Quién dice que el error inicial no se debiera a un problema de categorización, el cual nos ha llevado a pensar todo este tiempo que hombres y las mujeres venimos de planetas distintos cuando en verdad no es así. Quién sabe y venimos del mismo planeta, mismo continente incluso. ¿Me atrevería a decirlo que del mismo código postal?
Por más que seamos taxonómicamente similares, utilicemos el mismo idioma y respiremos el mismo aire, es innegable que los hombres y mujeres parecemos proceder de distintos planetas. Este hecho se vuelve mas visible cuando se habla del campo del amor, en la que consideramos como una verdad innegable que las mujeres son mucho más emocionales mientras los hombres tienden a ser más literales, hasta el punto del exceso.
Se dice que la sabiduría popular siempre tiene su cuota de verdad. En este caso no puedo evitar sospechar que dicha cuota les salió un poco alta, pues he perdido la cuenta de las veces que sido testigo de cómo mis amigas (y yo varias veces, debo confesar) se han obsesionado hasta el extremo con cada minúsculo detalle de una relación fallida, mientras que mis amigos, por otro lado, parecieran tan solo necesitar un par de “noches de patas” para superar la pérdida y pasar a la siguiente víctima.
Sí, lo sé: no es justa esta generalización. Yo tengo absolutamente claro que esta regla no es absoluta. Es más, algunas de las personas más estoicas que conozco son efectivamente mujeres y me sorprendería terriblemente de verlas algún día llorar por un hombre. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede ignorar la estadística. Que cada uno saque sus propias conclusiones, pero al menos en mi universo (léase: el universo que engloba a mis amigas y amigos) este estereotipo pareciera cumplirse.
Como para respaldar mi fallida teoría, mientras me encontraba escribiendo esta columna me llegó un mensaje de mi amiga Alina, la cual se encontraba al borde de un surmenage emocional, propiciado por su mas reciente desamor.
-“¿Puedes creer que aun no me ha llamado? ni siquiera ha contestado mi último mensaje, y está en línea. Es un imbécil absoluto. Dándome nada más que ansiedad. No sé qué hacer”-
“Pues los estereotipos efectivamente existen por algo”, pensaba mientras sumaba un punto más a favor (o tal vez debería decir en contra) de las mujeres en mi estudio titulado “Frecuencia y Factores Asociados a Exceso de Drama en Rupturas Amorosas”.
Moría de ganas de ir al rescate de esta damisela en peligro, pero tenía el modo “comadre” on,  ya que me encontraba en medio de una llamada con Victoria, quien me estaba contando todos los detalles de su romántico fin de semana en París con su recientemente “firmado” abogado mientras esperaba el tren Eurostar que la iba a llevar de vuelta a la estación de Londres St. Pancras. Su nuevo galán, del cual Victoria acababa de terminar de convencerse, había aprovechado que se acercaba el cumpleaños de un amigo bastante cercano para pedirle que lo acompañe.
-“Me vas a hacer quedar muy bien” – le dijo, pícaro, el.
Y sin pensarlo dos veces mi amiga se subió al tren.
Ya de vuelta en casa no le quedó más que ceder a mis insistencias y contarme hasta el más mínimo de detalle de su aventura.
-“Cuenta y exagera”-
Hubo lujo de detalles, no me puedo quejar, pero también debo aceptar que cierto capítulo me hizo reflexionar más de lo que esperaba:
-“Te cuento que abrió el tema de The Ex files” – me dijo, sorprendida, Victoria.
-“!Uy! ¿Qué has podido averiguar?”-
Aparentemente lo que el susodicho había tenido de éxitos en las leyes también lo había tenido de fracasos en el amor. Después de un catastrófico divorcio no había tardado mucho en enamorarse a primera vista (personalmente siempre he creído en la lujuria a primera vista, pero eso de que con una mirada te enamoras francamente lo tomo con pinzas) de una abogada penalista.
