Arquitecta y docente por convicción, Elizabeth Añaños hace honor a su segundo nombre, Milagros, al llevar infraestructura educativa de calidad a lugares inhóspitos del Perú, donde antes el Estado estuvo totalmente ausente. El diseño arquitectónico, que es su pasión, ha sido reemplazado en estos meses por el diseño de políticas públicas de infraestructura educativa en el Pronied, una entidad ejecutora que sería la primera en ostentar el ISO Antisoborno.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retratos de Sanyin Wu
El apego de Elizabeth Añaños a lo social se acrecentó hace más de una década, mientras absorbía la experiencia de los mejores arquitectos colombianos, en cuyos estudios trabajó durante un tiempo tras dejar las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 2010, ganó el concurso internacional “2030: Medellín Ciudad Soñada”, con el proyecto “El futuro ya no es lo que solía”, realizado con Sebastián Contreras y Antonio Yemail.
El colegio Santa Elena de Piedritas, en Piura, que Añaños diseñó en 2012 con su colega Carlos Andrés Restrepo por encargo de Architecture for Humanity, la reveló también como una extraordinaria facilitadora y relacionista comunitaria, porque logró involucrar a los pobladores de ese caserío en los procesos de diseño y ejecución del colegio. Después, participó en PLAM 2035 como coordinadora de ordenamiento territorial. Un documento que Luis Castañeda, lamentablemente, obvió.
En junio de 2018, de manera natural y sin buscarlo, Añaños fue designada para ocupar la dirección ejecutiva del Programa Nacional de Infraestructura Educativa (Pronied), que engloba a cincuenta y un mil colegios de todo el territorio. Antes de acceder a este cargo, en su calidad de jefa de infraestructura del Plan Selva, lideró la implementación de unos colegios que se arman como legos: módulos construidos con estructuras metálicas y cerramientos de madera, montables y desmontables, que facilitan su traslado cuando el clima es inclemente en las zonas de la Amazonía, en los ríos Apurímac, Ene y Mantaro, por ejemplo. El proyecto fue elegido para representar al Perú en la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016.
Un currículum largo y nutrido para una mujer de treinta y cuatro años. Uno de sus “goles” recientes ha sido convocar a un concurso de alcance internacional para logar cinco modelos de infraestructura escolar en el Perú para las diferentes zonas bioclimáticas (sierra, selva, heladas, costa y costa lluviosa). Esto permitirá reducir en un 65% el tiempo de aprobación de los expedientes técnicos para una obra, plazo que duraba en promedio un año. Una arquitecta cuyo vocabulario ha sido tomado por palabras como “planes”, “metas”, “objetivos ”, “indicadores ” y “cifras”, y que nos recibe en su oficina del centro de Lima.
–Ahora que estás aun más involucrada en lo social, ¿a qué te remite la frase “la arquitectura como transformadora de vida”?
–Es una arquitectura que inspira, que acoge. Lo es cuando potencia las diferentes acciones del usuario, cuando contribuye, a través del espacio, al desarrollo y creatividad del ser humano. En el caso de una arquitectura para la educación, cuando esta permite el mejor desenvolvimiento de los alumnos, cuando va llevando al niño a explorar otras formas de aprendizaje. No es transformadora de vida cuando se queda en lo funcional, cuando es una intervención que no cumple con las necesidades del estudiante.
–¿Funcionalidad o estética en la arquitectura educativa?
–No hay lugar a elección. Se complementan. Una buena arquitectura es la que al final cumple con una función sin estar desasociada con lo que se conoce como bonito. Yo reemplazaría la palabra “bonito” por “apropiado”. En conclusión, una arquitectura apropiada y funcional es la que encierra todos los componentes que garantizan una buena edificación, incluyendo la belleza.
–En esa misma línea, ¿cuál sería el programa ideal de colegio, sabiendo que cada centro educativo se inscribe en un entorno diferente?
