El paisaje como detonante. El mar como un elemento estético fundamental. El diseño de casas de playa ha brindado algunos de los ejemplos más memorables de la historia de la arquitectura: desde edificios que penden peligrosamente de los acantilados hasta muros que lamen la orilla del mar como si fueran la quilla de un barco.
Por Laura Alzubide
Incluso después de muerto, Curzio Malaparte seguía reventando a los vivos. La historia de la Casa Malaparte, una de las más emblemáticas que ha dado la arquitectura, lo refleja a la perfección. Con su arquitectura hermética, cerrada como un sarcófago, y una protagónica escalera exterior que culmina en un trazo simbólico. En 1938, el escritor italiano había encargado a Adalberto Libera el diseño de una casa en la costa oriental de Capri. Sin embargo, ni bien empezó el proyecto, surgieron las desavenencias entre ambos. Hasta el punto de que hoy en día se considera que el novelista prescindió de los planos y dirigió la obra a su antojo. “Ahora vivo en una isla, en una casa austera y melancólica, que he construido yo mismo en un acantilado solitario sobre el mar. La imagen de mi anhelo”, confesó en sus escritos, para refrendar su autoría.
Malaparte fue fascista en su juventud, después estuvo varias veces en la cárcel por criticar a Mussolini y a Hitler, y al final de su vida se convirtió al comunismo. Murió en 1957 y legó la propiedad a la República Popular China. Mientras la familia impugnaba la herencia, esta se iba degradando. Cuando el deterioro ya auguraba un futuro como monumento decadente, Jean-Luc Godard la eligió como locación en “Le Mépris” (1961). En ese momento nació el ícono. La Casa Malaparte es hoy, tras un costoso proceso de restauración en dos fases realizado en los años ochenta y noventa, el escenario de videos y sesiones de fotos para campañas publicitarias de marcas como Ferragamo y Hugo Boss. Incluso Persol le ha dedicado una colección de lentes de sol.
Más tesoros mediterráneos
Todas las casas, como la Malaparte, tienen su leyenda. La de la cabaña de Le Corbusier es también enorme. Fue construida entre 1951 y 1952, mientras Le Corbusier diseñaba el proyecto urbano de Chandigarh y finalizaba la Unidad Habitacional de Marsella. La mejor definición del proyecto la dio el propio arquitecto: “Tengo un castillo en la Costa Azul que tiene 3,66 metros por 3,66 metros. La hice para mi mujer, y es un lugar extravagante de confort y gentileza. Está ubicada en Roquebrune, sobre un sendero que llega casi al mar. Una puesta minúscula, una escalera exigua y el acceso a una cabaña incrustada debajo de los viñedos. Solamente el sitio es grandioso, un golfo soberbio con acantilados abruptos”.
La historia de esta casa es la historia de una frustración. Le Corbusier se había quedado enamorado del lugar cuando era huésped de Jean Badovici y Eileen Gray en la Casa E-1027, diseñada por esta última. Aunque Le Corbusier no soportaba a Gray, admiraba su talento. Siempre quiso profanar sus muros blancos con pintura, para apropiarse de la belleza del diseño arquitectónico. A finales de los años treinta, aprovechando la separación de la pareja, pintó una serie de murales completamente desnudo. Publicó las fotos en una revista, sin mencionar a la autora del diseño de la casa. Al final, para superar su obsesión, se conformó con una minúscula cabaña; eso sí, unos metros más arriba de la casa de Gray, para vigilarla desde arriba, como si fuera un perro guardián.
El arquitecto danés Jørn Utzon también eligió la costa mediterránea para pasar las vacaciones. Tras concluir la ópera de Sidney, a comienzos de los años setenta, decidió irse a vivir a Mallorca. Compró un terreno en la montaña, pero por aquel entonces las autoridades locales no dejaban construir allí. Entonces, encontró otro espacio en un acantilado. Allí concibió a Can Lis, una casa que destaca por sus diversos pabellones elaborados en marés –piedra arenosa local–, con acentos de cerámica en el mobiliario fijo. Can Lis despertó tanto interés que los turistas no dejaban de pasar por la zona para fotografiarla. En 1994, Utzon acabó harto de las visitas y retomó, ya sin trabas, el proyecto original, de difícil acceso, lo cual alimentó su fama de arquitecto huraño.
Una casa sobre una isla
En el Perú, no podemos olvidar la contribución costera de Mario Lara con la Casa Ballena, que se eleva como una isla en la bahía de Pucusana. “No es fácil dibujar una casa en un islote en medio de la bahía. Hay que escuchar el sitio y ser respetuoso con él”, ha explicado el arquitecto. Sin duda, lo consiguió. La supremacía de la vista, con grandes ventanales. La terraza y la sala abiertas. El color blanco con acentos en azul. Los pisos de cerámica y el mobiliario de madera. Un muelle para desembarcar o para darse una zambullida en el mar. El sentido de la permanencia en el lugar es poderoso. La sintonía con el paisaje, como en los ejemplos mencionados anteriormente, sugiere la belleza de una epifanía.
Artículo publicado en la revista COSAS #657