Richard Linklater, en vez de contentarse con las fórmulas que han funcionado en sus películas más exitosas, cada cierto tiempo emprende un proyecto que lo lleva a recrear a fondo su estilo. Con Hit Man, el propio Linklater admite que la historia de esta película –– libremente basada en hechos reales –– necesitaba fundir el género noir con las comedias de screwball. El resultado es que, entre risas y escenas candentes, la película nos lleva en un recorrido por la psicología humana que explota frente a nuestros ojos en unos enredos tan divertidos como inquietantes.
Glen Powell interpreta a Gary Johnson, un profesor universitario que detrás de su apariencia inocentona es un colaborador en un equipo de policías encubiertos. Inicialmente sirve de apoyo técnico a agentes que se hacen pasar por asesinos a sueldo, pero un día cuando un agente es relegado de su cargo, Gary es forzado a reemplazarlo. Así demuestra que sus estudios académicos sobre psicología le sirven para encarnar con una soltura sorprendente a un sicario. Eventualmente, conoce a Madison (interpretada por Adria Arjona) quien busca que alguien ‘acabe’ con su esposo abusador. Pero en vez de hacerla caer en la trampa que le tiende, se desvía de su obligación profesional y comienza un romance apasionado entre un Ron, el alter ego asesino de Gary, y Madison. Como ambos sospechan que el otro tiene inclinaciones homicidas, es un amorío arriesgado y cada vez más peligroso, hasta que eventualmente actúan a partir de sus fantasías más oscuras.
La voz en off de Gary, que narra la película, es un recurso que produce la ironía alrededor de la cual está construida toda la historia. Gary es un buen tipo, tan controlado y afable como su voz de ratón de biblioteca. Mientras nos hace la exposición de una manera meticulosa de la historia de su vida, confiamos en él y en sus intenciones. No es poca cosa que esté interpretado por Glen Powell, quien confirma con esta película tener el carisma de una estrella de cine casi de otros tiempos (Paul Schrader lo comparó recientemente con Paul Newman). Y no sólo Gary se ve a sí mismo como un buen tipo, sino que sus compañeros de trabajo están constantemente asombrados por su ingenuidad. Sus observaciones además de ser muy cómicas nos hacen mirarlo con ternura, o incluso como un desadaptado. Su ex enamorada se le acerca preocupada de la distancia emocional que tiene con el mundo. Esta manera de observar a Gary a partir de su propia racionalidad y la de los demás choca con el lado de Gary que nadie –– ni él mismo –– parece conocer.
Y ahí es donde encaja lo noir, ese género antiguo de policías románticos y femme fatales –– valga la redundancia –– fatales. La película está filmada en un aspecto de pantalla ancho, que le da un aire de aventura que contrasta con el resumen mundano que Gary hace de sí mismo. Los planos anchos hacen que los intercambios de miradas entre Gary y Madison sean intensamente sugerentes desde el comienzo y luego precipitan a la película al terreno del deseo desbordante, que ambos actores ejecutan con abandono. Lo noir también desarrolla la idea de la identidad como una construcción: toda faceta de Gary al estar levemente aumentada en estos encuadres dramáticos se confunden en un juego de espejos donde ya no sabemos cuál es el Gary de verdad.
Así es cómo llega el final, en un torbellino de confusiones, engaños e ironía. Cuando el polvo se asienta nos damos cuenta de que nuestras simpatías están con los criminales. Y respondiendo a la pregunta que una y otra vez se hace en la película –– ¿es posible cambiar de identidad? – – la respuesta es sí, si estamos dispuestos a entregarnos al deseo, ese peligroso impulso que, como diría Vallejo, goza donde quiere y donde puede.
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