Hace poco más de un año, Giorgio Colareta asumió un proyecto atrevido: transformar un chalet miraflorino de los años cuarenta en una vivienda bifamiliar. ¿El resultado? Una propuesta que confronta detalles arquitectónicos clásicos y elementos contemporáneos con una armonía insólita.
Por Gloria Ziegler / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La historia de esta casa empezó en 1940, como testigo discreto de la ciudad, sus cambios y una familia que empezaba a echar raíces. Pero comenzó a redibujarse hace poco más de un año, con la muerte de uno de sus dueños. Entonces, emotiva y a contracorriente, surgió la idea: el otro propietario quería compartir el espacio con la nueva familia de su hija. Y, poco después, el arquitecto Giorgio Colareta recibió el encargo de transformar aquel clásico chalet miraflorino en una vivienda bifamiliar.
“Siempre estuvo claro que la mamá se quedaría en el primer piso y la hija utilizaría el segundo y tercer piso”, cuenta el arquitecto. “Sin embargo, había dos pedidos imprescindibles: en la remodelación debíamos conservar el carácter original de la casa, y no querían vivir en una propiedad en la que se sienta una división improvisada”.
Colareta, un hombre con experiencia en proyectos que contrastan y amalgaman estilos arquitectónicos distintos, sabía que la recreación no sería una solución para las nuevas áreas de la propiedad: “Es imposible hacerlo sin caer en algo que parezca escenográfico. Y eso, finalmente, deriva en un espacio sin identidad ni personalidad”, explica.
Su propuesta, sin embargo, no dejaba de ser arriesgada. Quería fusionar los elementos más característicos de la casa con otros de líneas contemporáneas, para crear un contraste marcado. “Si íbamos a hacer una intervención, se tenía que notar, o el resultado se terminaría viendo como algo falso”, asegura.
Cambio de piel
Para hacer de ese contraste un encuentro armónico, Colareta necesitaba utilizar la fachada como columna vertebral del concepto. De esa manera, explica, la mezcla de estilos se insertaría de manera natural a lo largo del proyecto.
Antes, sin embargo, fue imprescindible destruir parte del frente original. “Allí debía plantear un nuevo espacio común que funcionara como ingreso para las dos viviendas y, a la vez, resumiera la esencia de la propuesta”, cuenta el arquitecto egresado de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
Con el atrio de entrada resuelto –gracias a una escalera frontal, en uno de los laterales del ingreso a la primera vivienda–, el arquitecto diseñó un techo a doble altura de concreto expuesto que enmarca ambas entradas. Y, a la vez, complementó la cara frontal con ladrillo artesanal y un ventanal clásico, de remate curvo. Las fachadas secundarias, con la misma premisa, apelaron a ambos estilos arquitectónicos y, en simultáneo, crearon el contexto adecuado para la implementación de una pérgola en el jardín de la casa inferior.
“Es un trabajo del que estoy orgulloso. Creo que eso nos permitió lograr una propuesta inundada de carácter”, reconoce el arquitecto. Y razones no le faltan: el equilibrio entre los elementos clásicos y la frescura del lenguaje contemporáneo es tan evidente como inesperado.
Desde adentro
El resultado sobresale, además, por la versatilidad de Colareta para generar espacios en un terreno de diez metros de frente por treinta de largo. La casa del primer nivel, por ejemplo, consiguió una organización que incluye sala comedor, cocina, un dormitorio principal con baño y terraza, escritorio, una habitación secundaria con baño, lavandería, baño de visitas, cuarto y baño de servicio, además del jardín y la terraza. Allí los ambientes fluyen con naturalidad y predomina la utilización de materiales como el concreto expuesto, el ladrillo artesanal, la madera reciclada y la combinación de carpintería de madera blanca y de aluminio grafito. “Esa carpintería que utilizamos en ventanas y mamparas, aparentemente de manera aleatoria, son los elementos que nos ayudaron a definir ambos estilos”, explica.
La otra vivienda, desplegada en el segundo y tercer piso de la construcción, es incluso más amplia. Allí, el primer nivel está organizado a partir de un área privada que incluye un dormitorio principal con walk-in closet y baño, otras dos habitaciones secundarias –todas con baños privados– y una zona de servicio con lavandería, habitación y un baño.
El segundo nivel, de uso social, incorpora un recibo, la sala principal, otra secundaria, un comedor con chimenea, cocina y baño de visitas, además de terraza, zona de parrilla y una piscina. Aquí la composición también fusiona elementos lineales con otros clásicos. Este juego, sin embargo, destaca especialmente en el segundo nivel: con un techo inspirado en los clásicos de quincha y madera de principios de siglo –resuelto, en este caso, con una estructura de hierro y machihembrado de madera– junto a mamparas de aluminio grafito de impronta contemporánea.
“Era un proyecto complicado porque involucraba a dos familias, pero creo que el resultado ha sido muy especial, e irradia la personalidad de sus habitantes”, dice Colareta. Ahí está, finalmente, la identidad de dos tiempos. Distintos, sí. Pero con una cadencia exquisita.
Agradecimiento: Primas
Artículo publicado en la revista CASAS #265