Jackie Kennedy fue una mujer que entendió como pocos el poder de la imagen y las apariencias, y que, a menudo, guardó sus opiniones en la reserva de su familia y un reducido grupo de amigos, y su vida privada bajo siete llaves, lejos de las cámaras y micrófonos. Por lo mismo, las revelaciones que han aparecido después de su muerte, ocurrida en mayo de 1994, han causado tanto interés y comentarios. Son retazos de una vida ejemplar y permiten, aunque sea, un vistazo en la intimidad de una de las mujeres más famosas de la historia reciente.

jackie kennedy

Jackie y JFK estuvieron casados entre 1953 y 1963, año en que el mandatario fue asesinado.

Sucedió hace pocas semanas, cuando “The New York Times” informó que varias cartas de la “viuda del siglo” serían rematadas este mes de marzo. Una de ellas, en especial, ha cautivado la atención de la prensa y el público: una carta que Jackie envió, en 1967, a su buen amigo David Ormsby Gore, ex embajador británico en Washington, en la cual rechazaba su proposición de matrimonio y explicaba por qué aceptaría, en cambio, la de Aristoteles Onassis. “Si puedo, alguna vez, alcanzar algún nivel de sanación y confort, tendrá que ser con alguien que no sea parte de mi pasado y mi dolor”, escribió Jackie. “Ahora tengo la oportunidad de encontrar eso, si es que el mundo nos lo permite”.

«Si puedo alguna vez alcanzar algún nivel de sanación y confort, tendrá que ser con alguien que no sea parte de mi pasado y mi dolor», escribió Jackie.

La mujer de Ormsby Gore había muerto meses antes en un accidente automovilístico. “Nos hemos conocido tanto, compartido y perdido tanto juntos, que incluso si no es en la forma que tú desearías, espero que nuestro lazo de amor y dolor no se corte nunca.
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Tú eres como mi amado, amado hermano, y mi mentor, el único espíritu original que conozco, igual como lo eras para Jack”.
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La carta fue encontrada en un maletín de cuero rojo, en la casa en Gales del exembajador, que murió en 1985.
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Venía escrita en papelería del Christina, el legendario yate de Onassis. El muy comentado matrimonio de la ex primera dama y el magnate griego –celebrado en octubre de 1968, en Skorpios, la isla privada de Onassis– nunca fue realmente feliz. Fue, en cambio, un acuerdo conveniente para ambas partes, que permitió que Jackie tuviera carta blanca para viajar, comprar y ser protegida por un pequeño ejército de seguridad, y que le dio al griego el trofeo de tener a su lado a la mujer más famosa del mundo.

En 1962, vestida con un traje de Oleg Cassini durante un paseo por el lado Pichola (India)

Eso no significa que no hubiera habido afecto entre ellos, pero ese afecto nunca se convirtió en amor. Después de la boda, Jackie comenzó a dividir su tiempo entre París y Nueva York, y se entregó al consumo compulsivo con un entusiasmo casi enfermizo, siendo perseguida en Madison Avenue o la Avenue Montaigne por una jauría de paparazzis, y con su nombre que aparecía, constantemente, en columnas sociales que hablaban de las fortunas que podía derrochar en apenas una hora de compras en Gucci o Cartier. Su look se hizo cada vez más relajado y sensual. La elegancia cuidada de sus días en Washington dio paso a un espíritu libre que, en cierto modo, fue la encarnación de la década de los setenta.

Luego de la muerte de Onassis, en 1975, Jackie se instaló definitivamente en Manhattan, en un amplio departamento en el 1040 de la Quinta Avenida, a pasos del Museo de Arte Metropolitano, y en una decisión que sorprendió hasta a sus más cercanos, aceptó un trabajo como editora en la editorial Doubleday. Entre otras cosas, fue la encargada de supervisar las autobiografías de Diana Vreeland y Michael Jackson.

Por Manuel Santelices

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