Las intervenciones de Jessie D’Angelo fusionan detalles elegantes con atmósferas distendidas. Y este departamento de Ancón, ideado por Héctor Velarde, es un buen ejemplo de ello. ¿Su virtud? Un juego de colores y texturas discretas que logró renovar la frescura de los ambientes.
Por Gloria Ziegler / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Hay excepciones. Pero, a la hora de competir, las tendencias de decoración suelen ser más frágiles que la historia de un espacio. Y es que renovar una casa o un departamento no significa –aunque sea uno de los traspiés más extendidos– renunciar a su pasado. O, al menos, no por completo.
Este departamento del malecón Ferreyros, en el balneario de Ancón, es un ejemplo claro. Fue ideado por Héctor Velarde en 1942. Y, si bien ha tenido varias remodelaciones para mantenerse vigente a lo largo de las últimas décadas, su esencia arquitectónica sigue intacta.
Hace once meses, cuando los dueños contactaron a Jessie D’Angelo para realizar una nueva intervención, le explicaron que querían refrescar las áreas sociales y los dormitorios de la propiedad sin alterar su estética arquitectónica. Así, la diseñadora de interiores delineó una propuesta enfocada en renovar la calidez de los ambientes, rescatando algunas piezas de mobiliario y las obras de arte de la familia.
“Era un reto extra porque no podíamos cambiar mucho el espacio”, explica D’Angelo. “Y, por eso, el concepto se centró en una decoración moderna y más lineal, influenciada también por la personalidad de los clientes, que querían algo playero y fácil de mantener, pero elegante a la vez”.
Sofisticación costera
El trabajo de D’Angelo siempre se ha caracterizado por un análisis espacial previo, ambiente por ambiente. “Creo que esa dedicación es clave para lograr una atmósfera relajada, que te envuelva”, dice la diseñadora. Este departamento, de poco más de 250 metros cuadrados, se organiza a partir de la sala, una amplia terraza techada que mira hacia el mar, un estar, comedor, un dormitorio principal y tres secundarios. Y, aunque todos los espacios se trabajaron de manera simultánea, no excluyó el examen de cada área de manera individual.
Así, la propuesta tomó como punto de partida dos muebles originales del departamento: un gran sofá blanco y una mesa de centro, que se reacomodaron para conseguir distribuciones más limpias. “Eran piezas clave porque se adaptaban a cualquier estilo decorativo”, cuenta D’Angelo.
Con esa idea, redibujó el estar con un mueble lateral bajo –donde se apoya el sofá de cuero, en forma de L–, dos mesas de centro redondas de gran protagonismo y un mueble de TV, que divide el ambiente del pasillo. Y, para enfatizar la vitalidad, utilizó una paleta de colores que integra tonos beige, blanco y marrón con acentos verdes de vegetación natural, junto a un grupo de cojines y piezas decorativas.
En la sala, por otro lado, instaló un amplio sillón blanco, dos sillas individuales, una mesa de centro, una alfombra de sisal y una banqueta que encierra el ambiente de forma armoniosa. Mientras, en el comedor, rescató una mesa de acero y vidrio, replanteada con una consola colgante revestida con mármol Kalliston –pieza que destaca por el contrapunto cromático con los muros de color tierra–, dos macetones imponentes y un juego de sillas de madera con tejido de soguilla, de carácter más distendido.
Un respiro
Los dormitorios, aunque fueron pensados de manera independiente, mantienen la combinación cromática de las áreas sociales. La habitación principal juega, así, con muros revestidos en papel Bankun de rafia texturizada en vinyl especial para casas de playa, una cabecera tapizada de cuerina tierra de donde cuelgan dos mesas de noche lineales, cubrecama y cojines decorativos en contraste, rematados por una gran alfombra de sisal.
En uno de los dormitorios adicionales continuó, en paralelo, con la paleta de colores predominantes; esta vez, a partir de un papel tapiz tipo madera, una cabecera pintada en color tierra para realzarla y mesas de noche de estilo contemporáneo, que se hicieron especialmente para esta intervención. El otro dormitorio, por último, tiene un estilo más playero, con muros revestidos por un tapiz con dibujos de olas en blanco y azul –en contraposición a otros muros blancos–, una cabecera pintada de azul y, nuevamente, el cubrecama y los cojines decorativos en contraste.
¿El resultado? Un espacio acogedor que se integra a las vistas paisajísticas con una gracia poco habitual. Y que está impregnado, además, por una vitalidad nueva.
Artículo publicado en la revista CASAS #266