El destacado diseñador de origen milanés, considerado por propios y extraños como un hombre de ideas muy claras en torno a lo que es y debería ser el diseño, estuvo de paso por Lima para proseguir a Chacas, donde junto con estudiantes de diseño y los artesanos de Don Bosco viene desarrollando nueve prototipos de muebles que serán expuestos próximamente en el Instituto Italiano de Cultura.
Por Laura Gonzales
A fin de lograr que todo quede listo para el próximo 7 de marzo que se inaugura la exposición “Un joven de cien años, innovar la tradición en la huella del diseño Italiano”, evento que se enmarca dentro de las actividades para celebrar un siglo del nacimiento de Antonio Raimondi, Francesco Faccin hizo una pausa en sus múltiples actividades para dictar una conferencia en el Instituto Italiano de Cultura, que fue una verdadera velada de reflexión en torno al diseño y sus procesos.
Usted afirma que un diseñador debe cuestionarse todo el tiempo. ¿Cuáles son los cuestionamientos más personales de Faccin?
Los creativos tienen el deber de seguir cuestionándose si el nuevo proyecto que están a punto de completar es respetuoso de y está alineado con las problemáticas urgentes de su época. Siempre me interesa profundizar en la raíz de una tipología y recordarme continuamente que somos el fruto de una larga y compleja evolución que nos ha llevado hasta aquí, y que cada una de nuestras acciones tendrá consecuencias en el futuro.
Otra de sus frases que resuenan es: “Diseñar para no ser diseñado”…
Ser diseñador te coloca inevitablemente frente a cuestiones políticas: ¿de dónde proviene la madera que estoy usando? ¿Qué contiene la pintura que el cliente me está proponiendo? ¿Existe una alternativa más sostenible a este proceso de producción? Si este objeto fuera encontrado dentro de mil años, ¿me sentiría orgulloso de él? Estas y otras preguntas sirven para crear un marco que pueda formar una visión. Si un diseñador no tiene ideologías -por supuesto que sean respetuosas con todos los seres animados-, simplemente pasará la vida dando forma a visiones de otros. Por eso, diseñar para no ser diseñado es fundamental.
Si ser diseñador es un acto político, ¿cómo debería traducir el creativo esto en su obra?
El diseñador individual, al igual que cualquier otra persona, no puede aportar mucho, pero eso no significa que debamos entregarnos al nihilismo. El sentido de inevitabilidad y la inminente catástrofe no son de ayuda. Siempre tiendo a ver el lado positivo porque, en el fondo, confío en la capacidad del ser humano para resolver problemas. Creo que siempre debemos volver a la calidad, a los ejemplos que han iluminado nuestro camino como especie. Un estudiante, por ejemplo, si quiere destacar no puede hacer otra cosa que mirar los ejemplos de excelencia de los maestros históricos del pasado, sin conformarse con la mediocridad y la superficialidad del presente.
Para Ud. diseñar es, también, crear productos de “contención”. ¿Lo dice en términos de aplacar la vertiginosa cotidianeidad?
En general, siempre me siento muy atraído por los objetos anónimos, silenciosos y cargados de calidad intrínseca. Me molestan los objetos en los que hay una clara voluntad de desencadenar el efecto “wow” en quien los mira. Me gusta que los objetos sean extensiones de nuestra parte humana más virtuosa en lugar de nuestro ego. Y sí, creo, que rodearse de objetos hechos con cuidado y calidad puede tener efectos calmantes en parte.
¿Qué ha significado para Ud. la experiencia de Chacas?
El proyecto, dirigido por la arquitecta Elisa Giusti, ha sido de una dinámica compleja, pero emocionante. Surgió como parte de una iniciativa del IIC con el objetivo de establecer un puente entre el ámbito universitario y el territorio peruano. Para los estudiantes de diseño es fundamental comprender y comunicar su territorio, creando colaboraciones sólidas y duraderas. Aquí, la figura de Antonio Raimondi fue fundamental. Desde el punto de vista académico, sus palabras inspiraron a los estudiantes a ampliar su perspectiva hacia su propio territorio. Su investigación científica estaba indisolublemente ligada a la aventura y a la capacidad de comprender y gestionar las adversidades: un espíritu que debe ser redescubierto y cultivado también por los jóvenes diseñadores.
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