El desafío era mayúsculo: replantear una decoración que la interiorista Luz María Buse ideó hace dos décadas para otro espacio. El resultado, sin embargo, es una propuesta que apela a la tensión cromática, las equivalencias y la sucesión de escenas, con un espíritu inédito.
Por Gloria Ziegler / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Es parte de su encanto. En el teatro, decía Ingmar Bergman, todo se juega en la insistencia. “La repetición. La viva, la palpitante repetición. La misma función cada tarde, la misma función y sin embargo recién nacida”, escribió el guionista, cineasta y director teatral sueco en su libro de memorias “Linterna mágica”. Y esa lógica –contra todo prejuicio– no es tan ajena al interiorismo. O, al menos, a las formas de entenderlo, según Luz María Buse.
“Recrear una decoración en otro espacio es muy similar. Hay una repetición y un trabajo con las mismas cosas; pero el comportamiento de los objetos cambia totalmente porque están dentro de otro marco”, dice la interiorista peruana. Es cierto: la suya podría resultar una mirada edulcorada de la profesión. Sin embargo, esa dualidad entre la reproducción y la novedad es innegable en la propuesta que planteó para este departamento de San Isidro. Están la elegancia, el arte y hasta los recuerdos de los propietarios. Pero, también, una audacia nueva. Esa que solo se consigue con lo que se conoce y se quiere. Porque esta es, sobre todo, la historia de un reencuentro.
Fuerzas vitales
El vínculo de Buse con los dueños de este espacio empezó hace más de dos décadas, cuando les decoró su antigua casa en un área suburbana de Lima. “Todos los muebles y las cosas que están aquí son las que hicimos para esa propiedad, donde vivían con sus hijos. Y ahora, que decidieron mudarse a la ciudad, queríamos recrear ese espíritu”, cuenta. No se trataba de un propósito nostálgico. Por el contrario, la idea era que la pareja pudiera reencontrarse con lo suyo. Descubrir, en el cambio, un equilibrio.
Así, delineó una propuesta con la colección familiar como punto de partida. “Siempre tengo la tendencia a tomar una posición preferencial y experimental con las obras de arte”, confiesa. En este caso, eso le permitió jugar con distintos conceptos, como la tensión cromática y las equivalencias. En el vestíbulo, por ejemplo, trabajó una paleta de colores tan vibrante como la pintura de Miguel Padura que escogió para el lugar. “Lo que buscaba era mantener la tensión. Ese concepto, en la decoración y en cualquier relato, siempre me ha parecido interesante”, explica. Una mesa de líneas limpias, un juego de mariposeros de cristal y dos piezas de porcelana servirían, luego, para completar el balance.
El giro más lúdico, sin embargo, llega en uno de los extremos de la sala, con una equivalencia entre una obra de Siron Franco y una mesa clásica semejante a la del lienzo. Pero el guiño no termina allí: un sillón de terciopelo verde –con un tono muy similar al utilizado por el artista brasileño en el cuadro– refuerza la comunicación cromática del ambiente, junto a una talla de madera y un conjunto de piezas de Leoncio Villanueva y Rhony Alhalel.
Historias mínimas
Si hay una constante en el proceso creativo de Luz María Buse es pensar los espacios como una secuencia de escenas. Y este departamento no fue la excepción. Una de las más delicadas se encuentra en la sala, con una chimenea clásica, acompañada por dos lámparas Baccarat. “En este caso, se trató de piezas que debimos acondicionar, pero tenían una tonalidad y una armonía que funcionaba muy bien”, explica. Ese detalle está flanqueado por dos escenas simétricas, construidas con dos cajoneras de madera y lienzos de azules vibrantes. Así, las tres composiciones funcionan como un gran conjunto lineal. Muy cerca de allí, un sofá blanco y una banqueta de cuero negro con detalles en pan de bronce ofrecen un contrapunto al azul, mientras la mesa de centro se transforma en un elemento comunicador. La amplitud de la sala le permitió, incluso, crear otra escena adicional, con una mesa redonda, dos sillas clásicas retapizadas y un conjunto de tallas de madera revestidas en pan de oro.
En el comedor, la clásica mesa familiar y las butacas Reina Ana fueron tratadas con un color cobrizo y reacondicionadas con un tapiz tejido. “Es un ambiente con reminiscencias de una colonia inglesa en África, por la elegancia de sus muebles y, a la vez, los materiales de la tapicería”, dice la interiorista. Algo parecido ocurre en la terraza, donde los muebles de la familia se adaptaron al sistema de barandas, con un lenguaje armónico y elegante. Y en el dormitorio, por último, combinó muebles de estilo con luminarias contemporáneas y una cabecera de cama que debió adaptar a las nuevas proporciones del espacio. Pero el mayor desafío del proyecto, asegura Buse, fue sentimental.
Artículo publicado en la revista CASAS #260