A través de un detallado proceso de remodelación, la arquitecta polaca Beata Woznika logró preservar elementos únicos de esta propiedad de los años cincuenta, a la vez que modernizaba y expandía el interior para adaptarlo a las necesidades actuales. En el espacio, una paleta de colores neutros con acentos rinden homenaje a la cultura peruana.
Por Fiorella Iberico Fotos de Rodolfo Sotello
Beata recibió un encargo particular: la remodelación profunda de una propiedad que ya conocía bien. En 2020 se ocupó de replantear el primer piso de la casa, que funcionaba como una especie de condominio horizontal. Años después, la propietaria adquirió el segundo piso y decidió contactarla nuevamente para que hiciera la redistribución de este y convirtiera el conjunto en una casa unifamiliar pero, que a su vez, se mantuviera como dos unidades independientes. Esta vivienda, que data de los años cincuenta, requería una renovación completa, ya que no se adecuaba a las necesidades actuales. Así que había mucho por hacer, aunque la arquitecta ya se había enfrentado a este desafío arquitectónico antes.
Cuando hizo el reconocimiento de la propiedad, Beata descubrió un tesoro: el piso de terrazo cargado de personalidad que, a pesar de encontrarse en un estado considerablemente deteriorado, la cautivó. Decidió conservar este suelo en las áreas sociales, desde el lobby de entrada del primer piso hasta la sala, el comedor y parte del pasadizo que se ubica en el segundo, que colinda con la cocina. Para recuperar su encanto, tuvo que someterlo a un proceso exhaustivo de pulido y sellado. “Estos dos elementos, la fachada y el piso original, eran esenciales para mí en esta remodelación”, explica Beata.
Desde el principio, tuvo la visión clara de conservar la fachada original. Esta elección se fundamenta en su profundo aprecio por la escala agradable y el carácter único de las casas del barrio emblemático de San Antonio, en Miraflores, donde se ubica la propiedad. Por lo demás, el espacio fue sometido a una metamorfosis completa. Beata identificó muchas mejoras por hacer. Inicialmente, la casa solo tenía un baño y medio, algo bastante común en las viviendas de esa época, pero que resultaba insuficiente para las necesidades actuales. Hoy cuenta con cuatro baños y medio distribuidos en los dos pisos; tres de los cuales están incorporados en las habitaciones.
En lo que respecta al diseño arquitectónico en sí, los baños también recibieron atención especial. Uno de los que está ubicado en el segundo piso adoptó un formato que rinde homenaje a los antiguos baños de las casas limeñas, con lavaderos abiertos y tableros de mármol poco convencionales. “Se utilizó un diseño que evoca el pasado y crea un ambiente moderno y acogedor a la vez”, comenta Woznika. Otro punto importante para la arquitecta era establecer una distinción clara entre el área social y la privada. Por eso, gran parte de la remodelación se centró en la separación de ambos espacios, de ahí que todo lo social fuera concebido para estar en la parte frontal de la vivienda y la parte íntima, hacia atrás.
Como es lógico, esto implicó una ampliación importante, que incluyó la demolición de gran parte del tercer piso y la construcción de una nueva escalera que conecta los dos niveles. “Se retiraron, aproximadamente, 14 camiones de escombros, lo que refleja la magnitud de la transformación en el tercer piso, donde se amplió y adaptó la estructura”, ilustra Beata. Pero en esta parte también decidió conservar algo: tres habitaciones con vigas de madera que otorgan un encanto nostálgico al espacio. Estas vigas, con su belleza natural, infunden al ambiente un toque rústico que evoca la sensación de una acogedora casa de antaño, como para respetar el alma de la residencia.
El interiorismo destaca por la rica incorporación de elementos de profunda identidad peruana. Esto es especialmente evidente en el recibidor, donde se encuentra un llamativo cuadro de gran formato. La propietaria, una entusiasta del arte y la cultura peruana, lo pintó tomando inspiración de un libro de iconografía peruana que tiene Woznika. Las formas geométricas presentes en la pintura recuerdan a las de la cultura Wari, mientras que los colores han sido cuidadosamente seleccionados para armonizar con el piso de terrazo. El comedor también luce una obra de arte del pintor cusqueño Simeón González, a la par que sobre el sofá de la sala destaca un pedazo de tela del Colectivo Shipibas Muralistas que, acertadamente, la arquitecta decidió enmarcar.
Aunque la atmósfera de esta casa evoca claramente la influencia de la década de mediados del siglo pasado, se ha sabido incorporar con acierto e inteligencia elementos modernos y un aire minimalista. Sorprendentemente, esta mezcla no logra transmitir una sensación de frialdad, sino que se engrana con armonía. El uso consistente del color, el tono de las vigas y el marrón presente en varios ambientes de la casa crean una especie de unión cromática que fluye a través de todos los niveles. El resultado es una vivienda que rinde homenaje al pasado y a lo peruano, pero que abraza el confort y la belleza del presente.
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