Una casa inscrita en el cerro, a pedido de los propietarios, en una zona de microclimas. El planteamiento del arquitecto Augusto de la Piedra no pudo ser mejor: zigzagueante, de tres volúmenes, todo conectado como si fuera un circuito que incluye varias zonas de terrazas. Y, para dar mayor calidez, la madera como protagonista.
Por Laura Gonzales Sánchez / Fotos de Marco Garro
Augusto de la Piedra empezó diseñando esta casa para un área de 250 metros cuadrados, con la premisa de que fuera de uso temporal. En la etapa del anteproyecto, los propietarios decidieron que sería un refugio permanente –a mediano plazo– cuando sus actividades en la ciudad se volvieran esporádicas. Luego se incorporó la idea de una zona de huéspedes, que incluso pudieran pasar largas temporadas con todas las comodidades.
Entonces, el área a construir se incrementó a 400 metros cuadrados, que quedaron repartidos en dos niveles y tres volúmenes bien diferenciados. El que está más disociado, el de servicio, sirve como elemento compositivo. En los otros dos se estableció el programa: uno para el área social (sala, comedor, cocina integrada) y, escaleras arriba, la sala comedor con un par de habitaciones. El tercer volumen se separa en el primer piso del anterior mediante una especie de zaguán que conforma la zona de la terraza techada, donde nos encontramos con la habitación de huéspedes.
El emplazamiento del terreno, en el condominio La Quebrada, en Cieneguilla, presentó grandes retos. Por un lado, el lote no se veía favorecido con el asoleamiento de las habitaciones. “Por ese motivo, planteamos la casa en forma paralela a la vereda o perpendicular a ella, para tener un mejor aprovechamiento en los espacios interiores y que el sol no cayera tan fuerte ni en la mañana ni en la tarde”, explica De la Piedra. “Es así que generamos esta forma zigzagueante de los volúmenes, que nos remiten a las piezas de Lego cuando colocamos una sobre otra diagonalmente. La disposición no fue fortuita, sino que responde a mejorar el asoleamiento”.
Adaptarse al terreno
El clima de esta zona de Cieneguilla es muy particular. “El condominio es una suma de microclimas. Mientras que en la primera etapa hay sol brillante, en la segunda etapa –que es precisamente donde se encuentra la casa– está nublado. El viento fue otro de los factores que hubo que tener en cuenta”, señala De la Piedra. A estas circunstancias se sumaron los parámetros municipales, que establecen, en este caso, no utilizar techos a dos aguas. Había, entonces, que pensar en soluciones para desaguar. Coincidentemente, la propiedad fue construida en el año del fenómeno de El Niño, cuando llovía bastante.
“El mayor reto fue solucionar con ejes diagonales la forma de la casa y los engranes de los volúmenes, para que existan líneas de coincidencia limpias y para que haya encuentros entre los volúmenes extraños”, continúa De la Piedra. “Podemos decir que el resultado fue mejor de lo esperado y proyectado en el plano.
En el ingreso, que es ascendente, y en el que se asciende desde la calle hasta el hall de recibo, se generó un ritmo iluminado con pequeños muros de concreto que se apoyan en los pasos de piedra. Una especie de patio continúa en términos de recorrido y conduce a la piscina, paralela a la terraza, y alberga la barra de la parrilla, con una connotación cromática distinta. Porque, si bien se enchapó el piso con porcelanato tipo madera marrón, en este ambiente se le dio el toque de madera natural.
Artículo publicado en la revista CASAS #256