El 30 de noviembre de 1997, los peruanos fuimos testigos del estreno de Pataclaun, la serie creada por July Naters que marcaría un hito indiscutible en la historia de la televisión y del humor en nuestro país. En esta sesión de fotos para el recuerdo, y para celebrar los veinte años de su nacimiento televisivo, reunimos a quienes hasta el día de hoy son responsables de que el Perú siga riendo: Wendy Ramos, Johanna San Miguel, Gonzalo Torres, Carlos Alcántara, Monserrat Brugué y Carlos Carlín.
Por Vania Dale Alvarado / Fotos de Rafo Iparraguirre
Los peruanos amamos Pataclaun casi por unanimidad. Es un fenómeno de masas, un caso de estudio. Su éxito fue tan abrumador que varios de los actores confiesan que llegaron a sentirse agobiados por la excesiva identificación con sus personajes. Hoy, cada uno ha logrado destacar en lo suyo, lejos –algunos– de las características narices rojas. Veinte años después del estreno de Pataclaun, los seis protagonistas de la serie se muestran absolutamente felices de estar juntos de nuevo en un ambiente que se parece mucho a un set de televisión. La complicidad entre ellos es contagiosa y está intacta, y se deja ver en cada broma, cada abrazo, cada risa y cada selfie. Entre foto y foto, Carlos Carlín se sienta a mi lado y me empieza a contar cómo nació su personaje. “Yo venía de hacer de chico bueno en las telenovelas. Me burlaba de eso, de poner las caras del final de las escenas, mirando a la nada”.
Eso es lo que Tony tiene de ti principalmente, pero ¿hay algo más?
Cuando la amistad con Johanna y con Gonchi empezó a trascender la pantalla, comenzó a salir la maldad, el humor negro. Si comparas los primeros capítulos con los posteriores, hay una evidente evolución en nuestra relación.
¿Prefieres alguna época en particular de Pataclaun?
Si tengo que escoger algo, me quedo con los detrás de cámara. Nos reíamos mucho.
¿Habrá algo que no te gustaba de esa convivencia?
No había nada que no fuera divertido. Me gustaba todo porque lo estaba viviendo con ellos. El otro día me ponía a pensar que he sido testigo de cosas alucinantes. Gonchi, Cachín y yo estábamos siempre juntos en los viajes –porque las locas andaban por su lado–, y Cachín nos contaba de “¡Asu Mare!”, de lo que quería hacer de ese espectáculo… Hemos podido ver el origen de lo que después se ha convertido en todo este éxito para él. No te puedo decir que haya habido algo malo, nunca nos llegamos a cansar. Creo que acabamos en el momento preciso. Por eso, como puedes ver, nos encontramos y nos divertimos igual.
De pronto, Gonzalo Torres se une y empezamos a conversar sobre el entrañable Gonzalete.
¿Cómo surgió la idea de tener a un personaje como Gonzalete en una época en la que no se hablaba como ahora de los abusos de la iglesia? ¿Habrá intención de hacer crítica?
En realidad, todas eran improvisaciones. En una de ellas salió naturalmente un curita con dejo español; pero esta personalidad de Gonzalete ya existía, había nacido de otras. Es como un proceso en que la verdad va saliendo de mil formas… ¡Así es el claun! Todo calza perfectamente de maneras que después racionalizas, pero en el momento no había una intención de hacer crítica. Es el inconsciente manifestándose.
¿Nunca te llegaron quejas de algún sector de la iglesia o de personas más conservadoras?
Alucina que no. Recuerdo que, inclusive, en una oportunidad me llamó un cura, el padre Chuno, a decirme que el personaje le divertía mucho y a pedirme que fuera jurado de una presentación de grupos de teatro parroquiales. Pataclaun era tan rupturista que ni siquiera calzaba dentro de algo que podían relacionar.
¿En algún momento sintieron que sus personajes les pesaban, que no podrán zafarse de ellos una vez terminada la serie?
Yo sí sentía que estaba atrapado. No quería ser identificado con Gonzalete, porque tenía mucho más por dar, ¿no? –responde Gonzalo–. Pero tampoco es que me haya durado mucho esa sensación.
Yo me sentía atrapado antes, no después de la serie –confiesa Carlín–. Me costó mucho entrar a un grupo tan sólido (fue el único que no estuvo en Pataclaun desde la época del teatro). Johanna y Wendy, que eran aliadas, me decían: “Cállate, así no es el humor de Pataclaun», y cosas por el estilo. Venía de hacer teatro y de pronto me encontraba en ese estudio, vestido de colores, y recuerdo clarito estar fumándome un cigarro y diciéndole a July Naters: “Yo me voy, hago solamente los primeros veinticinco capítulos y me voy, no puedo con esto. No entiendo qué es, no sé qué se va a ver”.
¿Y cuándo cambió eso?
Cuando me empecé a vacilar y a hacer amigo de todos… El más acogedor fue Gonzalo.
¿Los demás te hacían bullying?
Sí, Johanna sobre todo. Yo llegaba comiendo un sánguche y ella me decía: “A ver, qué rico” y, ¡juácate!, lo aventaba por la ventana.