El objetivo de Michelle Llona y Rafael Zamora, del estudio LlonaZamora, era osado: rescatar (y reinterpretar) elementos claves de la arquitectura republicana en un taller de cerámica, funcional y con líneas contemporáneas. Así, crearon un espacio noble y luminoso, que se integra al área monumental de Barranco, sin renunciar a su propia personalidad.
Por Gloria Ziegler / Fotos de Elsa A. Ramírez
Tienen uno de los manifiestos más atípicos de la ciudad: que sus espacios, con el tiempo, funcionen como buenas ruinas. “La nobleza de una construcción está en su estructura y sus dimensiones. Si eso se consigue, se puede vandalizar, grafitear o hasta incendiar, y su capacidad va a permanecer intacta”, dice Rafael Zamora. Esa arquitectura –la que no apela a maquillajes, ni soluciones o discursos rebuscados– fue la premisa para el taller de cerámica que creó junto a su socia, la arquitecta Michelle Llona, en el casco histórico de Barranco.
El pedido para este espacio había sido conciso.
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Los propietarios de Cotto Designs Ceramic Studio necesitaban un área de producción amplia, un lugar adecuado para los hornos, dos oficinas y un depósito. Pero, sobre todo, una propuesta práctica, para que aquello no implicara embarcarse en un proyecto a largo plazo. Durante los últimos años habían trabajado en una propiedad de la familia, adaptada temporalmente, pero el crecimiento que habían experimentado y un programa de investigación y talleres habían hecho del espacio propio una necesidad.
Allí, el estudio LlonaZamora tendría libertad para plantear la distribución de los ambientes y la elección de los materiales. Sin embargo, el terreno tenía una particularidad adicional a las de un área de protección monumental: su frente era de solo seis metros y treinta de largo. “El desafío, entonces, era conseguir que los espacios no se sintieran apretados y hacer un trabajo de adelgazamiento en los muros para generar una fachada interesante, exenta de las paredes medianeras”, explica Michelle Llona.
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Lenguaje propio
La propuesta del estudio peruano tomó como referencia una investigación propia, denominada “Gramática”, que plantea rescatar elementos característicos de la arquitectura republicana, como soluciones prácticas y democráticas para los espacios contemporáneos. En este caso, la idea incluyó una reinterpretación del concepto de zaguán; ventanas frontales y posteriores amplias, con postigos de madera que pudieran transformarse en balcones; elementos de ventilación e iluminación –como una farola y un sistema de pórticos laterales–, y la puesta en valor de elementos tradicionales, como las baldosas de terrazo.
“Necesitábamos escaparnos de la inercia propia de la arquitectura en un espacio tan pequeño”, cuenta Zamora. “Entonces, el proyecto fue una puesta en práctica de esta investigación que habíamos comenzado a desarrollar”.
Así, la fachada exterior de concreto expuesto plantea el volumen de la puerta principal alineado a las construcciones del perímetro, con una gran jardinera en alto, trabajada por la paisajista Daniela Silva Rodríguez. “El objetivo era comprimir el espacio de afuera y, luego, volver a abrirlo hacia adentro para aprovechar bien el terreno”, explica Llona.
Sin costuras
El interior del taller fue concebido como un gran hangar, de doble altura. En la parte inferior se encuentra el área productiva. Este espacio, el central del proyecto arquitectónico, vuelve a generar una ligera compresión hacia el fondo, antes de salir al patio de los hornos.
En el eje central se encuentran, además, dos volúmenes en mezzanine: una oficina alineada al frente y otra a la contrafachada, conectadas por un puente metálico, suspendido en alto por un columpio. “Utilizamos esta viga sostenida hacia arriba para conseguir una caja limpia”, señala la arquitecta.
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Y aquí –en contraposición al nivel inferior, con pisos de baldosa de terrazo blanco y negro que salen hasta la calle– toma protagonismo la madera, tanto en las puertas corredizas de las oficinas como en el piso del puente, para crear una unidad mayor entre los elementos.
En el sótano, por último, se encuentra un patio de iluminación y el depósito de la producción, que formaba parte de los requerimientos de la obra.
Las líneas limpias, sin embargo, son una constante en todos los ambientes. Y se replican, incluso, en las luminarias –una serie de lámparas a lo largo del área productiva y otras suspendidas perpendicularmente– diseñadas por el dúo de arquitectos. También en el mobiliario: una línea de repisas modulares, con altura regulable, y tableros de madera para las mesas de trabajo.
“Teníamos que crear un marco noble para las piezas que se producen en este taller. Y, para eso, necesitábamos un gran espacio. No solo por sus dimensiones, sino en su dignidad”, dice Zamora. Y esa es una cuestión que se juega, de nuevo, en el dibujo arquitectónico.
Artículo publicado en la revista CASAS #257