–La escuela ideal es la que se adapta a las diferentes necesidades pedagógicas y culturales del entorno. La rural se completará con las condiciones mismas del territorio, y la urbana necesitará otro tipo de programa, por ejemplo, para brindar soporte a la comunidad. En el sector, venimos actualizando las normas para permitir una infraestructura adecuada a las zonas.
–¿La infraestructura de calidad?
–Efectivamente, aquella que cumpla con condiciones pedagógicas, como el tamaño del aula y el mobiliario, y bioclimáticas, como el confort térmico y la ventilación.
–Con el componente de sostenibilidad…
–Cuando se hace un proyecto en gestión pública, tienes que prever que haya la suficiente cantidad de materiales de calidad para la intervención. Y, en muchos casos, cuando hablamos de utilizar materiales de la zona, no necesariamente hay esa disponibilidad. Si quiero hacer una casa en la selva, no significará que debo utilizar los árboles que hay al costado, porque a lo mejor es madera ilegal. Se tiene que garantizar la disponibilidad en el mercado y la pluralidad de los postores. También debe haber mano de obra calificada, porque su ausencia afecta la calidad de la obra.
–Estamos ad portas del Bicentenario y se ha hablado mucho de cifras. ¿Cuántos colegios van a remodelar, construir, implementar para esa fecha?
–Tenemos una cartera de dos mil ochocientos colegios en ejecución directa, pero también vamos a transferir a los gobiernos subnacionales para que los puedan ejecutar con las especificaciones técnicas que estamos elaborando. Asimismo, tenemos intervenciones de otro tipo, como las que necesitan reforzamiento porque tienen columna corta o necesitan acondicionamiento. Y, en zonas rurales, debemos atender módulos educativos, como es el caso del Plan Selva, el Plan Heladas.
–Full arquitectura social…
–No estoy de acuerdo en hablar de una arquitectura social, porque eso querría decir que solo una arquitectura pública es buena. La arquitectura privada también es buena. En ambos casos, deben tener buenos profesionales para conseguir impacto. El más importante: cambiar vidas. En lo personal, me interesa este rubro porque veo que hay una gran brecha que atender, una posibilidad y una necesidad importante. Si el presupuesto se invierte de forma que podamos provocar un cambio, me interesa. Lo que me parece excelente es que en la gestión pública cada proceso se puede mejorar. Y, en el caso de la infraestructura, se puede incorporar calidad en la arquitectura no solo a nivel de diseño: con normativas se logran grandes cambios. Nosotros estamos trabajando con el BIM (Building Information Modeling), que, entre otras bondades, incorpora datos de tiempo y costos.
–Hablando de cambios, ¿cuáles han sido las fortalezas, en el recurso humano, que encontraste al llegar al cargo?
–Lo que hemos hecho es un poco contrario… He apostado por la renovación del personal. Una de las estrategias que tenemos, además de la sistematización, es la transparencia, y hemos removido casi a doscientas personas. Los hemos cambiado y hemos abierto la convocatoria y luego la evaluación del personal porque estamos detrás de la ISO Antisoborno. Venimos mapeando los procesos, viendo cuáles son los más críticos para al final ser eficientes en la gestión, cautelando los recursos públicos. Esta unidad ejecutora es muy sensible porque se manejan muchos recursos.
–¿Estás cómoda en el puesto?
–Sí. Me gusta la gestión pública. Es muy difícil. Pero cuando llega el momento de presentar la obra, miras atrás y no hay duda de que todo valió la pena. Y es ahí donde cobra más sentido todo lo hecho.
–¿Qué te aterra del cargo?
–Dejar de hacer.
–¿Pero eres consciente de que estos cargos son pasajeros?
–Sí, claro. Me refiero a dejar de hacer cosas en el día…
–Cuando te marches, ¿cómo te gustaría que te recuerden?
–Como un quiebre. Como un cambio en lo que ha venido siendo Pronied. Como una gestión que ha priorizado la calidad y la transparencia. Una gestión abierta.
Artículo publicado en la revista CASAS #269