Hace algunas semanas, con el auspicio de varias empresas, una asociación cultural propuso pintar un mural a lo largo de la Vía Expresa. El debate incendió las redes sociales, hasta que se desestimó el proyecto y se confirmó la restauración del mural cerámico original de Ricardo Wiesse. Conversamos con algunos expertos, incluido el propio artista, quienes reflexionan sobre el valor de esta obra y la importancia del arte en los espacios públicos de la ciudad.

Por Edmir Espinoza / Fotos de Raquel Foinquinos

Un pequeño tramo de la Vía Expresa, a la altura del cruce con la avenida Benavides, es lo último que queda del que fuera uno de los murales más grandes y bellos de todo el continente. Una obra de siete mil metros cuadrados reducida a un breve segmento de poco más de quinientos metros que –faltaba más– exhibe hoy grafitis, manchas y secciones desprendidas.

Treinta años después de culminarse el mural de Ricardo Wiesse, el abandono de la obra pareciera representar ya no un paisaje particular, sino cómo el descuido puede normalizarse en una ciudad atestada de contaminación visual y necesitada de estímulos visuales. En este escenario, reconforta conocer la noticia de que el mural será restaurado por el mismo artista, para devolver así a la ciudad una de sus intervenciones artísticas más representativas.

Aunque decir intervención podría ser una equivocación. Así lo cree Carlo Trivelli, editor, curador y director cultural del Centro de la Imagen, quien entiende que se debe hablar de arte en espacios públicos, a secas. Y es que una intervención sugiere algo efímero, pasajero y casi improvisado. “Lo que se necesita en una ciudad como Lima son espacios donde el arte se convierta en protagonista. Esto le da un valor estético muy importante a la ciudad y ayuda a generar un sentimiento de identidad e integración. Lamentablemente, una obra como la de Ricardo Wiesse, que tiene un valor visual tremendo, es también una muestra de cómo nuestra ciudad permanece indiferente ante una obra de arte inmensa que (literalmente) se cae a pedazos”, refiere Trivelli, quien cree que la ciudad pudo ahorrarse buena parte de los ochocientos mil soles que costará la obra si al mural se le hubiera hecho el mantenimiento periódico que requería.

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Tan solo un treinta por ciento del mosaico realizado por Wiesse permanece intacto.

Arte para todos

Rubén Ramos, actual coordinador de la red de artes visuales de Miraflores y uno de los gestores culturales responsables del mural que Wiesse culminó en 1991, revela que la restauración del proyecto empezará en la primera semana de mayo, y que será posible gracias al apoyo de empresas como Cerámica San Lorenzo y Andamios Perú, que donarán cerámica y andamios para la ejecución de la obra. Para el gestor cultural de la Municipalidad de Miraflores, esta restauración representa no solo la recuperación de la obra, sino también un impulso extra a la política de muralización que se inició en 2009, cuando la comuna convocó a grafiteros para exponer sus obras en galerías de arte. “En Miraflores, los murales se han legalizado, y por lo mismo, existe una serie de normas y requisitos que se deben cumplir para su instalación. En los últimos años, el mural ha evolucionado, aportando un importante factor estético a la ciudad, pero es necesario dotarlo de un orden y una planificación, para así poder garantizar que el arte estará al servicio de la ciudad”, explica Ramos.

En el mismo sentido se muestra Roberto Boyle, gerente de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Miraflores, quien dice ser un defensor de los espacios públicos. “Durante la segunda mitad de la década de los ochenta, el peruano se encerró en sus paredes, sus muros y rejas, y nos olvidamos de nuestros espacios públicos. Creo que utilizarlos es importantísimo. Hacerlo le da un valor distinto a la sociedad y a la ciudad”, dice. Para Boyle, más allá de lo prioritario de la restauración del mural de Wiesse, es necesario que el arte se muestre en distintos puntos de la ciudad. “Un pueblo sin cultura siempre va a caer en el olvido. Somos una cultura milenaria. Siempre nos comunicamos a través del arte, y es con el arte con el que nos reconocemos, nos sentimos parte de un grupo humano, y es ahí donde nos hacemos fuertes”, comenta.

