En la casa del diseñador de interiores Ignacio Martínez Argüello, la cultura y el color se entrelazan en un estilo viajado y ecléctico que refleja su predilección por los muebles antiguos. Este enfoque tan personal se conecta de manera fluida con el entorno natural que rodea su hogar en El Olivar. 

Por Fiorella Iberico | Fotos: Joselyn D’Angelo

Esta casa tiene una historia muy especial para el diseñador de interiores Ignacio Martínez Argüello. Ubicada en los alrededores del Parque El Olivar en San Isidro, la propiedad lo cautivó hace varios años. Poco después de mudarse a Lima desde su natal Argentina, Ignacio y una amiga paseaban por el parque. Sentados en una banca, quedaron fascinados por una vivienda en particular, imaginando quién viviría allí y soñando con la posibilidad de habitarla algún día.

La sala exhibe una colección de elementos de diversos rincones del mundo, como India, Turquía, Francia y Perú. La mayoría de estas piezas fueron cuidadosamente seleccionadas en tiendas de antigüedades y subastas, mientras que otras son valiosas herencias familiares.

Dos años después, mientras pasaba por la misma zona, Ignacio se encontró que la casa de sus sueños tenía un letrero que decía «se alquila». No dudó, llamó de inmediato y, tras negociar, convirtió en realidad el deseo de vivir en ese espacio que tanto había admirado. “Lo que más me atrajo fue el jardín, que aunque no es el lugar que más uso, es una fuente constante de inspiración. Para mí, el entorno es esencial; siempre lo considero en todos mis proyectos, tanto personales como con mis clientes. El entorno dicta mucho sobre cómo debería ser el interiorismo”, comenta.

El comedor refleja el estilo de la sala y el resto de la casa, Ignacio añadió pajaritos de cerámica de Ruraq Maki a las lámparas, dando la impresión de que los animales del jardín se extendieron por todo el hogar.

Fue así que la naturaleza circundante tuvo un impacto decisivo en la elección de la paleta de colores y los elementos decorativos. A pesar de su inclinación por acumular objetos, Ignacio reorganizó su colección y la adaptó a un contexto orgánico inspirado en El Olivar. El diseñador describe este proceso como “casi poético”, una experiencia enriquecida por su fascinación hacia los muebles antiguos. Para él, estas piezas no solo destacan por su calidad excepcional, sino también por una textura única que es difícil de encontrar en los muebles modernos. Ignacio es consciente de que las tendencias actuales son pasajeras: lo que hoy es un diseño novedoso, en pocos años puede quedar desfasado. Por eso, opta por un estilo atemporal que perdura a lo largo del tiempo, fusionando lo nuevo con lo clásico para crear un refugio que no solo es magnífico, sino también profundamente personal.

No obstante, Martínez considera que los muebles de estilo antiguo deben contrastarse con elementos contemporáneos para que realmente destaquen. “Si todo en un espacio es antiguo, se pierde esa oposición que hace que cada pieza brille. En Argentina, existe una frase que dice: ‘Los muebles no se compran, se heredan’. Esta idea de que los muebles con historia son como viejos amigos resuena conmigo; forman una especie de colección personal”. Y la de Ignacio es enorme. Sin embargo, ha sabido distribuirla en toda la casa para construir una narrativa auténtica y repleta de detalles. En la sala, ha creado una atmósfera bastante ecléctica y viajera con una mezcla rica y variada de elementos de diferentes culturas y épocas, como muebles franceses que se integran perfectamente con textiles como alfombras peruanas. También hay un tapiz francés colgado en la pared, de 150 años de antigüedad, que Ignació adquirió en una subasta.

Este ambiente también alberga elementos de la India, como las pantallas de las lámparas que el diseñador encarga especialmente. Los cuadros son otra de sus pasiones. Los distribuye con un enfoque curatorial, casi como en un museo. Hay secciones dedicadas a diferentes temas: una para retratos de mujeres, otra para paisajes y otra para escenas más eclécticas. “Es vital que una pared cuente una historia, que los elementos no solo estén ahí por estar, sino que dialoguen entre sí”, argumenta. El planteamiento para el interiorismo de su casa no solo crea una atmósfera rica y visualmente estimulante, sino que también asegura que cada elemento esté ahí por una razón, contribuyendo a una narrativa visual única y llena de significado.

Ignacio no define su estilo como maximalista, porque eso sería simplificarlo; simplemente le gusta rodearse de cosas que lo inspiran y lo hacen sentir bien.

En el comedor, el diseñador transformó las sillas francesas pintándolas y lijándolas para darles un aspecto más auténtico. La mesa, de estilo provenzal, también fue pintada por él para añadirle un toque distintivo. La lámpara, una elegante pieza francesa, fue comprada por internet. Además, una tela shipibo cuelga verticalmente como separador de espacios, complementando una colección de cuadros de bodegones peruanos y argentinos. Entre los muebles, se destaca un espejo de Karl Springer adornado con detalles de cacho de toro y bronce, que se combina con un mueble chino en negro y dorado y una antigua bandeja veneciana, creando una sofisticada composición en tonos oscuros y dorados. Sobre las lámparas, ha colocado pajaritos de cerámica que compró en Ruraq Maki. Estos pequeños detalles crean la sensación de que los animales de su jardín se han extendido por toda la casa.

Este toque kitsch inyecta humor a la pieza y, en cierto modo, encapsula lo que narran las paredes de esta casa: atención meticulosa a los detalles, espíritu desenfadado y una gran explosión cromática.

La cocina fue el último espacio que intervino, ya que es el que menos lo inspira; “soy más de la sala y el comedor”, admite. Sin embargo, una amiga decoradora, con quien vio por primera vez la casa en El Olivar, le sugirió: «Nacho, pinta el techo, dale color, hazlo tuyo». Y así lo hizo. En la cocina destacan una silla azul diseñada por Agostina Branchi, lámparas colgantes conocidas como Estrellas de Moravia, y un antiguo escritorio de colegio al que Ignacio revitalizó con una capa de pintura. La sala de televisión, en cambio, tiene una atmósfera particular. Ignacio pintó completamente este ambiente, incluyendo paredes, techo y un mini clóset empotrado, todo en un tono rojo apagado. “Elegí el rojo porque, además de ser mi color favorito, quería que este espacio tuviera un aire teatral, como un telón de fondo, lo que encaja perfectamente ya que es el cuarto donde vemos televisión por la noche, después de trabajar”, explica.

Las habitaciones también están llenas de color y detalles. En el dormitorio de Ignacio, sobre la cabecera, destacan unos cojines que compró en el mercado de pulgas de Lima el año pasado. Le encanta dar a los objetos nuevos contextos, reinventando su propósito.

En las habitaciones, el cuarto de huéspedes está inspirado en la buganvilia que crece fuera de la ventana, con sus vibrantes tonos de verde y fucsia. Ignacio amplió esta conexión con la naturaleza simbólicamente: las cortinas presentan hojas en tonos rosados y verdes, mientras que la pared es de un verde suave y el techo, celeste, evoca el cielo. En el cuarto principal también hay un contraste de culturas y colores. Las mesas de noche, provenientes de Marruecos y China, añaden carácter, y un mueble naranja vibrante se destaca. Sin duda, la pieza central es una serigrafía de Picasso, heredada de la familia del esposo de Ignacio. Para suavizar la formalidad de la obra, adornó el marco con luces navideñas que su madre le regaló. Este toque kitsch inyecta humor a la pieza y, en cierto modo, encapsula lo que narran las paredes: atención meticulosa a los detalles, espíritu desenfadado y una gran explosión cromática.

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