Aldo Chaparro tiene casas en varias ciudades, y cada una de ellas responde a una necesidad emocional. La de Lima alberga un estudio de trabajo y también la nostalgia por la familia, los amigos y el país de nacimiento. Esté donde esté, necesita rodearse de su arte para vivir.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Una de las principales necesidades de Aldo Chaparro es tener siempre a la mano un espacio que le permita trabajar. El artista plástico peruano, que emigró a México hace veinticinco años, divide su vida desde hace tiempo entre la capital mexicana, Nueva York, Madrid y Lima. En cada una de estas ciudades tiene instalado un estudio, ya que sus estancias prolongadas le exigen seguir gestionando, pensando o produciendo, esté donde esté. Pero, en su espacio de Lima, las dinámicas de trabajo se desarrollan alrededor de la más casera cotidianidad. Hasta hace poco, compartía su casa chorrillana con los artistas Gilda Mantilla y Raimond Chaves, y aún la comparte con la escultora Claudia Salem. Cada uno trabaja a su ritmo, entrando y saliendo, pero comen juntos y se reúnen en la terraza por las noches a tomar algo y escuchar música. “En un modo general, mis necesidades son bastante parecidas en todos lados, es por eso que casi todos mis espacios se parecen mucho”, reflexiona Chaparro. “Pero, en un sentido más específico, cada espacio cumple funciones más precisas: mi estudio en Lima cumple con una necesidad más personal”. El artista se refiere a un espacio que no solo satisface funciones básicas y facilita la logística de su estadía, sino que constituye una edificación emocional, un ancla para el hijo pródigo. “El sueño viejo de poder tener una casa en Lima, en la ciudad donde nací, cerca al mar y con una terraza. Viejos anhelos de un autodesterrado”, confiesa el artista.
La mayor parte del día la pasa en la terraza: ya sea en la pequeña sala enmarcada por dos columnas, o en el comedor hexagonal de madera, cuyo centro de mesa es un maravilloso cactus que parece la cabeza de Medusa. Rodeado de vegetación, muebles y pisos gastados, y un amable desorden que revela noches de tertulia, Aldo toma desayuno y almuerza, revisa su correo electrónico y recibe a amigos y clientes. En el interior, el recibidor y lo que alguna vez fue la sala principal de esa antigua casa chorrillana se han convertido en cuartos de exhibición para obras en mediano y gran formato de Chaparro. Piezas de arte, pósters y recortes acompañan a través de los corredores. Aunque quizás sea el cuarto que menos usa, el despacho es donde dibuja y almacena material que luego utiliza en sus piezas. Es también donde guarda libros antiguos, caracoles que colecciona, artesanías, fotos y su bar.
Maneras de crear
Las fotos de su residencia en colonia Roma, en Ciudad de México, salieron publicadas el año 2014 en la revista “AD”. En el artículo, Chaparro la describe como “uno de esos espacios que son bellos por casualidad, por que tal vez ni siquiera existía la intención de que tuviera tanta propuesta, aunque yo todos los días le descubro soluciones que me parecen muy interesantes”. Bello por casualidad podría aplicarse también a su cuerpo de trabajo, donde el azar, la prueba y el proceso importan más que la apariencia final. “Muchas veces, no distingo si estoy haciendo una pieza o cuidando mis plantas”, dice hoy el artista. “En ambas situaciones me estoy expresando y procurando placer y felicidad; en ese sentido, para mí, es más importante el presente. El proceso es algo que vivo con mucha intensidad y es donde de verdad está puesta toda mi atención y búsqueda de placer”.
Pueden identificarse algunas constantes en sus espacios vitales: la exuberancia del verde, por ejemplo, y su colección de textiles y tapetes del Perú, México, Israel, India, Bután, Marruecos y otros países. En algún momento, Chaparro se dedicó a la carpintería y aún continúa diseñando piezas para él mismo. “No me interesa nada que sea demasiado nuevo”, dice Chaparro sobre los estilos que prefiere. “Siempre busco objetos con historia, con un poco de personalidad, pero tampoco me interesa que sean antigüedades en el sentido estricto. Creo que un buen mueble debe ser sencillo y lo más funcional que se pueda, aunque la función no es una de las características que más busco. Para mí, form doesn’t follow function”.
Si lo que buscaba en Chorrillos es un refugio para permitirse la nostalgia de su primera vida en Lima, su dormitorio encapsula los recuerdos. Hay tres objetos importantes en ese cuarto: una escultura de Claudia Salem, amiga desde la juventud; un retrato de José Chaparro, su padre, y una pintura de Moico Yaker, quien fue su amigo y maestro, “y a quien debo mucho de lo que soy ahora”, dice Chaparro, de pie frente al cuadro. Lo que obtiene del arte con que se rodea es tan significativo como lo que pide de sus casas. Por eso, en cada una de sus moradas convive con piezas hechas por él mismo. También en Lima. “A través de mis obras logro delimitar mi territorio. Es una necesidad un poco básica de marcar mi zona”, finaliza. “Es la manera en que me siento en casa”.
Artículo publicado en la revista CASAS #244