¿Por qué en el Perú la agenda de cambio radical tiene que ser solo la de la izquierda? ¿Por qué el outsider disruptivo no puede venir desde el otro lado?
Por: Isabel Miró Quesada*
Un político no es un empresario. Suena obvio. Pero al oír las propuestas de los candidatos de la derecha a la presidencia de 2026, ya no parece tan evidente. Porque, así como los empresarios defienden la estabilidad política, la responsabilidad económica y la moderación fiscal, los políticos de derecha parecen seguir el mismo libreto. Y hacer campaña con esa narrativa es un suicidio electoral.
La labor de un emprendedor requiere estabilidad económica y paz política para mejorar la productividad. Por eso quienes hacen empresa buscan trabajar de la mano del gobierno, defendiendo la continuidad de los funcionarios y la predictibilidad de las políticas públicas. Un empresario sabe que toda crisis social perjudica el crecimiento de las inversiones y la imagen externa, lo que es vital para convocar a capitales extranjeros. Los candidatos de derecha, sin embargo, deben tomar distancia de ese discurso.

«Mientras el empresario apela a la razón económica, el candidato debe convocar a la emoción política. Porque el voto es netamente emocional».
Un político debe seducir con un mensaje de cambio, prometer una nueva realidad y convencer al gran elector que pide a gritos un giro drástico. Un candidato no debe ser cauto frente al statu quo.
Mientras el empresario apela a la razón económica, el candidato debe convocar a la emoción política. Porque el voto es netamente emocional. De ahí que se haya escuchado el rugido de Milei y el “Make America Great Again!” de Trump.
La conclusión es obvia: si para un empresario defender al régimen equivale a proteger las inversiones, la estabilidad económica y el bolsillo de sus accionistas, para un candidato, sostener a Boluarte es igual a kriptonita.
A estas alturas, defender a Dina es un suicidio, políticamente hablando. No solo por su impopularidad de 0%, sino porque la colocó la izquierda. Y si la izquierda la colocó irresponsablemente, ¿por qué la derecha política debe pagar los platos rotos? Cada vez que la derecha defiende a la presidenta, los candidatos radicales como Bermejo y Alanoca ganan un voto más.
La izquierda –“Dina Asesina”– ya le ganó la narrativa de oposición a la derecha. Y es esa la narrativa que gana históricamente: la que se opone al gobierno de turno. Así fue durante los primeros años del siglo XXI. Toledo se opuso a Fujimori y ganó. Alan rivalizó con Toledo y llegó. Humala fue oposición a García y la hizo. Etcétera. Y esa lógica se impone más que nunca ahora, frente al gobierno más impopular de la historia peruana.
Un candidato no debe pedir estabilidad, sino cambio. No debe reclamar calma y moderación, sino urgencia y revolución. Y no debe defender el statu quo, sino exigir reformas profundas. Un político que aspira a la presidencia debe encarnar el hartazgo de la gente ante las injusticias del día a día.

«Hay que reclamar una reforma profunda que liberalice la economía y nos abra a los mercados del mundo».
Un aspirante a presidente debe concentrarse en lo que hay que cambiar, antes de enfocarse en lo que hay que conservar. Y hay mucho por transformar en un país donde el Estado es ineficiente. Un candidato presidencial debe pedir un giro radical en la lógica estatista y en la “permisología” burocrática. Una revolución liberal que acabe con las mafias enquistadas en el Estado alrededor de Petroperú y Sedapal, por ejemplo.
Un plan de gobierno que enfrente a la asesina minería ilegal, a la cupocracia de los transportistas piratas, a la pésima educación en el magisterio tomado por sindicatos y a las argollas que piden coima en todas las instancias del Estado.
Hay que reclamar una reforma profunda que liberalice la economía y nos abra a los mercados del mundo. Una agenda que priorice más TLC, más inversión privada y menos “tramitología” para hacer empresa. Una propuesta que facilite la vida a los peruanos, empezando por los que viven en los lugares más alejados. Una política que los conecte con el mundo y la modernidad.
Si la izquierda siempre le gana la narrativa a la derecha, es porque sabe encarnar el cambio, la rabia, la revolución. La derecha, en cambio, suele representar el statu quo, la mesura, la calma.
Hace unos años vi en mi barrio a un candidato a alcalde que se lanzaba con el eslogan “Para que nada cambie”. No caló ni en la zona más tradicional de Lima.
Si el Estado peruano funciona tan mal, si cobra impuestos que no se traducen en buenas obras, y si presiona con leyes leoninas y coimas, ¿por qué la derecha no puede reclamar una revolución liberal que nos libere de ese flagelo? ¿Por qué la agenda de cambio radical tiene que ser solo la de la izquierda? ¿Por qué el outsider disruptivo no puede venir desde el otro lado?
(*) Editora general de revista COSAS.
Suscríbase aquí a la edición impresa y sea parte de Club COSAS .