Son las 4:00 a.m. y el teléfono de Luis Horna empieza a sonar. Él no salta de la cama, sabe que no se trata de una emergencia y se levanta. La alarma del celular le recuerda que lo único que le espera a esa hora de la madrugada es la piscina si es martes, o la bicicleta si es viernes.
Hace dos años, Horna –ex tenista profesional y campeón en dobles del Roland Garros 2008– se olvidó del polvo de ladrillo para concentrarse en el hierro, ese elemento que exige convertir los músculos y la mente para competir durante más de cuatro horas seguidas en el agua, la bicicleta y la pista. Ser inquebrantable como el hierro es lo que necesitas para convertirte en Ironman.
La vida de Lucho, el triatleta, es muy diferente a la de Lucho, el tenista. En la anterior, esa que decidió dejar en 2009, saturado por los viajes y las ausencias, el ritmo frenético del circuito de tenis profesional no lo dejaba respirar. En la actual, la combinación del entrenamiento y las exigencias del trabajo lo hacen madrugar y desear que el día tenga más de 24 horas. Eso sí, como triatleta o como tenista, el sacrificio y el sufrimiento físico son una constante. Y a Horna le encanta.
Al anunciar tu retiro dijiste que estabas saturado. Hoy, como triatleta amateur, estás de vuelta en las competencias.
Me retiré agobiado por el tenis apenas un año después de haber ganado el Roland Garros, pero no podía más. La logística no daba, mi cabeza no daba, prácticamente me tenía que operar la cadera (tenía una lesión por desgaste). Estaba cansado de la rutina. Entrenar significaba un esfuerzo enorme; alejarme de mis hijos, también. Ya había hecho todo lo que quería hacer en el tenis y quería disfrutar de una vida más normal.
Hacer triatlón, con el ritmo de entrenamiento que requiere, no es llevar una vida normal.
No (risas). De todos modos, me retiré del tenis y los primeros dos años no hice absolutamente nada. Aproveché ese tiempo para vivir como una persona común y corriente. Pero a partir del tercer año me golpeó la pegada del retiro, algo que pensé que nunca me iba a afectar. “¿Y si me entreno?”, “¿y si regreso?”, “¿y si juego dobles?”… Fueron seis meses en los que la pasé mal. Empecé a buscar diferentes cosas y no me enganchaba con nada. Hasta que mi mejor amigo de toda la niñez, que ya estaba metido en el triatlón, me jaló. Antes le decía: “¡Estás loco, es imposible dedicarse a algo así!”.
¿Algo que ahora te dicen a ti?
Sí, todo el tiempo. Tengo un chat con un grupo de amigos con los que jugaba tenis desde junior (como Guillermo Coria, Mariano Zabaleta, Juan Ignacio Chela y otros ex tenistas de élite), y siempre les digo que estoy entrenando. “Estás roto de la cabeza; todo lo que sufriste físicamente durante tanto tiempo y ahora sigues sufriendo”, me dicen ellos. Cada quien vive su locura como mejor puede. Hice mis primeras postas en Paracas en 2015, y desde que vi el ambiente y cómo son las carreras, me enamoré. Empecé a trabajar en adaptar el cuerpo. Odiaba correr, nunca fui de correr. Nadar, menos; solo fui a las clases de natación que mi mamá me metió de niño.
La pasabas mal en tus preparaciones físicas como tenista, entonces.
Todavía lo hablo con quien era mi preparador físico: Juan Carlos Menchón. Me dice: “Lucho, ¿te acuerdas cuando hacíamos pasadas de 20 por 200 metros y llorabas?”. Literalmente, lloraba de rabia y le decía: “¿Por qué tengo que hacer esto si lo odio?”. Ahora 20 por 200 metros es solo un calentamiento.
Como tenista, a veces la ansiedad te jugaba malas pasadas. En el triatlón, que te obliga a competir por horas, el factor mental también es vital. ¿cómo lo manejas?
El tenis y el triatlón son dos luchas mentales muy diferentes. Yo era inestable tenísticamente hablando; no significa que no era fuerte mentalmente. Cuando estaba bien, era difícil ganarme, fuera quien fuera el rival: sentía que podía contra el número uno, el 20 o el 100. Cuando estaba mal, pensaba que el que estaba ubicado en el puesto 500 del ranking mundial me iba a complicar la vida. El triatlón es más un tema de resistencia al sufrimiento. Tienes que estar dispuesto a pasarla mal, porque en un Medio Ironman –que consiste en 1,9 kilómetros de natación, 90 kilómetros de ciclismo y 21,1 kilómetros de running– vas a sufrir físicamente alrededor de cuatro horas, y más. En un Ironman entero –3,88 kilómetros de natación, 180 kilómetros de bicicleta y 42,2 kilómetros (una maratón entera) de running–, de 10 horas para arriba.
¿Sientes la diferencia entre ser un deportista profesional y ahora uno amateur?
Hay gente que se entrena para decir: “Hice un Ironman”, y luego cuelga la bicicleta, las zapatillas. Otra gente lo practica como estilo de vida, para mantenerse sana, al margen de los tiempos. Y después está el amateur que es el ‘wannabe professional’. En ese grupo estoy yo. Estás todo el rato pensando en tiempos, cambias tu alimentación, tu estilo de vida, y empiezas a estudiar el tema. Ahí la única diferencia entre el pro y el amateur es que el pro gana plata y el amateur la gasta… Y bueno, que el pro tiene más tiempo.
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