En Cajamarca, Roberto Rojas, del estudio Waka Arquitectos, creó una obra sobre un terreno con construcciones preexistentes. El uso de materiales locales y el rescate de carpinterías originales dieron como resultado una exquisita fusión entre esencia andina y modernidad.
Por Gloria Montanaro / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Una casa que es un puente. Entre la construcción preexistente y la obra posterior que la revitalizó. Entre una pareja cuyos mundos se encuentran de día pero se disipan de noche. Entre un hijo arquitecto y unos padres que deseaban habitar un espacio lejos de la ciudad.
Una casa que es un puente y que se recorre entre puentes. Con rampas que suben y bajan buscando armonizar alturas. Con listones de madera de eucalipto que velan la luz y hablan del entorno. Con ventanas por donde miraron otros, que resguardan del exterior a quienes la habitan ahora.
Roberto Rojas, al frente de Waka Arquitectos, es el creativo detrás de este proyecto, y sus padres, los clientes que lo requerían. “Esta casa no fue una petición cualquiera, representa en sí la trascendencia familiar”, reconoce. Llegó hasta el pueblo de La Huaraclla, distrito de Jesús, en Cajamarca, mientras buscaba albañiles que trabajaran la tierra para hacer adobe. Aquí encontró una casa en venta que le pareció ideal para su madre, deseosa de alejarse del bullicio de la ciudad.
Después de un año de obra, una fachada plana trabajada en tierra y de acabado rojizo da la bienvenida y resguarda el interior. Al cruzar la puerta, la sombra de un puente de madera y unos jardines donde crecen berenjenas y rocotos acompañan el breve recorrido hasta un par de puertas barrocas, talladas a mano, que dan acceso al ala principal.
Conciliar hábitos
Para Rojas, el mayor desafío del proyecto fue lograr un plano que conciliara los universos y las rutinas de sus habitantes: una pareja de artistas con carreras complementarias pero hábitos opuestos. “Mi madre hace escultura y pintura y mi padre es dramaturgo. Conversan, se colaboran y cada uno aprecia mucho la obra del otro, pero en la vida fuera del arte son totalmente antagónicos. Él vive en el silencio y la soledad de la lectura, y es fumador empedernido. Y ella es vegana y vive entre colores, texturas, materiales, y el bullicio de sierras, cinceles y pulidoras”, explica Rojas.
Si bien desde hace muchos años sus padres duermen en dormitorios diferentes, su propuesta fue unir sus habitaciones a través de un walk-in closet y llevar el área de trabajo de cada uno hacia extremos opuestos de la vivienda. “Esa fue la principal negociación. Alejarlos en sus actividades más fuertes y largas del día para juntarlos en las actividades domésticas”, dice el arquitecto.
Tanto el estudio de su padre como los dos dormitorios se emplazaron sobre una construcción previa hecha con tapial y vigas de eucalipto rollizo, configurada en L, ubicada hacia la derecha del terreno. “Decidimos mantener los espacios originales. No cambiar las puertas que son muy bajitas y no agrandar las ventanas, sino mantenerlas muy chiquitas y ponerles una doble ventana de madera para controlar la luz, porque mi madre sufre crisis de migraña”, afirma Rojas.
El taller de escultura y pintura se montó justo en frente, en el ala izquierda, donde también existía una construcción previa, de ladrillo con cemento, pero con un entrepiso de eucalipto rollizo que decidieron conservar porque brindaba mayores posibilidades espaciales. Una ventana cuadrada de dos metros y medio de altura remata el ambiente y logra la conexión de la artista con el exterior.
Valor local
Más allá de las pocas posibilidades arquitectónicas que tenían ambas obras previas, la decisión de conservarlas estuvo motivada por la belleza de sus balcones exteriores. Para conectar esos módulos tan disímiles, fue necesario construir una caja de vidrio revestida con troncos de eucalipto. “La clave para mantener la originalidad de la obra preexistente fue la creación de una mampara que aportara variación al espacio mediante la luz, que crea efectos diversos con el cambio de estaciones”, dice el arquitecto. Adherido a la mampara, un puente de madera desarrollado en rampas conecta los dormitorios, la sala y el taller de la artista.
El amplio espacio a doble altura de donde cuelgan tres candelabros elaborados por la artista y que fungen de conexión entre las dos alas se destinó a la sala. A su lado se encuentra la cocina, un espacio abierto a la zona social y comunicado con la zona de servicio.
“Esta casa implicó un crecimiento. Hasta ahora, he desarrollado alrededor de cuarenta y seis viviendas, pero todas las personas que han conocido otras obras mías dicen que esta es la que más les gusta, porque es tratar de hacer algo moderno con materiales de la zona”, cuenta Rojas. Durante la construcción se utilizaron materiales locales y se trabajó con artesanos cajamarquinos, quienes contribuyeron con su experiencia a crear espacios con esencia andina. Rojas quiso valorar la mano de obra local, y lo que esta podía aportar a la arquitectura planteada en papel. Al fin y al cabo, de eso se trata la obra, de tender puentes.
Artículo publicado en la revista CASAS #268