-“Me tenía totalmente loco. Es como si estuviera obsesionado.”- le había dicho a Victoria esa tarde.
¿Qué tenía de especial dicha mujer? Se preguntaba Victoria, y es que, según las historias que le había contado, lo trataba con la punta del zapato: le contestaba cuando a ella le provocaba, solo tenía tiempo para él a las horas mas inoportunas, no permitía que se los viera juntos a plena luz del día, organizaba citas en lugares secretos, lo cancelaba con frecuencia. En conclusión, era más fácil conseguir audiencia con el Papa que una tarde tranquila con su amada.
No es tan difícil de imaginar la razón cuando se considera que la mujer en cuestión no solamente se encontraba en plena batalla legal por su proceso de separación, sino que había decidido jugar la partida con dos mazos. Y vaya partido que se estaba jugando…
– “No podía controlarlo, es como si ella tuviera este poder sobre mí…”-  decía resignado, después de confesarle a Victoria que parte de las muchísimas libertades que la chica se había tomado incluía intercambiar mensajes con su próximamente ex esposo varias veces al mes. “Como para dejar migajas”, decía.
-“!Imagínate! tremendo abogado, chairman de una empresa global, Trustee de varias asociaciones (algunas incluyendo al Principe Carlos) y cediendo así ante la primera mujer que le da la hora del día” – me decía Victoria.
Esta no era la primera vez que escuchaba una historia similar, pues tan solo habían pasado un par de meses desde que Máxima, después de volver de una de sus muchas visitas a la ciudad eterna de Roma para ver a su sexagenario Giovanni, me había contado como una noche, después de habérseles pasado un poco la mano con el vino, este le había confesado como solamente una vez había perdido los papeles por una mujer, con un resultado bastante similar al del abogado de Victoria.
– “Creo que es la única vez que me he enamorado y, francamente, después de esa experiencia espero no volverlo a hacer” – le había confesado, sin darse cuenta de la fecha de caducidad que acababa de imponerle a la relación.
-“Que coincidencia!”- pensaba yo, otro hombre con un puesto imponente, perdiendo los papeles por una mujer que, a fin de cuentas, no iba a lograr tener.
¿Es acaso este un patrón típico de los hombres en el poder? ¿Será que les gusta secretamente ser dominados y humillados o habrá algo más profundo que eso? Quién sabe, tal vez haya algún instinto escondido que nos lleva a obsesionarnos con lo que sabemos que no podemos tener.
El resultados de ambas historias terminó siendo bastante similar: improductividad en el trabajo, descuido de la imagen corporal, cambios de humor impredecibles y llamadas telefónicas nocturnas obsesivas por una relación, y contra todo pronóstico, ¡Todo esto en hombres mayores!
Francamente, después de escuchar estas historias empiezo a sospechar que tal vez las mujeres no estamos tan mal. O tal vez la respuesta es más simple que eso. Quién dice que el error inicial no se debiera a un problema de categorización, el cual nos ha llevado a pensar todo este tiempo que hombres y las mujeres venimos de planetas distintos cuando en verdad no es así. Quién sabe y venimos del mismo planeta, mismo continente incluso. ¿Me atrevería a decirlo que del mismo código postal?
Cada vez me convenzo más, a diferencia de lo que parecen pensar muchas de mis amigas, que la pena no discrimina género. Al momento de definir lo que esta bien y lo que nos hace mal no pareciera justo establecer una única frontera de normalidad. A fin de cuentas, es casi imposible calcular el impacto que tuvo una separación en la vida de cada parte simplemente prestando atención a quien llorara más.
¡Que peligro! Cada vez que uno piensa que empieza a entender las complejidades del romance, aparecen situaciones que te hacen dudar de todo lo que creías conocer. Como van las cosas, me encuentro a punto de pegar en mi retrovisor un mensaje que lea “Las relaciones pueden parecer más cercanas de lo que realmente son”.
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