Por Vania Dale Alvarado

Gabriela Maskrey es una joven arquitecta que ha dedicado su vida al diseño gráfico y a una multitud de actividades que van desde la fotografía hasta el surf. Su lado artístico más puro, sin embargo, lo había mantenido voluntariamente en privado. Recién lo revelará este martes 9 de febrero en la galería del Icpna de Miraflores, en una exposición pop up: es decir, que sólo se podrá ver ese día.

Rostro primitivo

«73: serie de 73” es su primera muestra pictórica. La artista ha dibujado instintivamente estas caras primitivas toda su vida, como una suerte de ejercicio del subconsciente.

Ella piensa que se debe a que su padre viajaba constantemente a lugares como África y Hawái, y volvía a casa con distintos regalos; entre ellos, máscaras africanas de madera que adornaron las paredes de su casa cuando niña, y una de las cuales conserva hasta el día de hoy.


La exposición reúne un total de 73 piezas pintadas a lo largo de 72 horas. Y aunque pareciera que se trata de un acto forzado y rebelde, que busca rozar la coincidencia y fallar adrede, no lo es. Gabriela realmente estuvo pintando estas caras de estilo primitivo durante tres días consecutivos, en un proceso que empezó el 12 de setiembre del año pasado y terminó, coincidentemente, el 15, día de su cumpleaños.
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Aunque nunca consideró que lo que pintaba fuera lo suficientemente bueno como para ser mostrado, algunos amigos –que al visitarla en su estudio se topaban con casi un centenar de piezas de cartón de 100 x 70 cm regadas por todos lados– la impulsaron a armar esta exposición.
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Además, confiesa que, en el fondo, gran parte de la decisión de exhibirlas recae en el placer que representa para ella ver las caras juntas, reunidas coherentemente y distribuidas de manera armoniosa en un mismo espacio; no apiñadas unas sobre otras y entorpeciendo el libre desplazamiento por los ambientes de su estudio.
A través del trazo impulsivo que las caracteriza, Gabriela se sacude del lado más metódico y calculador del diseño gráfico que, aunque la apasiona, no está exento de presiones externas que no permiten que su inspiración se mantenga en un estado puro. Cuando pinta, en cambio, no responde a briefs, clientes o presupuestos. Para ella, se trata de liberación. “Me gusta pintar porque es el único lugar donde puedo ser libre y creativa, y hacer lo que me da la gana, sin tener que pasar por todas las trabas del diseño gráfico”, afirma una lúcida Gabriela.
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En esta experimentación libre de pretensión, la artista buscaba descubrir cuántas veces podía alterar una misma cara, qué elementos se mantenían y cuáles cambiaban, y simplemente ser artífice y testigo de esta mutación.


El resultado: setenta y tres caras distintas –con reminiscencias de Picasso- que son a la vez una misma cara, en constante evolución y movimiento. Como la vida misma. Como Gabriela, que no se cansa de buscar nuevos estímulos que nutran su universo creativo.