«Romper relaciones diplomáticas no es una decisión menor. Es el último recurso cuando la tensión política entre dos países se vuelve insostenible. Hoy, lamentablemente, ese es el escenario entre Perú y México.»
Por Carlos Pareja*
El 3 de noviembre, el canciller Hugo de Zela anunció que el Gobierno mexicano había concedido asilo diplomático a Betssy Chávez, expresidenta del Consejo de Ministros de Pedro Castillo. Lo calificó, con razón, como un “acto inamistoso e inaceptable”.
La posición mexicana no es nueva: desde el intento de golpe de Estado del 7 de diciembre de 2022, México ha optado por respaldar a Castillo y desconocer la legitimidad de los gobiernos constitucionales que lo sucedieron.
Chávez enfrentaba en la Corte Suprema la fase final de un proceso por rebelión y conspiración. Al prever una condena, buscó refugio en la embajada mexicana, siguiendo el mismo camino —fallido— que Castillo intentó aquel fatídico día en que terminó detenido y ahora procesado.
México justificó su decisión amparándose en la Convención sobre Asilo Diplomático de 1953, alegando que Chávez “ha sido objeto de reiteradas violaciones a sus derechos humanos como parte de una persecución política del Estado peruano“, acusación muy grave por cierto. A la vez, pidió el salvoconducto para su salida del país.
La Cancillería peruana ha respondido con mesura: el Perú respeta la Convención, pero antes de pronunciarse ha solicitado los informes jurídicos del caso. Mientras tanto, sin ese documento, la ex primera ministra no puede abandonar la embajada sin ser arrestada.
Es cierto que la ruptura es una medida extrema. Pero también lo es que México ha insistido en una actitud provocadora, alejada de toda diplomacia profesional. Los Presidentes López Obrador y Sheinbaum han sido persistentes en su discurso ideologizado, negando la legitimidad del gobierno peruano y repitiendo consignas políticas que nada tienen que ver con la realidad.
Esta conducta —que roza la injerencia— ha deteriorado una relación histórica, marcada por el afecto, la cooperación y las inversiones mutuas. Hoy esa relación está rota, no por el Perú, sino por la obstinación del Gobierno de ese pais en convertir su política exterior en una trinchera partidaria.
El Perú no podía seguir tolerando agravios. Romper relaciones diplomáticas en este caso es una afirmación de soberanía. México debe entender que el respeto entre Estados no se negocia.
Ojalá que, a partir de julio de 2026 se imponga la sensatez en el Gobierno mexicano y sea factible reconstruir un vínculo basado en la verdad y el respeto mutuo.
*Carlos Pareja, ex-embajador del Peru en EEUU.
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