En este dúplex, Ana Vega Soyer pone en práctica su filosofía y formación como diseñadora industrial, en que la estética queda subordinada a la funcionalidad: más allá del aspecto visual, cada línea propuesta responde a una necesidad y tiene una razón de ser.
Por Vania Dale Alvarado / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
“Me involucro al cien por ciento. Eso es lo que a mí me gusta de mi trabajo. Convertir el espacio más íntimo de una persona en un hogar es un honor y una gran responsabilidad”, afirma Ana Vega Soyer, a quien le cuesta desligarse de sus proyectos. En este caso, su relación con este dúplex comenzó desde que los propietarios encontraron el terreno, ubicado en una esquina con vista a un parque sanisidrino, sobre el que Mario Lara construiría un edificio boutique. La diseñadora participó desde el plano arquitectónico –sugirió eliminar paredes de un cuarto dormitorio para convertirlo en un estudio– hasta la elección de “la última flor de cada florero”, en un proceso que le tomó alrededor de seis años, durante los cuales se encargó de aconsejar, opinar y seleccionar todas y cada una de las piezas que habitan en él. “Cuando los propietarios se iban de viaje, solían enviarme fotos de piezas que encontraban para saber mi opinión. Yo les sugería, además, qué tiendas visitar según la ciudad en la que estuvieran. Cada objeto de esta casa tiene su historia”, cuenta. Una historia que Vega Soyer conoce bien y de la que forma parte.
Sobre la base de una paleta gris humo, la diseñadora combinó la arquitectura clásica de Lara con piezas de diseño y mobiliario modernos, para generar este look ecléctico característico. La fusión que se evidencia más claramente en los ambientes del primer piso, como en la cocina –trabajada en mármol calacatta, madera, vidrio y acero–, que desemboca en el comedor principal. Este último se levanta sobre una alfombra persa, en consonancia con una obra de José Tola que recorre una de las paredes, desde el techo hasta el suelo, para romper el efecto clásico generado por la cornisa y el zócalo. El sutil brillo de las sillas tapizadas armoniza con los reflejos metálicos de las patas de la mesa y con el espejo, que conecta con la sala y que se encuentra simétricamente colocado frente a un gran cuadro rojo de Ramiro Llona.
Una sala dedicada al arte
Enmarcado por cortinas clásicas que contrastan con las de bambú blanco –una sociedad que se replica en prácticamente todas las ventanas del dúplex– y un sillón asimétrico de terciopelo azul, el cuadro de Llona conversa con el de Gam Klutier, situado en la pared de en frente, con el que comparte pinceladas amarillas. “Esta es una sala pensada para ser usada”, afirma Vega Soyer en referencia a las tonalidades y texturas empleadas, que permiten que tanto los invitados como los hijos de la joven pareja de propietarios disfruten de ella sin temor a ensuciarla.
Entre los demás muebles que la completan, se encuentra la indiscutible pieza favorita de Vega Soyer: una butaca de Gio Ponti, padre del diseño industrial milanés, que cierra con broche de oro la composición de esta sala, centrada en referencia con las dos puertas laterales que la comunican con la terraza, en la que la diseñadora, en un acto audaz y hasta caprichoso, replicó el piso de mármol del restaurante La Véranda, en el sur de Francia.
Los espacios más íntimos
Al subir las escaleras, nos encontramos con la sala de estar y el comedor de diario, que tienen un aspecto más moderno y distendido. Un mueble de pared a pared alberga el inmenso televisor, sobre el cual Vega Soyer ideó un marco de manera que esconde un ecran. Frente a él, un robusto sofá de Poliform divide el espacio y da paso al comedor, cuya mesa de granito negro ha sido coronada por una composición de lámparas y una fotografía del francés Georges Rousse que, en realidad, fue comprada sin haber determinado dónde habría de lucirse. “Yo no soy partidaria de elegir arte según el espacio, sino de hacerlo a la inversa: que veas la obra y te enamores de ella primero”, explica la diseñadora. Así como la pieza de Rousse, este dúplex es, en sí mismo, un lugar del que enamorarse.
Artículo publicado en CASAS #260