Por: Isabel Miró Quesada

El discurso anti fujimorista que ha reaparecido con la muerte de Alberto Fujimori revela un fenómeno poco estudiado. La gran mayoría de los más radicales opositores del fujimorismo son jóvenes. Muchos de ellos ni siquiera tienen edad para recordar o haber vivido el régimen de los 90s. Eso, por supuesto, no los desautoriza para tener un juicio de valor. Pero sí dice mucho de una juventud que solo se ha informado sobre aquellos años a partir de textos, testimonios, videos y fuentes de tercera mano. En esa batalla por la memoria, el fujimorismo no ha sabido dejar material bibliográfico que defendiera la parte positiva de su legado ante las futuras generaciones.

En la otra orilla, es sintomático que muchos de quienes le dieron el pésame a la familia de Fujimori hayan sido férreos opositores del autoritarismo fujimorista. Se han leído mensajes conciliadores de varios exintegrantes del recordado Foro Democrático, ex aliados del Fredemo, opositores cívicos y líderes de partidos como el PPC, Acción Popular y el APRA. Y también de medios que en su momento se levantaron contra el golpe del 5 de abril de 1992. Periodistas trejos que se opusieron al régimen en los peores años, y que desde acá merecen un doble homenaje, tanto por su valor como por su madurez política.

Son esas voces conciliadoras las que reconocen el legado positivo, sin jamás olvidar las sombras y los delitos cometidos por el régimen. Y tienen la autoridad moral para hacerlo, tras haber batallado contra el régimen de los 90s. Son ellos quienes aquilatan el daño que han hecho los antis en el Perú, un fenómeno histórico que va más allá del propio fujimorismo y que polariza a la sociedad, sobre todo en tiempos electorales. Y son esos exopositores quienes hoy coinciden públicamente en llamar a una reconciliación nacional. En pasar la página y superar esas diferencias que nos enconan.

No se trata de olvidar. Por el contrario, se trata de siempre recordar. Pero recordarlo todo, no solo los 90s. También los duros 70s, los aciagos 80s y los años posteriores al fujimorismo, años que explican mucho del discurso político que vemos hoy en día. Contrariamente a lo que algunos dicen, el país no necesita menos memoria. Necesita más. Requiere a gritos una narrativa que explique nuestro pasado en memoriales, películas, libros y textos escolares. Pero esa narrativa debe reflejar toda nuestra historia y no solo ciertos aspectos de la época de la violencia. Debe reflejar la prehistoria del terrorismo, la génesis de los autoritarismos y todas los debates políticos que nos llevaron a la situación poalrizada que hoy vivimos. Necesitamos una memoria completa. No solo la versión reduccionista que ha sido direccionada por los activistas de un solo lado.

Y en esa labor por reconciliarnos entre peruanos todos tienen un rol. El fujimorismo, hoy en manos de Keiko Fujimori, deberá ponderar la reivindicación de su legado y construir una necesaria autocrítica. Y tendrá que acercarse a las nuevas generaciones -y por qué no, a los deudos y víctimas- con un trabajo político que contextualice su historia, que repare los errores y ayude a cerrar heridas. Los demás partidos políticos que fueron a dar el pésame ya empezaron esa labor de reconciliación. Y querrán pescar a río revuelto en el voto naranja si es que el fujimorismo no logra expresar un discurso que mire al futuro y no se ancle en el pasado.

El periodismo, finalmente, tiene también un papel en esta historia. Con la autoridad moral de quienes se opusieron al golpe del 92 pero supieron sopesar las buenas reformas del régimen, el periodismo libre deberá construir un discurso coherente con el momento histórico que vivimos. La crítica y las denuncias periodísticas deberán continuar, por supuesto. Y la lectura equilibrada de la realidad ayudará a aquilatar lo bueno y lo malo en las próximas batallas por la memoria. No olvidar, pero aprender a pasar la página. E invitar a los lectores a pasar esa misma página. Aprender del pasado, de lo positivo y lo negativo, de las luces y las sombras. Y sobre todo mirar al futuro, para ayudar a construir un país que supere nuestras divisiones.

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