La casa de los años ochenta fue diseñada por Augusto Ortiz de Zevallos, quien se encargó también de su reciente ampliación arquitectónica. El interiorista Gianfranco Loli fue llamado para completar la renovación y hacerle justicia a un espacio que destaca en la playa de Pulpos por sus materiales, colores y por la relación que plantea con el mar.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La casa original fue construida en 1986 como parte de un condominio de ocho casas. Diseñada por el arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos sobre unas plataformas que ya existían, el edificio se elevó sobre la playa de Pulpos, resaltando por varios motivos: su distribución en tres niveles, el hecho de haber sido construida en madera (que pesa diez veces menos que el ladrillo y el concreto, y que permitió una solución muy artesanal, precisa el arquitecto), la peculiar geometría de su fachada hacia el mar, sus colores. Casi treinta años después, Ortiz de Zevallos volvió a la casa, esta vez para encargarse de su ampliación. Al cambiar el formato del condominio cuando se independizaron los lotes, el arquitecto aprovechó el desnivel de dos pisos para cerrar la bajada a la playa (que antes se compartía), hacer puerta a la calle y estacionamientos, y con holgura, crear un patio en lo que antes había sido una pista. “La relación de la casa con el mar, en ambos momentos de su existencia, es verlo, oírlo, estar ante él, abrirse al mar y convertirlo en el tema central”, explica Ortiz de Zevallos. “La casa es un mirador en cada nivel. Está el piso de día, que recibe, el piso de noche, que cobija; arriba, un piso para leer y trabajar, y en cada nivel, patios y terrazas”.
Una vez completada la expansión, el propietario convocó al interiorista Gianfranco Loli para que actualizara los usos de la casa. Loli ya se había encargado de su departamento en Lima: ya entendía cómo vivía, conocía sus cosas, sus pertenencias y sus gustos. “Mi primera percepción de la casa es que tiene un aire señorial y está hecha de materiales fuertes”, recuerda Loli. “La casa es bien fuerte y yo no podía ir en contra de eso. Quería usar piezas que realcen y complementen su arquitectura, nada blanco, nada demasiado limpio, porque no va con esta casa de materiales expuestos y curvas. Teníamos que conseguir algo muy ligero”.
Nueva vida
Gianfranco Loli decidió reutilizar mucho del mobiliario existente, compuesto por piezas de mimbre y de material natural de un bonito diseño y una vida de casi treinta años que no podía desestimarse. “Rehicimos, retapizamos y reacondicionamos para volver a usar”, precisa el decorador. Su intervención empezó por la ampliación, la construcción contemporánea. Ahí, aprovechó la doble altura para hacer una sala de estar con biblioteca, y un librero alto en color madera y en azul acero (un color utilizado en partes de la casa original). El fondo del librero, en rafia, le da calidez al espacio, lo mismo que el sofá seccional de lino con detalles en cuero, el sillón rústico que se acomoda en una esquina de lectura, y la alfombra de sisal.
En la casa original, la parte social es pequeña, acogedora, abrazada por el enchape de madera. Un espacio tan íntimo y peculiar no podía admitir muebles grandes que interrumpieran la dinámica de la casa, cuyo espíritu es el de una cabaña frente al mar. Loli rescató piezas que no habían sido renovadas en más de dos décadas, como la mesa de comedor de los ochenta y los sofás tejidos de mimbre de la sala. Estos muebles se complementaron con otros que el interiorista mandó a hacer siguiendo el estilo de la casa. Están, por ejemplo, dos sillas tejidas en las que se han entremezclado hilos en gris y marrón para darles un volumen más interesante, y con base de acero para hacerlas más contemporáneas y ligeras. O las butacas grandes con pufs del bar, cuyo mimbre tejido sigue la misma lógica de color. “Ninguna pieza nueva compite con las que ya existían”, asegura Loli.
El interiorista quiso mantener los colores originales de la casa, que fueron parte del planteamiento original de Augusto Ortiz de Zevallos y que se han retocado a lo largo de los años, como preparación antes de cada verano. Tonos como el azul acero, el lúcuma, el amarillo y el verde acentúan la arquitectura. “Qué crimen hubiera sido cambiar eso en la redecoración”, asegura Loli. “Creo que la playa no debe tener solemnidades, sino ser un espacio para lo lúdico”, dice por su parte Ortiz de Zevallos, recordando su decisión de hacer una casa de madera y color en una joven Pulpos. Decisión que, tras esta renovación, sigue destacando frente al mar.
Artículo publicado en la revista CASAS #254