fomentar hábitos saludables.
Algún día no tan lejano, la pandemia será historia. Una historia trágica de muerte, de separación y confinamiento. Pero quizá –ojalá– también será la misma pandemia aquella que marque un periodo de cambio en la forma en que los limeños nos movemos por nuestra ciudad y nos relacionamos con nuestro entorno.
Artículo publicado en la revista CASAS #288