Rodrigo Martínez es defensor de las líneas arquitectónicas limpias; Ro de Rivero, de la riqueza de los materiales orgánicos. El potencial de un proyecto conjunto era incuestionable, algo que ahora se hace evidente en este condominio de Vichayito: en su novedosa combinación de volúmenes y texturas, y en la integración de las áreas comunes con el paisaje.
Por Gloria Ziegler / Fotos de Renzo Rebagliati
Rodrigo Martínez es inflexible. Dice que no hay malos terrenos. Que lo que abunda son las construcciones con ideas flojas. Y, a veces, ni siquiera eso.
Hace poco más de cinco años, cuando el arquitecto peruano llegó a este espacio de Vichayito, vio el mar y el desierto salpicado, apenas, por porciones de bosque seco. El terreno donde debería idear un condominio vacacional, sin embargo, era ligeramente distinto: estaba en la segunda fila de la playa. Aislado de aquel entorno natural. “Era un lugar excelente, pero necesitábamos diseñarle un entorno propio, a manera de ‘playa interior’. Por eso, tratamos de generar la mayor amplitud posible entre las viviendas y cuidar el diseño del espacio común”, cuenta.
El condominio había nacido con la idea de crear una propuesta accesible, que no relegara el diseño y la buena arquitectura. Así, el paisaje exterior condicionó diversas variables, como la orientación de las casas y la selección de materiales. Y en el interior la construcción se organizó en tres sectores: dos bloques de casas, un edificio de departamentos y otro bloque de casas centrales más pequeñas, rodeados por una gran área común con piscina, lounge y bar.
Es cierto: esa combinación de casas y departamentos era algo nuevo para la zona. Sin embargo, las líneas arquitectónicas sólidas, junto a los techos de hoja de palma de las casas y las columnas de pino Oregón de los años cuarenta –utilizadas originalmente como postes de luz y, ahora, en los balcones de los departamentos– se amalgamaron sin problemas con la arquitectura de la región. Algo similar a lo que ocurrió con los acabados, con baldosas de canto rodado lavado y la utilización de cemento pulido, que fueron seleccionados teniendo en cuenta la cercanía al mar y el viento característico de Vichayito.
El estilo ecléctico contemporáneo del condominio –con una superficie de 5200 metros cuadrados y solo un 35% de áreas techadas– sería reforzado, no obstante, con un interiorismo a cargo de Ro de Rivero. “Ro nos ayudó a plasmar un nivel de diseño y detalle distinto a la idea original del proyecto. Le llevamos un concepto y él lo elevó al cubo”, cuenta Martínez.
Naturaleza interior
“La idea, en este caso, era explotar de forma orgánica los recursos naturales norteños para lograr un espacio bien diseñado, integrando todos los elementos para que el condominio sea armónico”, cuenta Ro de Rivero. Con esa premisa, trabajó una propuesta integral –un aspecto clave para que la logística fuera eficaz a lo largo de todo el espacio– que combinó materiales de la zona como la caña chancada, antiguos postes de luz de los campos petroleros de Talara, hojas de palma peinada y, en las áreas verdes, vegetación regional bajo el concepto “Bosque tropical del Pacífico”.
“Rodrigo y yo tuvimos una conexión muy clara con los propósitos del condominio desde el inicio. El principal desafío era implementar la propuesta de manera impecable, bajo las condiciones climáticas de la locación”, dice De Rivero. Por eso, precisamente, los materiales de la región se convertirían en un aspecto central para la eficiencia del proyecto.
La paleta cromática, por otro lado, siguió la filosofía del interiorista: llevar los tonos naturales de la locación al interior y, a partir de ella, crear un concepto nuevo. En otras palabras: crear una sensación escenográfica en un espacio habitable y funcional. Y eso, aquí, implicó una predominancia de colores nude con acentos blancos y azul marino, utilizados especialmente en una pieza focal: un gran mural, diseñado por De Rivero, con cerámicos hexagonales importados de España. “El arte es una expresión muy importante en mis diseños. Y, en este espacio, el objetivo era mostrar la naturaleza de otra forma, alineada a una estética más orgánica”, cuenta.
El mobiliario, en la misma línea, fue diseñado por el estudio Ro de Rivero con un concepto a gran escala –que incluyó sillas, mesas, sillones, bancas e, incluso, luminarias–, y fabricado por un grupo de artesanos en diferentes tipos de madera y acabados. ¿La intención? Dar la sensación de algo natural dentro de un espacio creado.
Ro de Rivero, un defensor del diseño de interiores como una forma de mejorar la calidad de vida de las personas, se muestra satisfecho con el resultado. “Creo que hemos logrado repotenciar la arquitectura del condominio con un alma orgánica: la gente puede sentir y respirar la naturaleza dentro de un espacio con altos detalles de diseño”, dice. Y su entusiasmo, a contracorriente, no resulta exagerado.
Artículo publicado en la revista CASAS #266