Los romanos fueron los pioneros en establecer un sistema para identificar a los ciudadanos basado en tres nombres (tria nomina). Sin embargo, dicha reglamentación quedó en el olvido durante la Edad Media. No fue sino hasta el siglo X que se volvió a emplear un sistema similar, que ahora conocemos como «apellidos».
Por Rodrigo Schang
Las familias más adineradas del imperio romano anhelaban diferenciarse del resto, por lo que idearon un sistema fundamentado en el praenomen, el nomen y el cognomen. Lo curioso es que la cantidad de ‘nombres’ del praenomen era bien escaso (alrededor de una veintena), por lo que se decidió incluir el nomen, que básicamente señalaba el linaje familiar. Finalmente llegó el cognomen, que no era más que destacar una suerte de característica de la persona. Esto sirvió por ejemplo con el caso de Cayo Cornelio Gayo.
Por otro lado, los griegos fueron más simples con el tema; ellos añadían el lugar de origen de la persona al nombre. Un sistema muy sencillo para saber quién era quién. Esos fueron los casos de Arquímedes de Siracusa y Tales de Mileto, por dar algunos ejemplos.
Una vez que el imperio romano cae, la sociedad regresa a vivir esparcida por el mundo, por lo general en pequeñas aldeas. Esto ocasionó que caiga en desuso los apellidos; ya no eran necesarios.
El retorno
Pasaron los años y recién allá por el siglo XII regresó nuevamente la necesidad de distinguir a las personas correctamente. Lo que pasó fue que hubo un pronunciado aumento demográfico, retomando la importancia que tenían antes las ciudades.
Ahora, en cuanto a los hispanohablantes, todo comenzó en los antiguos reinos de España. Al igual que los romanos, los nobles fueron los primeros en querer distinguirse del resto. Dicho esto, empezaron a usar patronímicos, en otras palabras, nombres que derivan del padre. Por ejemplo: González, hijo de Gonzalo; Álvarez, hijo de Álvaro.
Entre tanto, también empezaron a surgir los apellidos en base a características físicas (Delgado, Negrón, Moreno), oficios (Pastor, del Barco, Herrera) y lugares de procedencia (Ávila, Cuenca).
La aristocracia
Ya entonces por el término de la Edad Media prácticamente todos tenían un apellido. No obstante, fueron los renegados aristócratas quienes no querían tener los mismos nombres que la gente ‘común’. Es aquí cuando empiezan a emplear un segundo apellido, el de la madre, y los unieron con la letra “y” entre ambos.
Por supuesto que esta práctica llegó inclusive hasta los virreinatos de España en América, ya que los criollos tampoco querían ser iguales que la plebe.