En un gran terreno de Sierra Morena con desniveles y mucha vegetación, se levanta esta casa familiar diseñada por Óscar Borasino. Es una arquitectura de volúmenes y materiales contundentes, donde el paisaje es el punto de partida y de comunión.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Los propietarios querían un lugar donde pudieran alejarse de Lima, rodearse de naturaleza y generar un espacio de encuentro familiar. La pareja quería crear un lugar que reuniera a sus cuatro hijos con sus respectivas familias: un espacio tan especial que los atrajese naturalmente, pero que aun así les dejase independencia. La amplitud del terreno en Sierra Morena favorecía esa premisa, con casi seis mil metros cuadrados. Se le encargó al arquitecto Óscar Borasino el diseño de cinco casas –una principal, y cuatro más pequeñas para cada uno de los hijos–. Las construcciones debían ubicarse en los niveles descendentes que conforman el gran lote sin que se perdiera la jerarquía del verde. Dos de las casas para los hijos se han construido ya, en la parte más baja del terreno. La casa principal también ha sido levantada en uno de los niveles superiores: pese a sus dimensiones considerables (aproximadamente quinientos metros cuadrados), y a la monumentalidad de sus muros, no se vislumbra desde el ingreso. Parte de la propuesta implicaba ir descubriéndola, a medida que se desciende por unas escaleras de piedra salpicadas de flores de colores.
Ese descubrimiento fue uno de los pedidos de los propietarios, quienes soñaban con una casa que se perdiese con el paisaje. Otro requisito tuvo que ver con los materiales: querían concreto, madera y piedra, materiales que tuvieran coherencia con el entorno. La familia también pidió sentir la presencia del agua: se incorporó una piscina de piedra en la terraza, una caída de agua y el diseño de varias pequeñas lagunas.
La casa forma una u dividida en dos bloques: la terraza y la casa en sí misma, que se desarrolla en ele. Esta disposición protege del viento y del sol, contiene todo el programa y dirige la vista hacia el amplio jardín y, en el horizonte, al paisaje de los cerros. Una de principales decisiones arquitectónicas es que los principales muros no estén paralelos, sino que se inclinen levemente formando un sutil trapecio. La gran terraza protege una sala, un comedor y un bar exteriores. El diseño original suponía que las buganvilias treparan el muro y cayeran desde el techo, entre el sol y la sombra de madera. Sin embargo, la planta tiene vida propia, y las ramas tomaron el interior de los muros de piedra. La terraza tiene una chimenea abierta para no interrumpir el paisaje, y que el espacio pueda aprovecharse tanto de día como de noche.
Naturaleza interior
Ya en el interior de la casa, la familia quería rodearse de libros. Las paredes de la sala principal son estanterías de madera oscura, a manera de una biblioteca que también contiene la chimenea. El marco de las mamparas es de acero corten, y rollers color chocolate cubren los vidrios y le dan mayor calidez e intimidad al espacio. El interiorismo se diseñó con la asesoría de Fernando Velasco y Manuel Risso. En el comedor, se colocaron tres paneles de madera que lo rodean sin tocar el techo, de tal manera que el paisaje se puede colar, pero aun así se tienen paredes donde colocar piezas, como un temprano Tokeshi y un díptico de Valentina Maggiolo. En los largos corredores, coloridos textiles de Mari Solari conducen el camino.
En el segundo piso se encuentran los dormitorios. Toda la planta se caracteriza por su sencillez y su pulcritud: las líneas limpias de la arquitectura se encuentran con las pocas piezas de mobiliario, y con el espíritu de la madera que recubre todos los espacios. En la habitación principal, un óleo de Mariella Agois corona la cabecera de la cama. Hay pocos elementos, como las alfombras andinas de los años cincuenta. El gran protagonista es la vista que ingresa a través de una ventana que va de piso a techo y a todo lo ancho del dormitorio.
Aún no se ha colgado el gran cuadro de la escuela cusqueña, que está apoyado sobre una pared. Se trata de una casa reciente, que tiene poco menos de un año desde que se empezó a habitar. La familia disfruta del proceso de ir completándola poco a poco. “Nos da muchas paz este lugar, de verdad que sí”, reflexiona la propietaria. “Queríamos algo moderno y limpio. El resultado es monumental, pero bastante acogedor”. Como debe serlo un proyecto que es, finalmente, íntimo y familiar.
Artículo publicado en la revista CASAS #239