Un recorrido personal por la transformación de la vida nocturna limeña, desde los bares de antaño hasta la explosión de espacios, estilos y experiencias que hoy animan la ciudad.

Por Diego Molina*

Recuerdo la noche limeña de hace 25 años. Algunos preferirán no hacerlo. Las opciones eran pocas. Atrás quedaba El Grill en la Costa Verde, donde apareció Gustavo Cerati a festejar con alguna novia, donde tomábamos “piscinas”, un brebaje de conchitos de botellas. Con cañita. Atrás también Mamut en Miraflores, con su propia cervecería y el espectacular Blue Buddha que era la corona de ese edificio, donde la mujer más tatuada del Perú te servía tragos y pastillas de éxtasis en la penumbra. Larcomar ofrecía las discotecas Aura y Gótica, ambas con cierta estructura distinta. La música y el público, pues lo mismo. Por algún misterio, los chicos usaban camisas Tommy Hilfiger y zapatos Bass cual uniforme. La terraza de Gótica frente al mar mejoraba lo cerrado que puede ser un nightclub de una noche sin muchos brillos.

Tenías La Noche en Barranco en el boulevard de huecos cheleros, una peña de mala muerte en la Plaza Butters y El Dragón si estabas en onda subte o rock alternativo. Acaso tomarte un Capitán en el Bar Olé para codearte con los amigos de tu papá y sus chicas. Bauhaus, siempre azul, y su música ochentera de madrugada estaba por morir. Esa era tu vida nocturna. De lo que recuerdo.

Ahora la cosa es muy distinta, y para bien. No todo tiempo pasado fue mejor. La propuesta nocturna en Lima se ha expandido como el Big Bang. No podré nombrar todas las nuevas opciones, igual acompáñenme en esta marcha:

Estás con unas amigas. Empiezas con unos previos en Sastrería Martínez tomando un Boulevardier viendo las botellas iluminadas a lo lejos. Tocan Jazz de Big Band y mueves el pie con el ritmo, te sientes en Nueva York en la era de la prohibición. El lugar es caro. No quieres discoteca, quieres un local cool con buenos cócteles para ellas y bailar Blur, Oasis o Weezer sin mucha luz. Te vas a La Vermut en Barranco. Te tomas un Bourbon en su terraza con plantas y tu amiga más borracha se come una pizza buenaza. Cruzando la calle, entras a la casona de Bulbo, la electrónica no es invasiva, el whisky lo sirven ralito, pero la barra es de madera y acogedora. Pero ellas quieren bailar, de verdad (sus amigas están cantando sobre sus corazones rotos en María Mezcal). A pocas cuadras, la salsa dura onda tardeo de Terapia venía acabando.

«Ahora la cosa es muy distinta, y para bien. No todo tiempo pasado fue mejor. La propuesta nocturna en Lima se ha expandido como el Big Bang».

Entonces te vas más allá y entras a Damián, un club amplio con globos de colores y luces de escenario. (La otra opción era Sala Osma con su decoración magnífica, pero nunca sabes qué onda tocará cada noche). Chicas guapas alrededor, todos bailan mirando a los demás. Podrías haber ido a Qiu en Petit Thouars, sus techos altos y sus botellas disparando fuegos artificiales, pero no quieres chocarte con tanto chibolo y sus reguetones. Lo mismo te hubiera pasado en Lima Bar en Larcomar. (Un “neogótica” porque es el mismo espacio). Sí te hubiera gustado mirar a las chicas de esa edad. Tus amigos obsesos con la música electrónica te cuentan que está tocando un DJ noruego famoso en Get Out, a las afueras de la ciudad. Te mandan videos, las escenas en la pantalla parecen sacadas de Blade Runner, los ritmos van a 120 kilómetros por hora frente a cientos de personas. Te comentan que a unas cuadras de tu ubicación está ebullendo Rítmica Paraíso con su techno europeo y sus luces rojas como el infierno.

Te escribe tu mejor amigo que está en Discofobia. Entonces te apareces y suena I Feel Love y te entregas al movimiento de las gentes disfrazadas, bajo la bola de espejos que dispara a todos los rincones de la oscuridad. Le preguntas qué fue de su vida y te cuenta que para en fiestas como Matadero, Sodoma, Clímax y en el bar Culpa y así te enteras de que es gay.

Llegas a casa pasadas las 4 de la mañana. Las luces y la diversidad de siluetas no se disipan de tus ojos. Tampoco el ruido en tus oídos. Te sirves el último trago y piensas: la noche limeña te ha convertido en alguien peculiarmente más libre.

 

*Escritor de Alfaguara

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