Mari Cooper comparte su decoración navideña. Y, de paso, abre las puertas de su hogar, una casa que revela la trayectoria de la interiorista. La mezcla, la precisión y el afecto por la memoria que guardan los objetos marcan el estilo de sus espacios.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Mari Cooper vive un momento importante. No se trata únicamente de la cercanía de las fiestas y la emoción y el trabajo que eso implica. Puede decirse que la interiorista y diseñadora está en un nuevo periodo, o así lo percibe ella. Un paso natural en una trayectoria de treinta años. En octubre de 2016 fue invitada a la gala de premiación de la World-Wide Biennial of Interior Design & Landscape que se realizó en México, donde obtuvo la medalla de oro en la categoría Diseño de Interiores Residencial por una casa que decoró en La Pradera. En 2017 continuó con los reconocimientos: por un lado, fue invitada a participar en el International Property Awards en Londres, como representante del Perú y ganadora de la división América. Finalmente, hace unas semanas se anunció su mención honrosa en la Primera Bienal Internacional de Arquitectura, Diseño y Paisajismo organizada por la Asociación de Diseñadores Profesionales Asociados del Perú, por un proyecto en San Isidro. “Al comienzo te dedicas a que tu oficina crezca, a tener proyectos, a que tu diseño crezca también… Y, después de tantos años de trabajo y dedicación absoluta al diseño, que empiecen a reconocer tu trabajo también internacionalmente, que te inviten a participar en concursos y eventos es un reconocimiento”, reflexiona Cooper. “Así que, sí: este es un periodo de mucha satisfacción personal”.
En su casa de La Planicie, diseñada en los años ochenta por el arquitecto Freddy Cooper, Mari está acompañada por tres de sus ocho nietos. Esta es la casa donde ha vivido cuarenta años de matrimonio, donde sus hijos han crecido. Aquí, en el jardín, en la casa de muñecas que construyó para sus hijas, montó su primera oficina de decoración. Mari Cooper es quizás reconocida por sus espacios impecables, por sus estrictas monocromía y simetría, por la limpieza de sus líneas. Es una de las diseñadoras peruanas más elegantes, pero también es una abuela que recomienda a todo aquel que tenga niños pequeños en su casa dejarles espacio, retirar todos los adornos de la sala para que los chicos puedan jugar, “y ya cuando crezcan vuelves a poner todos tus adornos bonitos, no te compliques”, advierte, riendo. Y es que la casa de Cooper y cómo la vive guardan muchas sorpresas.
Piezas para recordar
“Mi estilo de decoración puede tender al minimalismo, pero yo no vivo así”, explica la propia decoradora. “Tengo muchos recuerdos personales, adornos que fueron de mi madre y de mi abuela, tengo muchas vivencias. Por supuesto que quisiera poner objetos nuevos… pero no traen recuerdos. Si mi casa no responde al estilo con el que se me identifica es porque tengo cosas que respeto”.
Mari recuerda cómo su madre, Juanita Escalante, solía ir a los remates que se hacían en las grandes casonas que iban a dejar de existir, y coleccionaba piezas de valor como candelabros, un biombo chino, una cómoda inglesa que tuvieron que restaurar. Su padre, el médico Aurelio Díaz Ufano, trabajaba sobre un escritorio de estilo napoleónico con incrustaciones de bronce. Mari Cooper creció admirando las piezas de calidad, el trabajo detalloso. Naturalmente, ha heredado muchas piezas. Pero no puede perder de vista el confort y la funcionalidad que busca lograr en todos sus proyectos. Tampoco puede dar la espalda a las tendencias que ve pasar y que va incorporando en su diseño. Así, su sala puede combinar una pieza tan clásica como la mesa inglesa de cuero, con la sencillez de muebles italianos contemporáneos y con la modernidad de una silla de Le Corbusier. Puede tener una maravillosa biblioteca en el altillo, con su colección de textiles y huacos precolombinos, armada con el pasar de los años, y afuera, en la terraza, disfrutar de la comodidad de muebles contemporáneos italianos y brasileños, con la cerámica de Carlos Runcie Tanaka como conexión temporal. “Yo creo que la casa de un decorador, si es el espacio donde ha vivido toda su vida, tiene que mostrar su trayectoria, porque eso tiene un valor”, explica Mari sobre la mezcla y la fusión que la rodean.
Ya sus espacios se van dejando capturar por la decoración navideña. Cooper propone incorporar los colores de la propia casa al árbol: en su caso, dorado, verde y blanco se acoplan a la paleta de colores de los espacios sociales. En la mesa navideña resalta la vajilla pintada a mano de Anna Weatherley. También en una decoración celebratoria debe haber armonía, advierte la diseñadora. El color está en los recuerdos que se crean en familia.
Artículo publicado en la revista CASAS #252