Por su parte, el crítico de arte y director de la Bienal de Lima en 1997, 1999 y 2002, Luis Lama, explica que obras como la de Ricardo Wiesse hacen que Lima sea un poco más vivible. “Que haya más educación y cultura entre tanto caos. El mural decoraba todo un paisaje terrible y al mismo tiempo no recargaba el espacio. Más que una obra inmensa, era la sensación del color la que te acompañaba”, comenta Lama, quien cree en la necesidad de obras de esta envergadura para la ciudad. “En una urbe como Lima, cada vez más agresiva, no me parece justo que el mural se pierda”, reflexiona.

Respecto a la necesidad de incorporar piezas artísticas en los espacios públicos, Lama es un convencido de que el arte público puede hacer que el pueblo tenga contacto con un nivel superior de vida y al mismo tiempo ser funcional. “Hoy la arquitectura y la escultura se han fusionado para crear piezas asombrosas, absolutamente magníficas, que cumplen con el rol estético y reflexivo del arte, y al mismo tiempo aportan funcionalidad, utilidad”, explica, y responde artero ante el viejo cuestionamiento del arte como una necesidad secundaria. “No es cuestión de elegir entre el arte o la anemia. Eso es una dicotomía falsa. Uno no elimina lo otro. Hay que eliminar la anemia de una vez, como hay que hacer otras tantas cosas, y al mismo tiempo hay que crecer como una sociedad que mira, valora y se integra con el arte”.

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Ricardo Wiesse, en su taller. Foto de Gonzalo Miñano.

La palabra del artista

Desde su estudio barranquino, con vista al mar, Ricardo Wiesse se muestra ansioso por empezar la restauración de su obra más importante, y al mismo tiempo siente la urgencia de que Lima comience a apostar por proyectos artísticos en espacios públicos. “Hoy el limeño es agredido continuamente por la publicidad, por los cableados eléctricos, por la informalidad de las construcciones, y eso sin hablar del tráfico. Y también es agredido por las obras públicas mal hechas. Digamos que no somos una ciudad amable para las personas”, comenta Wiesse.

Para el artista, el mural que creó entre 1990 y 1991, y que se inició con veinte trabajadores y se culminó con cerca de ochenta, será restaurado conservando la estética y espíritu de la obra original. “Yo lo que quiero es hacer, y en esto creo que la obra no ha perdido vigencia, una recreación de los ritmos del paisaje de la costa. Tanto de los ritmos y curvas que el viento dibuja sobre la arena, y que varían en intervalos relativamente regulares, como el movimiento de las olas. Esos ritmos nos enmarcan y nos dan una identidad como una ciudad frente al mar y entre los desiertos”, comenta Wiesse, quien espera despertar el entusiasmo de otros alcaldes de los distritos que albergan tramos de la Vía Expresa.

Para Wiesse, el arte plasmado en espacios públicos abiertos puede elevar el nivel de vida de los ciudadanos, mejorar la convivencia y generar una conexión con el yo espiritual. “A mí lo que me interesa es que los limeños, los visitantes y los migrantes tengan mayores y mejores elementos para ver el mundo de una manera formada, y por eso yo propongo la abstracción como una superación dialéctica del figurativismo elemental que nos cerca. El artista formado entiende de estas cosas, así como el arquitecto entiende de urbanismo y el físico nuclear, del comportamiento de los átomos. Por eso no entiendo a políticos que llegan al poder y pretender trazar una política visual. Que se dediquen a las políticas para las cuales se les ha elegido, y que tengan la sensatez de convocar a gente que ha dedicado su vida a estos temas. Zapatero a tus zapatos”, refiere Wiesse, risueño.

Hablar con Ricardo Wiesse es una experiencia estimulante. Reniega de los “colectivos voluntaristas” que agreden al público con una imaginativa figurativa, lo mismo que a las autoridades que creen que el arte es un trabajo que no merece pagarse, y que pierden rápidamente el entusiasmo por obras importantes al saber que el trabajo tiene un precio. Y así. La grabadora sigue haciendo su trabajo mientras el sol cae sobre el mar barranquino, y el artista nos muestra buena parte de su obra, que desde hace décadas pretende representar el bello, aunque empobrecido, paisaje desértico que es Lima. 

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Estado actual del mural cerámico creado por Ricardo Wiesse en la Vía Expresa. Su último mantenimiento se realizó en 1997.

Artículo publicado en CASAS #268